El domingo pasado se cumplieron veinticuatro años de ausencia de Ella Fitzgerald, la gran dama del jazz, la reina del scat que, sin embargo, llegó al canto por azar: a los diecisiete años se presentó en el concurso de aficionados del Apollo Theater de Harlem. Se inscribió para participar como bailarina, pero cuando llegó su turno, la paralizó un ataque de pánico escénico y lo único que atinó a hacer fue cantar a capella. Nadie, ni ella misma sabía que podía cantar pero lo hizo con tal vehemencia que el teatro enmudeció y cayó a sus pies cuando terminó. Años después, en una entrevista comentó: «Una vez allí (en el escenario), sentí la aceptación y el amor de mi audiencia… Sabía que quería cantar ante la gente el resto de mi vida».

En enero de 1935 se presentó con la banda Tiny Bradshaw en la Harlem Opera House. Ahí la escuchó el baterista y líder de banda Chick Webb y la contrató. Pronto se convirtió en la estrella de la orquesta y a la muerte de Webb, en 1939, tomó la batuta y dirigió la banda hasta 1942, cuando decidió emprender su carrera de solista. El empresario judío Norman Granz la integró al elenco de las giras Jazz At The Philharmonic, en las conjuntaba grandes figuras del jazz como la propia Ella, Duke Ellington, Oscar Peterson, Dizzy Gillespie, Jimmy Smith, Stan Getz, Roy Eldridge, Coleman Hawkins, Illinois Jacquet y muchos otros más.

Tuvo una larga y exitosa trayectoria, cantó al lado de los grandes del jazz, se presentó en escenarios de todo el mundo con salas llenas de seguidores que la aclamaban, ganó muchos premios, entre ellos trece premios Grammy, grabó más de doscientos álbumes y vendió más de cuarenta millones de ejemplares. En 1964, en el Festival de Antibes Juan-Les-Pines, el azar le tenía deparada otra sorpresa. Así la narran Gérald Arnaud y Jacques Chesnel en su libro Los grandes creadores del jazz:

«Con Tommy Flanagan al piano y el trompetista Roy Eldridge, Ella empieza a cantar Mack The Knife. A los pocos compases desde un pinar cercano suena el canto de unas cigarras que le interrumpe. Entonces, Ella arranca con un blues improvisado sobre el ritmo que los insectos le marcan… Al terminar dedicará esa canción espontánea a sus amigos insectos y la titulará Cricket Song».

Como todos los afroamericanos, Ella protagonizó muchos episodios de racismo, uno de ellos fue superado por la intervención de Marilyn Monroe, la propia cantante lo relata:

«Tengo con Marilyn Monroe una deuda real. Fue por ella que canté en el Mocambo, un club nocturno muy popular en los años 50. Ella personalmente llamó al dueño del Mocambo y le dijo que quería que me contratara de inmediato, y que si lo hacía, tomaría un mesa delantera todas las noches. Le dijo, y era cierto, que debido al estatus de superestrella de Marilyn, la prensa se volvería loca. El dueño dijo que sí, y Marilyn estaba allí, en la mesa delantera, todas las noches. La prensa se fue por la borda. Después de eso, nunca tuve que volver a tocar en un pequeño club de jazz. Era una mujer inusual, un poco adelantada a su tiempo. Y no lo sabía».

«En septiembre de 1986 —se informa en su página web—, Ella se sometió a una cirugía quíntuple de derivación coronaria. Los médicos también reemplazaron una válvula en su corazón y le diagnosticaron diabetes, a la que culparon por su visión defectuosa. La prensa transmitía rumores de que nunca podría volver a cantar, pero Ella demostró que estaban equivocados. A pesar de las protestas de familiares y amigos, incluido Norman, Ella regresó al escenario y siguió adelante con un horario exhaustivo.

«En la década de 1990, Ella había grabado más de 200 álbumes. En 1991, dio su último concierto en el famoso Carnegie Hall de Nueva York. Fue la 26ª vez que actuó allí».

En 1993 recibió un fuerte embate de la diabetes, le fueron amputadas ambas piernas. Al salir del hospital se retiró en su casa de Beverly Hills. Pasaba las tardes en el patio trasero acompañada de su hijo Ray y su nieta Alice. «Solo quiero oler el aire, escuchar a los pájaros y escuchar reír a Alice», decía.

El 15 de junio de 1996, antes de abandonar el patio, lo miró largamente y dijo: «estoy lista para irme ahora». No fue un presagio, fue un aviso, murió esa misma noche.

Ese mismo año, Wislawa Szymborska ganó el Premio Nobel de Literatura. En su último poemario, Aquí (2009), la poeta elevó una plegaria a su admirada cantante.

 

Ella Fitzgerald en el cielo

(Wislawa Szymborska)

Le rezaba a Dios,
le rezaba ardientemente,
para que hiciera de ella
una feliz chiquilla blanca.
Y si ya es tarde para esos cambios,
pues al menos, Mi Señor, mira cuánto peso
y quita de aquí como poco la mitad.
Pero el misericordioso Dios dijo No.
Simplemente puso la mano en su corazón,
le miró la garganta, le acarició la cabeza.
Y cuando todo haya pasado—añadió—,
me llenarás de júbilo viniendo a mí,
mi alegría negra, mi tonel cantarín.

(Traducción de Gerardo Beltrán
y Abel A. Murcia Soriano)

 

 

https://youtu.be/PbL9vr4Q2LU

 

 

 

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