Todos nacemos con predisposiciones, dones, vocaciones, pero no todos las descubrimos a tiempo; mas si una niña de cinco años, en el espectáculo organizado entre hermanas con fines lúdicos, antes que ser la estrella prefiere ser la entrevistadora, el futuro está trazado y no resta sino ir tras él —claro, hay que saber por dónde rastrearlo y acopiar perseverancia y paciencia felinas—. Diana Peña correteó el sueño de la radio y de la promoción cultural especializada en el jazz y hoy es la militante de la promoción jazzística más destacada de Colima, la producción del programa radiofónico Vibración Azul, que ha permanecido al aire desde 2005, y la creación del Festival Internacional Colima Jazz, que lleva seis ediciones, avalan una carrera que comenzó cuando su compañero, el armonicista Pibe Árcega, le prestó cinco discos de jazz.

No soy de aquí ni soy de allá…

Toda mi familia —la paterna y la materna— es del norte, de Chihuahua y de Coahuila, aunque hay una parte precisamente en Xalapa, Veracruz, y otra en Morelia, Michoacán. Yo nací en Torreón, Coahuila, pero por cuestiones de trabajo de mi papá, durante mis primeros cinco años de vida fuimos cambiando de ciudad: de Torreón a Nacozari, Sonora; de Nacozari, Sonora, a Cananea, Sonora; de Cananea a Torreón y de Torreón a Colima, entonces, cuando llegamos ahí, siempre creí que íbamos a regresarnos, nunca me vi viviendo toda mi vida en Colima.
Somos seis hermanas, de pequeñas —yo tenía cinco o seis años—, para divertirnos hacíamos shows, una se encargaba de hacer el vestuario, otra montaba la escenografía, otra era la artista, entre todas hacíamos de todo pero yo me acuerdo que me gustaba mucho entrevistar a las que eran las artistas, eso me llamaba mucho la atención.

Radio days

Cuando iba a egresar de la prepa, me puse a pensar en dónde podía estudiar y fue cuando me cayó el veinte de que mi vida era aquí, que aquí estaba mi raíz como persona y entonces decidí estudiar en la Universidad de Colima. Estaba indecisa en entre psicología y comunicación social, finalmente me decidí por comunicación. En el primer semestre nos decían que ese año era una introducción y que todavía no entráramos a ningún laboratorio, ni al de televisión ni al de radio ni a nada, pero saliendo del salón había una convocatoria para hacer un casting para entrar al taller de radio; cuando lo vi, dije ¿cómo?, ¿sí o no? y fui a hacer el casting.
Quedé y empecé a investigar, a redactar, a trabajar con guiones; me gustaba mucho porque convivía con compañeros de semestres más avanzados —de quinto, de sexto, incluso de octavo— y con ellos se me empezó a abrir el panorama, y encajé perfectamente, me gustó mucho y fue muy interesante porque me fui dando cuenta de que se podía hacer mucho con muy poco, que no había que hacer grandes inversiones como en la televisión o como en el cine, que más que grandes presupuestos, hacía falta tener mucha creatividad y tener bien claro lo que se quería decir.
A finales de 2002 empecé a conducir un programa de narraciones —también me gusta muchísimo la tradición oral—, pero yo no tenía el control, me daban un guion y me decían exactamente en dónde tenía que intervenir, y ya. También en ese tiempo —a finales de 2002 y todo 2003— me tocó conducir el noticiero, de hecho querían que fuera la voz del noticiero porque soy muy formal, muy seria, pero a mí no me gustaba porque sentía muchísima responsabilidad sobre mis hombros, ahora comprendo lo que veían en mí y me hubiera gustado dejarme guiar, pero en ese momento no lo veía así. Ahora soy la suplente del noticiero y me gusta muchísimo.
Durante la carrera estuve experimentando en todos los laboratorios pero sin soltar la radio porque desde el principio me di cuenta de que me llamaba muchísimo. Cuando terminé, me fui a hacer mi servicio social a la Dirección General de Producción en Medios de Comunicación Social de la Universidad de Colima, ahí estuve redactando unas cápsulas con temática para jóvenes, las grabábamos y salíamos al aire en la radio comercial porque la universidad todavía no tenía una frecuencia. A la par se fueron haciendo los trámites y cuando egresé ya había radio universitaria, ahí seguí haciendo mi servicio y quedé como becaria para hacer mis prácticas profesionales.

