Te llamo, te llama el viento que yo invoco

para que gruña en tu oído mi nombre, yo te

decreto con sigilos y sortilegios.

 

Llamo a tus ojos que en lejanía miro,

llamo a tu boca que grite; a tu cuerpo que

serpentee hacia el mío, a tu nombre, a tus

manos que tejan las hebras de mi cabello

en una noche de la que ninguno de los dos

se va a salvar. Yo te manifiesto.