Hace años las estrellas me susurraron y yo callé a mis pensamientos para escucharlas.

Me anunciaron una piel como la Luna que vendría lejos de donde yo tendría postrados mis pies.

La piel, los ojos y la boca.

No llegaría sola aquella piel, cargaría en sus hombros una pena peregrina.

Llegaría descalzo y con sed.

El extranjero y tú, dijeron, se han conocido y ninguno se recuerda.

Una noche, cuando las nubes abrieron los cielos como Moisés abrió la mar, volvieron a hablar y yo de nuevo escuché.

Pasarás tiempo buscando hasta que caminando sangres tus pasos, las huellas en la tierra harán nacer de ella jazmines y tulipanes.

Ayer y hace una vida pasada dijeron que esa piel, los ojos y la boca yacían aquí y yo volteo y miro y pienso, ¿eres tú?

En el otoño cuando las estrellas su fulgor despliegan como aves y cuando la Luna se agranda en su belleza cubriendo su manto con un halo plata y azul, el extranjero llega morando entre los pensamientos y un puñado de maíz.

¿Por qué cuando al cielo se pregunta, cual marinero a las estrellas, éste calla con señales confusas lanzadas a los hombres?

Las estrellas poco a poco enmudecieron y la brújula se paró. Es engaño y sortilegio cuando forman la Osa mayor dejando a los hombres creyendo que el futuro en ellas se les enseñó.

 

 

 

 

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