La prestigiada revista Science Advances publicó en su número de junio de 2020, el artículo “The life history of human foraging: Cross-cultural and individual variation”, del cual es co-autor, junto con un extenso grupo de investigadores internacionales, Luis Pacheco Cobos, profesor-investigador de la Facultad de Biología de la Universidad Veracruzana (UV).
Este artículo es resultado de un esfuerzo colectivo iniciado hace seis años, aproximadamente, liderado por Jeremy Koster, del Departamento de Antropología de la Universidad de Cincinnati; en él se abordan la historia evolutiva humana y el aprendizaje cultural, mediante modelos matemáticos.
Para ello se analizó una muestra de cerca de 23 mil registros de cacería de subsistencia, provenientes de más de mil 800 cazadores de 40 sociedades alrededor del mundo; así fue posible reconocer que existe un pico en la productividad de cazadores, cuya edad oscila entre los 30 y 35 años. Esto sin dejar de lado las variaciones presentes entre individuos y sitios.
La extensa base de datos y el código para realizar el análisis en “The life history of human foraging” están disponibles en https://osf.io/2kzb6/. De su aportación a esta investigación, Pacheco Cobos compartió en entrevista con Universo.
¿Cómo contribuyó al trabajo del que da cuenta el artículo?
Aporté los datos sobre cacería de subsistencia que registré durante 13 meses (entre 2011 y 2012), en una comunidad maya al sur de Belice. El primer autor me contactó inicialmente para saber si me gustaría participar en el estudio, y posteriormente para indicarme cómo requería que estuviera organizada esta información.
El proceso de compilación y análisis de datos llevó cerca de seis años. Hubo un momento en el que los autores líderes compartieron un borrador completo del manuscrito, entonces los investigadores participantes tuvimos oportunidad para discutir y retroalimentar los resultados del análisis. La concepción del estudio, el análisis de datos y la elaboración del escrito estuvo a cargo de los doctores Koster y Richard McElreath.
Cabe mencionar que el trabajo se publicó como pre-impresión en el repositorio de bioRxiv (https://www.biorxiv.org/, enero 2019) y después se hicieron por lo menos tres intentos más para publicarlo en revistas arbitradas, hasta que se logró su aceptación en Science Advances.
¿Por qué es importante que como sociedad conozcamos estos temas y hallazgos?
Temas y hallazgos como éste nos permiten profundizar y vislumbrar nuevas hipótesis sobre el origen evolutivo de los rasgos que como especie nos distinguen de otros homínidos (por ejemplo, infancia y adolescencia prolongadas, intervalos de tiempo cortos entre nacimientos, periodos de vida alargados).
En los primates se ha observado que a medida que aumenta el tamaño del cerebro aumenta la complejidad del forrajeo (la habilidad cognitiva y el comportamiento expresado durante la búsqueda de alimento). Se empleó una muestra de registros provenientes de 40 sociedades que practican la cacería de subsistencia, para conocer de qué manera la edad del cazador predice la cosecha o ganancia obtenida al ir en busca de alimento.
Esto fue más práctico que intentar cuantificar las ganancias de individuos de sociedades pastoriles, agrícolas o industriales, dada la complejidad de los procesos implicados en la forma de producción de dichas sociedades.
El principal objetivo del trabajo fue analizar las diferencias, intra e intersociedades, en las habilidades de forrajeo con relación a la edad del cazador. Se considera la edad como predictor dado que permite identificar el momento en que los individuos alcanzan los máximos valores de producción alimentaria.
Al revisar los promedios globales reportados, es notable lo pronunciada que parece ser la curva de aprendizaje en los primeros 18 años de vida. El pico de productividad ocurre entre los 30-35 años de edad, a pesar de observar que las habilidades de forrajeo adquiridas se mantienen en etapas posteriores de la vida adulta hasta los 58 años, cuando comienza un pronunciado declive.
Sin embargo, no en todas las sociedades estudiadas se observa el mismo patrón. ¿A qué se debe esto? ¿En qué medida los recursos disponibles en cada hábitat o los procesos de aprendizaje de cada cultura determinan las diferencias en las habilidades de forrajeo de los individuos o las sociedades?
¿Por qué recordar que somos cazadores?
Esta pregunta lleva a una reflexión interesante. Las sociedades estudiadas siguen cazando y recolectando, como muchas otras alrededor del mundo. Aunque es cierto que no dependen exclusivamente de la caza y la recolecta para subsistir, es importante recordar que la mayor parte de nuestra historia evolutiva hemos sido cazadores-recolectores. De hecho, el incremento de la cacería de subsistencia está históricamente asociado con el desarrollo de los rasgos que nos distinguen como humanos.
Parte de la discusión del artículo se centra en las marcadas diferencias entre individuos (es decir, algunos obtienen mucho más alimento que otros), lo que da pie a preguntarse ¿qué decisiones individuales o colectivas permitieron atenuar estas diferencias en las sociedades humanas? El compartir con otros el exceso de alimento se ha citado como un ejemplo de estrategia que permitió atenuar las desigualdades en sociedades humanas.
Es importante aquí distinguir la cacería de subsistencia de las cacerías deportiva y de comercialización. Esta última suele tener efectos negativos en las poblaciones de vida silvestre, ya que llega a rebasar la capacidad de regeneración biológica y no necesariamente atiende a necesidades alimentarias básicas.
Amén de la importancia que per se tiene la información que publican, ¿sirve de algo conocerla en plena pandemia Covid-19?
Es difícil anteponer casi cualquier tema a la pandemia y contingencia sanitaria por el virus SARS-CoV-2; sin embargo, conocer de dónde venimos nos ayuda a comprender los procesos que nos han llevado al lugar y condiciones en las que estamos, y nos permite decidir de manera informada hacia dónde queremos dirigirnos.
Cabe mencionar que los humanos nos hemos caracterizado por ser una especie migratoria desde nuestra salida del continente africano. Durante nuestros viajes, sabiéndolo o ignorándolo, hemos transportado con nosotros hacia nuevos lugares a una gran cantidad de especies. ¿Qué daños o beneficios han traído estos acompañantes a las comunidades o ecosistemas que hemos colonizado? Es algo difícil de evaluar.
Pero volviendo al tema, considero importante comunicar y conocer hallazgos como el presente para reconocer que existen tantas formas de interactuar con el ambiente como culturas alrededor del mundo. Cada cultura está adaptada a su región geográfica, de hecho las culturas son producto de las condiciones ambientales que las rodean. Los ecosistemas, a su vez, son el resultado de las intervenciones que en ellos hacen las sociedades que los habitan.
¿Alguna reflexión que le interese plantear a la comunidad UV?
La facilidad con que podemos transportarnos de un sitio a otro en el siglo XXI ha facilitado o acelerado la dispersión no sólo del virus que nos invade hoy en día, sino de muchos otros vectores que también pueden pasar invisibles.
Vale la pena preguntarse, una vez más, si la actual forma de producir alimento y desarrollarse socialmente es amigable con la salud humana y el planeta (ya no hábitat o ecosistema). ¿Es la “sociedad global” un buen ejemplo a seguir sobre cualquier otro ejemplo de “sociedad local” alrededor del mundo? ¿Qué tanto están dispuestos los individuos que acumulan más recursos, a compartir con otros individuos que no tienen acceso a tantos recursos? ¿Tienden por naturaleza las sociedades humanas al despotismo una vez que sus tamaños poblacionales alcanzan determinado umbral?
Son sin duda temas que se alejan del planteamiento original de la investigación y que son complejos de abordar, pero vale la pena comenzar a plantearlos desde diferentes enfoques.
UV/Karina de la Paz Reyes