Yo soy de aquí, yo soy del jazz

En ese tiempo conocí a Ángel Alberto «Pibe» Árcega, armonicista; nos conocimos por parte de mi familia, después nos encontramos en la radio —lo llamaron porque querían hacerle casting para ver si podía ayudar en la carta programática de la música— y luego nos encontramos en la calle, con los jóvenes; digamos que, por alguna razón, estábamos destinados a conocernos.
A mis papás les gusta mucho el pop, el rock y un poco de todo; yo escuchaba a los Beatles, Aretha Franklin, Juan Gabriel, Rocío Dúrcal, trova; me gustaba mucho el pop pero cuando estaba terminando la facultad me di cuenta que esa música ya no me llenaba del todo. Le comenté a Pibe que estaba en la búsqueda de nueva música y al día siguiente me llevó cinco discos: el Kind of Blue, uno Ravi Shankar, el de Duke Ellington con John Coltrane, uno las grandes divas del jazz —Ella [Fitzgerald], Billie [Holliday], Sara [Vaughan]—. Cuando los vi dije ¿qué es lo que me está presentando?, ¿qué es esta música?, y empecé a escucharlos y a escucharlos.
Luego me presentó el café Uno, dos, tres, estaba en Corregidora 123, en el centro de la ciudad. Era un café underground, muy adelantado a su tiempo, que dirigían el maestro Bindu Gross, saxofonista, y la maestra Beatriz Torres, pianista y compositora que ya falleció. Los dos daban clases ahí y promovían conferencias, proyecciones de cine, conciertos, y seguían la dinámica de un club de jazz de Nueva York, es decir, había que pedir antes de que empezara porque una vez que estaba la música, se cerraba la cocina, se cerraba la barra; no servían nada, toda la atención estaba en la música. Cobraban cover, era algo rarísimo en Colima y me acuerdo que batallaban muchísimo con eso, en cuanto entrabas te decían hoy toca fulanito de tal y se va a cobrar una cuota para poder pagarle, ¿estás de acuerdo?, muchos no estaban de acuerdo y se iban a otro lugar. Ahí fue donde empecé a tener contacto con la música en vivo, con las revistas de jazz de las que ellos tenían suscripción.
En el último año de la facultad me fui de intercambio a Torreón porque quería saber qué significaba vivir en mi ciudad natal. En esa época tenía casetes e iba grabando los temas de pop o de rock o de lo que fuera que pasaban en la radio; cuando Pibe me pidió los discos, los grabé en esos casetes. Cuando regresé me di cuenta que la música que me había acompañado había sido la de esos discos y fue bien simbólico porque borré mis casetes para darle entrada a esta música que significaba una nueva vida para mí.

