Conocí a Guillermo Barrón en octubre de 2013, en el Sexto Festival Internacional JazzUV, edición en la que tuvo un par de intervenciones: en la presentación del disco Mi camino, del bajista morelense Emiliano Coronel, para cuya presentación unió su voz a la de cuatro músicos de gran vitalidad y contundencia: el guitarrista Ilán Bar-Lavi, el pianista Axel Tosca, el baterista Giovanni Figueroa y el percusionista Guillermo Barrón. Unos días después, Rafael Alcalá formó un cuarteto con dos jóvenes músicos chilenos que fueron invitados al festival: la saxofonista Melissa Aldana y el contrabajista Pablo Menares; Barrón fue convocado para hacerse cargo de la batería.
Al siguiente año, Renato Domínguez nos presentó, pero Guillermo estaba por abandonar Xalapa y no pudimos platicar, sin embargo lo he seguido a través de YouTube, ya en el proyecto Huazzteco del pianista potosino Samuel Martínez, ya en proyectos de flamenco, ya con su propio proyecto de jazz latino. Desde hace cinco años vive en Nueva York, sin embargo, gracias a la magia de la tecnología, hace un par de semanas pude platicar con él y me habló de sus orígenes musicales, de paso por la Facultad de Música de la UV, por el Conservatorio de Puerto Rico, por JazzUV —como docente— y de arribo y su trayectoria en la ciudad de los rascacielos.

Donde el águila paró / y su estampa dibujó / en el lienzo tricolor

Soy Guillermo Barrón Ríos, nací en San Luis Potosí, en la capital del estado, el primero de marzo de 1985. Desde que tengo memoria escuchaba música en mi casa, mi papá y mi mamá eran grandes amantes de la música, unos melómanos. Mi papá falleció en noviembre del 99, mi mamá sigue con vida. Mi papá tocaba, de manera autodidacta, un poco de guitarra, un poco de piano, algo de armónica y cantaba, y le gustaban muchos estilos de música, especialmente las bandas: Benny Goodman, Duke Ellington, Henry Mancini, mucho swing; también le gustaba el jazz tradicional, le gustaba mucho Louis Armstrong. Tenía muchos discos de acetato y yo recuerdo, desde muy temprana edad, que él siempre estaba escuchando música.
Mi mamá tocaba algo de piano, lo estudió muy joven. Mis dos papás son de Fresnillo, Zacatecas, y me contaban que desde pequeños oían jazz en la radio; en Fresnillo había una minera, llegaban muchos norteamericanos y llevaban orquestas a los bailes. Yo creo que a ellos les gustaba el jazz porque en esas épocas, en la radio ponían esa música; y a mí, desde pequeño ya me gustaba el jazz porque mi papá lo ponía en la casa.

Una piedra en el camino / me enseñó que mi destino / era tocar y tocar…

Hay una anécdota, de la que no me acuerdo pero me la platica una tía, hermana de mi papá: cuando yo tenía como tres años y medio, tomaba una piedra y me ponía a tocar en varias partes de la casa para ver cómo sonaba en diferentes superficies: en la pared, en el piso, en la mesa. Creo que ése fue mi primer encuentro con la percusión. Mi tía Luz María, que todavía vive en Fresnillo, conserva esa piedrita.
Somos dos hermanos: mi hermana mayor, Lizette Barrón, actualmente se dedica al baile —baila flamenco—, pero empezó con la música, tocó muchos años piano clásico y tocaba en bandas de rock. Ella es una influencia muy fuerte para mí en la música. Ella tenía un gran amigo en la secundaria que tocaba batería, el papá de ese amigo tenía una tienda de música y me metieron a clases de batería rock con él, pero nunca me compraron una batería porque lo veían como un hobby y decían que es un instrumento muy ruidoso, y yo me llegué a decepcionar un poco porque me decían no te vamos a comprar batería, más adelante veremos, entonces yo decía para qué sigo con esto si no tengo un instrumento para practicar, sin embargo quería seguir en la música y aunque estaba en un edad muy corta como para decidir un instrumento, pedí que me metieran a clases de guitarra.

Voz de la guitarra mía…

Como a los siete años o siete años y medio me metieron a clases de guitarra clásica. Tengo un tío, hermano de mi mamá, que vive en Fresnillo, Zacatecas, que toca de manera autodidacta, nunca estudió pero también es súper aficionado a la música, toca la guitarra, canta boleros, compone, es muy talentoso; él me enseñaba acordes sencillos y cosas en la guitarra. Mi papá también me enseñó algo, entonces le fui agarrando cariño a la guitarra. Luego me compraron una guitarra eléctrica.
Estuve con la guitarra hasta los diez u once años, tocaba como aficionado, nada del otro mundo, pero siempre sentía algo muy fuerte con la música; todavía no sabía que me iba a dedicar a eso pero sentía algo súper fuerte, también porque mi hermana estaba estudiando mucho en ese tiempo, inclusive se quiso ir a estudiar a México al conservatorio pero, como pasa muchas veces, mis papás no la apoyaron porque no creían que de eso pudiera vivir. Mi hermana tuvo esa mala experiencia, sin embargo siguió estudiando en San Luis con diferentes maestros, en diferentes escuelas; yo seguía viendo cómo le echaba ganas y eso me motivaba mucho.

