«Es curioso cuando uno está así, uno quisiera dar una sensación de confort, una palabra, pero esa palabra no existe y uno se culpa de no poder inventarla» profiere Ehécatl Ríos en La palabra que no existe, texto inaugural de un proyecto que, merced a esas líneas, ha sido denominado Las palabras que no existen.

En medio de tantos males que no curan ni cientos de mezcales, los bípedos inteligentes y pensantes —o al menos eso nos hemos hecho creer— del siglo XXI tenemos una ventaja sobre las víctimas de epidemias antecesoras, un desarrollo tecnológico que ha sobrepasado la imaginación de los pretéritos ficcionadores del futuro. Ni Verne, ni Orwell, ni Bradbury, ni Asimov previeron orquestas sinfónicas, agrupaciones de jazz, coros majestuosos, montajes teatrales realizados por solitarios intérpretes aglutinados en una pantalla, y disfrutados por nutridos públicos constituidos por entes confinados en sus claustros de barro y de concreto pero no enjaulados en su cuerpo merced a estas novedosas «extensiones de la memoria y la imaginación» (¿es necesario decir que parafraseo a Borges?).

Los artistas, especialmente, los escénicos, han encontrado la manera de no silenciarse ni ponerle pausa a su quehacer solo porque un bicho abominable anda por el mundo demostrándole a la humanidad que no es como se pinta, que está muy lejos de ser la suprema mandamás de la naturaleza. En esta contingencia, han brotado borbotones de iniciativas que, con mayor o menor éxito, se han dispersado por todo el mundo; las presentaciones cibernéticas han coadyuvado a la liberación, al menos temporal, de los aprisionados y han ayudado a los artistas a conseguir algunos ingresos, merced a los cuales han podido proveerse de lo indispensable en tanto pueden volver a los lugares a los que pertenecen: los escenarios, las galerías, la calle.

El viernes 19 de junio, desde Xalapa se lanzará al mundo una nueva alternativa, Las palabras que no existen, proyecto que consiste en colectar textos breves —en prosa o en verso—, grabarlos, hacer una producción de audio que será enviada a algún artista visual para que genere una obra a partir de las atmósferas auditivas y el impacto emocional que le hayan provocado. Finalmente se hará un video con la obra resultante y se presentará al público. La obra visual se pondrá a la venta y el dinero se entregará íntegramente al creador, y se solicitarán donaciones que se repartirán de manera equitativa entre el autor del texto, la narradora, el productor de audio y el productor de video.

El equipo de producción está conformado por Georgina Escobar en la narración, Elier Contreras —de Punto Clave Xalapa— en el diseño sonoro y Wess Montoya en la edición de video. Los narradores y los creadores visuales serán distintos en cada entrega.

«Obstinados, deseamos que este confinamiento no nos paralice de hacer lo que nos ha salvado la vida en momentos tan críticos como esta pandemia. Buscamos unir fuerzas creativas, crear alianzas con los espectadores y creer en la epifanía de convertir las piedras en pan —yo agregaría algo más importante: el agua, en vino—, haciéndole frente al confinamiento con nuestra mejor herramienta, el quehacer artístico», declaran los creadores del proyecto.

Es norma que el lenguaje millennial se valga del inglés para nombrar sus invenciones, estos videos breves —su duración oscilará entre uno y seis minutos— se llaman time labs, se estrenará uno cada viernes a las nueve de la noche. El primer trabajo es, justamente, el texto La palabra que no existe, de Ehécatl Ríos, y su traducción visual, encomendada a Adán Days, artista originario de la Ciudad de México. La transmisión se realizará a través de Facebook, YouTube e Instagram, en las tres con el nombre Las palabras que no existen.

 

 

 

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