Vibración Azul

Durante mi servicio social y mis prácticas profesionales apoyé mucho como asistente de programas de leyendas, de tradición, de cine, pero quería tener la experiencia de producir un programa al cien por ciento, me gustaba mucho investigar sobre los músicos; un disco me llevaba a otro disco, conocía otros músicos y me daban ganas de darle a conocer a las demás personas quiénes eran estos músicos que habían logrado grandes discos que quizá se habían grabado en los cincuenta o en los sesenta pero seguían tan vigentes.
Cuando tenía que presentar un proyecto ya profesional, le dije a Pibe yo quiero producir un programa de jazz, y coincidimos en que él, como músico, y yo con mi profesión podíamos hacer un programa de blues y de jazz, nos juntamos con otro compañero y surgió Azul Luz Mandarina Jazz, un programa que era grabado pero fue interesante porque me di el tiempo de investigar, de leer a fondo, de conocer los discos.
Cuando iba al café Uno, dos, tres me quedaba hasta el final y cuando iban a cerrar, sacaba mi grabadora y los entrevistaba; otras veces los invitaba a la cabina y así fue como logramos las primeras entrevistas.
Esa producción duró un año, de 2003 a 2004, y en febrero de 2005 empezamos Vibración Azul, un nuevo programa que ya era en vivo. Nos fueron moviendo de horario, estuvimos a las doce de la mañana, a la una de la tarde, a las siete de la tarde, a las nueve de la noche, y había retransmisiones.
Ese mismo año, Jorge Fernández de Castro y Pablo Argüelles, de Solo Jazz, y Alberto Gutiérrez, de Tiempo de Jazz, lanzaron una convocatoria para que nos reuniéramos todos los productores de programas de radio de jazz del país en Xalapa durante el festival JazzFest. Yo, la verdad, no quería ir porque no me sentía con la experiencia suficiente como para decir represento a Colima, pero mi jefa de ese momento siempre ha hecho mucho hincapié en lo importante que es reconocer tu proceso como productora y gestionó todo para que Pibe y yo fuéramos a Xalapa a formar parte de ese encuentro de Radio Jazz [Radio Jazz es un proyecto conjunto en el que participan muchos productores de radio y comunicadores especializados en jazz de todo el país].
Yo vivía con mis papás y coincidió que en esa fecha había el compromiso familiar de ir todos a Torreón porque tenía como cinco o diez años que no íbamos todos juntos. Yo dije que me iba a Xalapa y fue muy difícil porque mi mamá no entendía por qué yo le daba más importancia a ir al festival —y además, me iba con el novio (risas)—; yo me sentía terriblemente mal, pero mi papá me apoyó mucho, me escribió una carta en la que me dijo que si estaba en la búsqueda de algo profesional y ese era el camino, que lo siguiera. Y me fui con esa división, con la resistencia materna y la aprobación paterna

Noche de luna en Xalapa / noche que huele a jazzmín…

Llegamos y si me sentía chiquita antes de irme, ahí me sentí minúscula (risas) porque me di cuenta de que había producciones que tenían más de quince años, que todos eran unos másters, que conocían toda la información. Ahí conocí a Oxama [Óscar Javier Martínez], a Alain Derbez, al que ya había leído; ya había oído hablar del libro ¡Caliente! Una historia del jazz latino, de Luc Delannoy, y ahí conocí a Luc. Llegar y conocer a todas estas grandes personas que admiraba muchísimo, y coincidir y dialogar y escucharlos, y ver a esos grandes músicos, fue impresionante.
Yo había visto música en vivo en el café Uno, dos, tres, pero ahí tocaban covers y standards, pero ver a Eugenio Toussaint, a Gabriel Puentes, a Agustín Bernal; además, ver a todos los estudiantes que estaban tan intensos tocando y estudiando fue muy impactante para mí.
Además, Xalapa es maravillosa y muy, muy bonita; le tengo muchísimo cariño a ese festival y a ese encuentro porque fue un click tremendo, me cambió todo, ahí es cuando me di cuenta y dije esto va en serio, quiero hacerlo, quiero dedicar mi vida a promover el jazz y a la radio. Fue bien orgánico, ahí me sentí —y así me sigo sintiendo— con el deber profesional y ético de promover el jazz, además, estamos en una radio pública, una radio educativa y creo que debe tener siempre un espacio para el jazz.
Actualmente, Vibración Azul pasa de lunes a viernes de tres a cuatro de la mañana y luego se repite de nueve a diez de la noche. En Colima puede escucharse por la frecuencia de 94.9 y en otros lugares por Internet en la página de la Universidad de Colima.

 

 

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: La vida es un festival

 

 

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