Al jazz

Mi hermana se acercó al jazz porque conoció al maestro Jorge Martínez Zapata —que en paz descanse—; fue un gran educador del jazz, es un icono en San Luis Potosí. Por medio de él conoció a su hijo Jorge Martínez Herrera, actualmente es su pareja, ya tiene muchos años con él. Jorge y su hermano Samuel iban mucho a la casa y llevaban muchos discos de jazz, eso me motivaba mucho, aunque también me gustaba el rock, especialmente el rock mexicano de ese tiempo; bandas como la Maldita Vecindad, Caifanes, Café Tacuba me gustaban mucho —por eso la idea de la guitarra eléctrica—, pero a su vez escuchaba el jazz y también me gustaba mucho.

Con Ramón a la percusión

Aunque la música tenía mucha fuerza para mí, la guitarra no era algo que me empujara a decir me voy a dedicar a esto, lo veía como un hobby. Mi papá tenía el primer disco de Santana —se llama «Santana» (1969) y tiene en la portada un león en blanco y negro dibujado a mano—, hacía mucho que lo tenía pero como tenía una gran colección de discos, no lo había puesto, el día que lo sacó y lo puso, escuché el sonido del tambor y dije wow ¿qué es ese instrumento?, y me enganchó, me llamó muchísimo la atención; casualmente, mi hermana y Jorge —que en ese entonces ya era su novio— estaban tomando clases de percusión con un maestro que acababa de llegar a San Luis Potosí que se llamaba Ramón Nieto —en paz descanse, falleció hace como cinco años—. Cuando yo ponía ese disco, ella me decía son congas y eso estoy estudiando para aprender más de los ritmos que vienen de Cuba o del Caribe en general, son instrumentos que vienen de África; este maestro acaba de llegar, si te interesa, ve un día a nuestras clases, y dije claro, me encantaría.
Yo estaba en la primaria y la clase de percusiones era a la hora en que salía; a veces iba por mí mi mamá, a veces mi papá y a veces mi hermana, cuando le tocaba ir a ella, se salía a media clase y regresaba conmigo. Me ponía a tocar en una mesa porque no había suficientes tambores, pero de repente me soltaban una conga y me ponía a darle; era una clase muy básica para gente que no sabía nada de percusión y me venía como anillo al dedo. También había bongós y le dije a mi papá oye, yo quiero aunque sea unos bongós para empezar a explorar, para empezar a practicar, y quiero tomar clase particular con este maestro, me gustaría saber más. Por la escuela y por las ocupaciones del maestro, que se empezó a llenar de chamba, no pude tomar clases con él en ese momento.
El maestro Ramón Nieto es de Guaymas, Sonora, pero se fue a vivir un tiempo Baja California, no recuerdo si a Tijuana o a Mexicali pero me contaba que había mucho movimiento de música caribeña porque había muchos cubanos. Ahí aprendió a tocar, después su fue un tiempo al DF y luego se fue a vivir a Los Ángeles en la época de las orquestas de Tito Puente, Tito Rodríguez, Cal Tjader. El maestro Ramón no solo tocaba percusión, también era buenísimo arreglista, tenía conocimientos básicos de piano, de guitarra, de tres, de bajo y sabía cantar, era un músico muy completo. Conocía muy bien la tradición de la música afrocubana, tenía influencia de Mongo Santamaría, de Armando Peraza, de muchos percusionistas de la vieja escuela
Otro de los momentos que me motivaron mucho a estudiar percusión fue cuando vi a este maestro tocando en un concierto con el maestro Jorge Martínez Zapata. Presentó su disco, tenía algunos temas de latin jazz y lo invitó a tocar dos o tres temas con la conga, y también cantó algo, cuando lo vi dije con más razón quiero estudiar con él quiero, tomar clases.
Un par de años después de que iba con mi hermana a la clase del maestro Ramón, mi papá ya me había comprado congas y bongós —mi papá siempre me apoyó—, contactamos al maestro y empecé a tomar clases con él. Empecé a estudiar con el maestro en enero del 99 —yo tenía trece años— y en noviembre de ese mismo año, falleció mi papá. Yo ya tocaba intuitivamente y cuando tomé clases privadas con el maestro, me puse a practicar mucho, lo agarré muy en serio; llegaba de la secundaria, aventaba mi mochila y lo primero que hacía era agarrar la conga y practicar por horas lo que me ponía mi maestro, mi mamá me hablaba a comer y yo seguía practicando, casi que me tenía que llevar de las orejas a comer.

