Quienes vivimos la presente presente pandemia, tenemos una ventaja enorme sobre quienes enfrentaron las anteriores, el gran desarrollo de la comunicación que ha alcanzado la humanidad en el siglo XXI, Internet nos permite no solo hacer más llevadera la reclusión, sino que provee a mucha gente de herramientas para desarrollar su trabajo aunque no se tengan las condiciones óptimas y sea necesario adoptar formatos indeseables; es el caso de los artistas. El pasado viernes 17, merced a las plataformas digitales dos miembros de una dinastía musical, Héctor Infanzón y Daniel López Infanzón, presentaron sendas producciones discográficas.

Héctor Infanzón es un viejo lobo de jazz, desde su abrupta irrupción en la escena mexicana, en 1987, con aquel vibrante Antropóleo —para cuya formación se agenció las complicidades de otros dos titanes, Agustín Bernal y Tony Cárdenas—, su recorrido por escenarios y festivales a lo largo del país y del mundo ha sido constante y contundente.

Daniel López Infanzón es un joven lobo de jazz, se inició en el mundo de las ochenta y ocho teclas justamente con su tío, Héctor Infanzón; después anduvo pepenando conocimientos y experiencias en Escuela Nacional de Música de la UNAM, la Escuela Superior de Música del INBA , y se desplazó hasta Xalapa para participar en una edición del Seminario Internacional de Jazz JazzFest. Debutó en el mundo fonográfico en 2012 con «8 momentos, 8 fotografías», álbum que lo consolidó como una de las principales figuras emergentes del jazz mexicano.

Héctor Infanzón estrenó «Días sin tiempo»; Daniel, «Paseos sonoros en Reforma». Presentaron y disertaron sobre las novedades discográficas Germán Palomares Oviedo, Xavier Quirarte y Antonio Malacara; Octavio Echávarri fungió como moderador.

En su primera intervención, Antonio Malacara hizo las presentaciones:

Días sin tiempo

Apenas unos instantes, apenas los primeros compases y el virtuosismo instrumental de Héctor Infanzón nos estalla en el rostro, en el ánima, en el ánimo; nos lanza sin miramientos a las profundidades aquellas donde el alma se da vuelo, y a solas y en serio y sin palabras, agradece la posibilidad de estar vivo para ser parte de todo esto, para hacer una escucha más en el milagro de la creación compartida. Al parecer, si pudiera ser esto posible, la pianística de Héctor Infanzón ha crecido en expresividad y en vigor, su olfato y sus pinceles han pasado del contubernio a la comunión plena entre las Antillas y el altiplano. En los terrenos de la composición y los arreglos, me sigue asombrando cómo Héctor Infanzón logra mantener un estilo, un modo de decir las cosas, una manera de argumentar y construir sus ideas pero sin repetirse nunca un solo instante, podríamos hablar de una forma de argumentar un sinfín de argumentos. En «Días sin tiempo» encontramos una fuerza rítmica monumental asentada en las percusiones de Luis Gómez y en la batería de Enrique Nativitas, y apuntalada por la maestría y los bongós del maestro Armando Montiel, todo ello aderezado con el bajo eléctrico, y algo que me llamó particularmente la atención es el desarrollo, el crecimiento de Adrián Infanzón, no sólo en la técnica instrumental, es mucho más allá de la técnica instrumental, Adrián también ha crecido en el terreno propositivo, en el diálogo, en estar ahí no solamente como plataforma rítmica sino involucrándose mucho más. Desde acá abajo me atrevo a decir que «Días sin tiempo» es la consagración de una voz, de un estilo y, ¿por qué no?, de una escuela en el hacer musical del siglo XXI.

 

Paseos sonoros en Reforma

La mexicanidad manifiesta en un lenguaje netamente contemporáneo, en las composiciones y las improvisaciones de un joven pianista con una técnica inobjetable, impresionante; cada una de sus manos tiene vida propia y la ejerce sin mayor problema, cada cual con su propio discurso, pareciendo, reapareciendo y apareciendo como dos entes distintos y un solo don. Ante esta capacidad instrumental de Daniel, no restringen o amoldan sus propuestas musicales a gramáticas abstractas o a intrincados rascacielos armónicos, que también los hay, pero el maestro también navega por riachuelos y lloviznas de laboriosa sencillez en alegres y discretas improvisaciones servidas con gotero, en un despliegue de sutilezas en forma de balada o bien ubicando al son montuno en las rutas del porvenir con una capacidad melódica sin concesiones, con espirales que, engolosinados, nos hacen repetir el track aunque el tiempo apremia. Daniel López Infanzón es uno de estos seres que siempre van más allá de lo bien hecho, las compuertas del cerebro y el corazón están abiertas, a su servicio, pero Daniel sabe una buena dosis de visceralidad logra que la música se acerque o, de plano, se sumerja en el milagro ese de la creación; creo que esto es de familia.

 

 


 

 

 

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