Yo soy la muerte y no me gusta el negro. Últimamente a la gente se le ha dado por incriminarme varias muertes, les encanta tirarme de apodos y burlas cuando yo, en realidad, tengo sentimientos. Siempre, desde que era pequeña, he querido un abrazo, sin embargo, resulta que a todo lo que toco lo mato. Que si quiero oler una flor, la flor se marchita; comer una fruta, la fruta se pudre; abrazar a un gatito —porque amo a los gatitos—, el gato se muere, y para colmo no una, sino siete veces. Y ahí veo que van los hombres quejándose de todo, como si de verdad todo lo que les pasara fuera una desgracia ¡Yo les diré lo que es una desgracia!
Soy la muerte, y trato como cualquier fémina de ser atractiva, pero, parece que a ellos nada les pone conformes. Parezco tabla; sin pechos, sin nalgas. Si uso falda corta con medias dicen que mis piernas son flacas, entonces, empecé a optar por una falda más modesta; la falda hasta los tobillos. Luego, quiero ser una femme fatale, sin embargo, la gente se aterra y me ponen de la manera más lúgubre posible, con túnica larga, ojo, túnica, no vestido entallado con enorme escote por la espalda. Túnica negra, simple, con una capucha que oculta mi alopecia prematura, aunque, las gorgonas me han dicho que mi pelona les parece seductora.
Nada les es atractivo, quieren huir si me ven coqueteando por ahí. Mi afán por enamorarme me ha llevado a estar en cada fila de cada boda para robarme al novio más atractivo, cuando lo hago, él queda decepcionado al verme tal cual soy, de seguro, mucha mujer para él, sí, ajá… Después viene la tragedia, apenas lo abrazo y se me muere. Queda, una vez más, viuda la novia. La novia y los invitados no dejan de llorar y de gritar, y yo digo ¡De la que te salvé, estúpida! En 10 años estabas predestinada a ponerte como vaca, a tener cuatro hijos que te sacarían arrugas, estrías, así que él se iría a buscar a una amante 10 años más joven que tú, sin hijos, ni canas, ni arrugas ni estrías, ¡vaya gente malagradecida con uno!
Soy la muerte y tengo mi instinto maternal altamente desarrollado. Siempre he querido ser mamá, es por eso que, de vez en vez, voy y me jalo a un niño. La gente, como siempre, llora y sufre, como si fuera mi culpa. El problema viene cuando el niño tiene hambre y debo amamantarlo y llora y llora, yo miro mis pechos y digo ¡Carajo! Otra vez se me olvidó el detalle. Así que, tristemente, debo dejar al niño en su lugar, en ese más tranquilo y lleno de paz, es una guardería y ahí están todos los que algún día quise como mis hijos. Este es un triste, triste fracaso.
Todo esto me ha llevado a la adicción por el cigarro, tanto que hasta la gente me pone y viste como una catrina con boquilla en mano. Un día, con absoluta determinación, decidí ir al centro de rehabilitación. Cuando llegué no sé qué pasó que, aun siquiera iniciábamos, y todo el lugar se incendió ¡Válgame! Uno quiere salir adelante y las circunstancias ajenas no le permiten avanzar, pero, viéndolo desde un punto de vista más positivo, muchos de ahí iban a morir.
Muy molesta llegué a ver a Dios, quería decirle que mi no vida era miserable, que lo único que yo deseaba era descansar en paz, un hombre, dos hijos, un perro… ¿qué más podía la muerte pedir? Llegué y lo encontré con un tal Ingmar Bergman jugando ajedrez, su partida me resultaba hasta cierto punto familiar, entonces, entré en razón ¡soy la parodia del mundo, y el mundo no me entiende! Me parodian, pero, si yo llego a saludarlos ellos se espantan, huyen y lloran, ¿de qué me sirve tanta fama si ando tan sola? ¿Quién los entiende? Eso de la calaca tilica y flaca, ¿a qué mujer le gusta que le llamen así? No es mi culpa tener este cuerpo esbelto.
Dios… —Le dije— estoy tan cansada de que todo lo que toco se muere. Es tan difícil en estos días poder abrazar a alguien o, más tristemente, a algo. Veo a los humanos que caminan en los parques con un esposo, una carriola, o que va a un café y los atienden de buena gana, en cambio, si yo lo hago, tengo la suerte de que o empiezan a gritar o pasa alguna desgracia malinterpretada por quienes ahí están; se incendia el lugar, le gente se infarta, hay una balacera cerca y yo, asustada, ahí me quedo sentada de hombros encogidos sin mi café y viendo cómo la gente me mira feo ¿Por qué me pasa esto a mí?
Dios, muy sereno dejó de lado su partida, me miró acariciando con sus dedos a su larga barba blanca y dijo: ¿crees que tu trabajo es cansado? ¡imagínate al mío!
—La gente es quien menos me comprende, día y noche trabajo duro para dar una buena enseñanza ¿y qué gano? Ateos, agnósticos y fanáticos, si hubiera sabido que así serían los hombres, créeme, me hubiera quedado sólo con las pléyades, atlantes y anunakis, pero no, gané gente que se acuerda de mí solamente cuando le va mal, ya sea para exigir que le ayude o para reclamarme. Igual que a ti, a ellos les doy dones y talentos que muchas veces ni los ven, tampoco los entienden y, mucho menos, les gustan. Tan sencilla que es la fórmula de la vida que si cambiaran la perspectiva tan solo un poco podrían sonreír más y llorar menos; vivir más y quejarse menos. Setentaidós nombres míos les he brindado y jamás saben tocar, pero bueno, ahora que tengo un respiro con mi buen amigo llegas tú a preguntarme algo que requiere más tiempo relativo para explicarlo. Tú, más que muerte, te llamas equilibrio. Sin ti la gente, menos que ahora, valoraría su vida y la de los suyos. Por el contrario, has creado muchos fanáticos, no sé de dónde piensas que no se te quiere, mira a los terroristas que en masa te llaman, o a los desahuciados que imploran un abrazo tuyo pata traerlos aquí y quitarles el dolor, o a los suicidas que mueren, ja, ja, “mueren”, por venir aquí a jugar una partida conmigo. Llévate al gato —Señaló con su dedo a su nueva creación— pero solamente abrázalo una vez, no quieras verte muy cariñosa con él porque a la de seis se te va. Ahora anda, que se me olvida en qué me quedé.
Luego de haberlo analizado y saliendo de ahí con un gatito, me di cuenta de que soy realmente importante para todos, incluso, tengo mi propia fecha. Soy atractiva, casi irresistible, es por ello que las mujeres temen que pase por donde sus hombres caminan, pues si enseño mi delgada pantorrilla caen muertos a mis pies, y aquí hay siempre más muerte que vida porque los hombres son mi debilidad, y pa´que me dan cuerda ¡si las ganas no me las quitar!