Hueso primo

Samuel y Jorge Martínez Herrera tenían un grupo de jazz y algunas cosas de latin jazz que se llamaba Polirritmia, era dirigido por Samuel. Necesitaban un lugar para ensayar y como mis papás eran súper aficionados a la música, y además, Jorge era pareja de mi hermana, dijeron bueno, pues que vengan a ensayar a la casa; entonces todo coincidía, todo se iba dando, yo llegaba de la secundaria y a veces ellos estaban ensayando y yo me sentaba a verlos. Tenían un percusionista que se llama Carlos Hernández, es amigo mío y sabía que yo estaba estudiando porque él también tomaba clases con el maestro Ramón; también el baterista del grupo, Manuel Cossío, era alumno del maestro. Como ya sabían que yo estaba estudiando, en el ensayo me decían ven, toca algo con nosotros y Samuel veía mi entusiasmo. Tenían algunos huesos en cafés, en lugares de San Luis. En marzo, poco después de que cumplí catorce años, iban a tener un hueso y me dijeron:
—¿No quieres tocar con nosotros?, te pagamos
—¿En serio?
—Sí
—Wow, sí, con mucho gusto
Me sentí muy contento de que eso sucediera. Después de ese concierto, a veces me invitaban a tocar, tal vez todavía no era un profesional pero ahí comenzó mi carrera porque yo creo que en el momento en que te presentas al público y te pagan, ya estás comenzando tu carrera. Agradezco mucho que, aunque todavía estaba muy verde, me hayan dado esa oportunidad, eso fue súper importante para mí.
Me siguieron invitando al grupo Polirritmia, inclusive salió una gira que se llamaba Gira Centro Occidente, era un apoyo que daba la Secretaría de Cultura de San Luis, Polirritmia recibió este apoyo y decidieron invitarme, no pagándome pero para compartir, para aprender. Yo quería ir pero chocaba con algunas fechas de la escuela, entonces, mis papás solo me dejaron ir algunas de estas fechas, solo hice la primera parte porque empezó en verano pero luego ya había que entrar a clases. Seguí con ese grupo como dos años más.

Fue una luz / que iluminó todo mi ser…

Seguí estudiando, seguí practicando, seguí con la inquietud de conocer otros tipos de música; aunque yo estaba más familiarizado con la onda de Mongo Santamaría, Tito Puente, todo eso que me recomendaba mi maestro, me empezó a interesar algo más moderno. Como joven pianista, Samuel Martínez empezaba a seguir a gente como Emiliano Salvador, Gonzalo Rubalcaba, Chucho Valdés y su grupo Irakere; yo también empecé a escuchar eso y trataba de tocar encima de los discos, no era tan fácil porque requería otro nivel técnico: eran otras velocidades, otro swing, otra manera de tocar, pero no hay mejor manera que intentarlo, intentarlo. Estos maestros son inigualables, pero por lo menos trataba de acercarme lo más posible, a la fecha lo sigo intentando (risas), no es que ya lo haya logrado, pero te comento esto porque fue una motivación muy fuerte, fue algo muy grande escuchar a estos maestros. En esa época era más difícil porque no había de redes sociales, no había YouTube, el Internet todavía no era tan popular en México, ya había CD pero todavía no existían los quemadores, entonces me grababan mucha música en casetes. También me gustaba el jazz tradicional, lo escuchaba mucho; lo sigo escuchando mucho, yo me considero un aficionado del jazz tradicional aunque no lo ejecute tanto, pero desde pequeño me gusta mucho por la influencia mi hermana y de sus amigos, que también se convirtieron en mis amigos y mis mentores, me pasaban mucha música de Gil Evans, Charlie Parker y me gustaba.

Al son que me bailen, toco

En ese mismo tiempo, mi maestro Ramón tenía un grupo de música tradicional cubana: son, guaracha, bolero. Me invitó a tocar y también fue muy bonita experiencia, muy enriquecedora, aprendí mucho. Estuve en diferentes períodos, entraba y salía porque, aunque me llegó a invitar a que estuviera de base, yo tenía la escuela y no podía siempre. Después estuve con un grupo de salsa de San Luis que se llamaba Los Soneros, era de un bajista que se llama Juan Carlos Hernández que me invitó a tocar conga y bongó. Ya tenía percusionistas pero me invitó porque quería hacer más grande la banda, quería tener tres percusiones. Con esta banda tocaba los fines de semana, a esa edad ya me podía desvelar los fines de semana porque no chocaba con la escuela. Ahí estuve también como dos o tres años, fue otra etapa muy buena, muy enriquecedora.
Después me metí a estudiar teoría musical, solfeo, armonía, con el maestro José Martínez Zapata porque quería aprender a leer, aprender más de la música, no solo estar con el tambor; hay gente que decide eso y está bien, pero yo quería ir más allá. Estuve como seis años tomando clases con él y me sirvió muchísimo, a la fecha me sigue ayudando mucho.
Todo esto que te comento, fue en el 99.

