Hace ochenta y tres años, el 6 de agosto de 1937, en Shenandoah, Iowa, nació Charlie Haden. Tuvo una cuna musical, varios de sus familiares eran músicos de folk y country. De niño debutó profesionalmente como cantante, carrera que se truncó a los quince años, cuando contrajo poliomielitis, enfermedad que dañó sus cuerdas vocales; pero lejos de rendirse, tomó el contrabajo de su hermano mayor y se internó en el conocimiento de un instrumento que lo llevaría a colocarse entre los mejores del mundo del jazz.
A los veinte años se trasladó a Los Ángeles, California, donde colaboró con Hampton Hawes, con Art Pepper, y fue parte del trío —con Paul Motian en la batería— con el que Keith Jarrett publicó su primer álbum como líder: Life Between the Exit Signs (1957).
Su consolidación llegó en 1959, cuando participó en la grabación de The Shape of Jazz to Come, disco de Ornette Coleman que sentó las bases del movimiento del free jazz; Don Cherry y Billy Higgins fueron copartícipes de ese registro.
De ahí siguió una larga carrera que pasó por el free jazz y el jazz de la costa este. Una de las secuelas de enfermedad de la adolescencia fue una disfunción que le impedía escuchar la música a volumen normal pues sus oídos eran tan sensibles que se lastimaban, quizá esa fue la condición que lo condujo a forjar un estilo sereno y reflexivo, con más poesía que malabares musicales. Esas cualidades también se reflejaban en su personalidad, era un hombre sumamente humano y comprometido con su quehacer. En los años noventa del siglo pasado, Adolfo Álvarez me regaló una copia de una entrevista —traducida por él— que le hizo Fred Shuster a Haden y se publicó en Down Beat Jazz Magazine en agosto de 1994, año en el que la Asociación Mundial de Críticos de Jazz lo nombró Contrabajista del Año por treceava vez consecutiva. Para celebrar su cumpleaños ochenta y tres, retomo algunos fragmentos en los que se refleja su calidad humana y su nivel de compromiso.
—¿Qué puede enseñar el jazz a un músico?
—Hay muchas cosas que el jazz puede enseñarte, por ejemplo esto: el jazz te enseñará que sin humildad no es posible tocar. Te enseñará que todo sucede en el momento en el que lo haces y que no hay ayer ni mañana, solamente aquí y ahora. Te enseña lo pequeño que eres ante el universo y a entender tu significado e importancia. El secreto para tocar música en una forma poderosa y bella, es ser humilde.
—¿Cómo le habla de esta filosofía a los estudiantes de jazz?
—Les digo que si quieren tocar música al nivel de la libertad y de la belleza, tienen que estar dispuestos a arriesgar su vida en cada nota que tocan, como si estuvieran en un frente de batalla. Le hablo a la gente joven de la importancia de luchar por convertirse en un gran ser humano y de que si pueden lograr esto, entonces serán grandes músicos; creo que el secreto del arte —y en esto debes estar totalmente de acuerdo— está en descubrir tu alma.
No hay dos personas que escuchen la música de la misma manera, así como no hay dos personas que tengan las mismas huellas digitales. Cada persona es única. Yo ayudo a cada estudiante a encontrar su sonido, sus melodías y sus armonías. El propósito final es conseguir que la gente vaya a su mundo interior para que toque su propia música.
Me gusta decirles lo que sucede espiritualmente cuando tocas, no lo que sucede técnicamente. Hablo de la conexión espiritual con el proceso creativo. Mucha gente está anhelante de escuchar esto pues la mayoría de los maestros se refieren solamente a cuestiones técnicas.
—Háblenos de su grupo
—Hay algo entre los integrantes de este grupo que nos permite tocar al máximo de nuestras posibilidades cuando estamos juntos, existe una clase de telepatía que proviene del respeto que hay hacia la creatividad de cada compañero y de la disposición de escucharse unos a otros. En cada álbum que hemos grabado, nos sentimos cada vez más cerca como seres humanos y como músicos… Nos han mencionado que hay un cierto carácter de nostalgia en nuestro grupo y es cierto, creo que la gente es atraída por la nostalgia y la belleza, la melancolía y la intimidad; en general, todo aquello que pueda alejarnos de la violenta locura en la que navega nuestro mundo hoy…
El jazz ha sido siempre una forma de arte minoritaria, con una audiencia limitada. Esa es una de las razones por las que los músicos que lo practican están tan comprometidos y dedicados, porque ellos saben que, siendo minoría, deben defender y perseverar en su música. La mayoría de los músicos que dedican su vida al jazz no aceptarían hacer otro tipo de música en la que no creen, dado que son músicos que tienen pasión por la espontaneidad, por hacer algo que no ha sido hecho antes de la misma manera. Mientras existan estos músicos, el jazz florecerá.
Traducción: Adolfo Álvarez
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