De la calle a la catedral

A los quince años estudié percusión clásica con un maestro ruso que se llama Valentín Galkin, él llegó con un grupo grande de músicos que integraron la Orquesta Sinfónica de San Luis Potosí. Yo tenía la intención de conocer más instrumentos de percusión y la cuestión de la lectura, y decidí entrar con él para que me instruyera. Estuve un buen tiempo con él.
Mi hermana, que siempre fue mi guía, me habló de escuelas de música de las que tenía referencia por amigos, un día me dijo deberías ir a ver a Xalapa, a lo mejor es una buena opción, yo tengo un amigo que estudia allá, platica con él y a ver qué te parece, ya después vemos cómo comencemos a mi mamá (risas), creo que entre los dos va a ser más fácil. Hablé con su amigo —amigo mío ahora, Paco Malacara—, él estaba estudiando en la Facultad de Música [UV] y también tomaba clases privadas. Me dijo que el ambiente estaba buenísimo, que había buenos percusionistas, y no solo en el área clásica, sino que podía aprender de mucha gente, y eso me motivó. Yo ni siquiera conocía Xalapa, ni sabía si estaba fácil el ambiente pero había algo que me decía yo tengo que ir ahí.

La primera batuta

Cuando falleció mi papá, yo estaba en segundo de secundaria, seguí con la música, terminé la secundaria, entré a la prepa y dije voy a tratar de olvidarme un poco de la música, no combinarla con mis estudios, no entrar a talleres de música ni nada de eso porque quiero hacer bien la prepa, no quiero distracciones porque quiero irme lo más pronto a Xalapa. Pero había mucha gente que sabía que me dedicaba a la música, había algunos maestros que me habían visto tocando en grupos y algunos, inclusive, eran músicos y hacían cosas administrativas en la prepa en la que yo estaba, entonces fue muy difícil porque ellos siempre me sugerían que me involucrara en las cosas de música de la escuela.
Estudié en una escuela que se llama Cobach Número 28, pertenece a un sistema de colegios de bachilleres, ahí había una maestra que daba física pero también llevaba una rondalla, no era músico pero se encargaba de organizarla y de meter a chavos que eran músicos; un día me dijo:
—Oye, quiero que toques requinto en la rondalla —creía que por ser músico, uno toca todo
—Yo no toco el requinto, yo toco percusión
—Ah, pues toca algo de percusión —de verdad, esa maestra ni sabía ni tenía idea
—La verdad es que no me gusta y no quiero hacer algo que no me guste, y no quiero involucrarme en actividades musicales en la escuela, pero si quieren que me involucre, déjeme armar algo, porque si lo voy a hacer, que sea algo que me guste
—Está bien, hazlo, si no nos gusta, pues te metes a la rondalla —quería que a fuerza estuviera en algo musical (risas)
—Bueno, está bien
Yo tenía unos compañeros que conocía de la secundaria a los que también les gustaba la música y tocaban algo, y dije con ellos voy a armar un taller. Había otro gran maestro, Jorge Luis González Meza de Alquizar, un cubano que por azares de la vida llegó a San Luis y tenía un grupo, precisamente, con mi maestro Ramón Nieto. Aunque San Luis es un ciudad, el movimiento musical es muy pequeño, y en ese tiempo era más pequeño todavía, entonces todos nos conocíamos y coincidí con Jorge Luis en un grupo, hicimos muy buena amistad y también lo considero mi maestro, es otro de mis mentores.
Le dije a los del taller que tenían que tomar clases con Jorge Luis porque esta música tiene su dificultad, y todos jalaron, estuvo chido porque sus papás los apoyaron y les pagaron las clases, y Jorge nos ayudaba y ni me cobraba, yo le decía échame la mano, quiero ver cómo va sonando el grupo, qué podemos mejorar, y lo hacía de buena voluntad.
Al grupo le pusimos Son 28, por el Cobach 28. En el tres cubano estaba Isaí Flores —un gran amigo que ahora es actor, un artista muy talentoso desde ese tiempo, su papá es músico y también hacía cosas de artes plásticas—; en el bajo estaba Guillermo Contreras; en la guitarra, Jonathan Sánchez; en la trompeta, Emanuel González; en la voz, Ricardo Preciado; en la percusión, Ramón Parra; y yo en la percusión y la dirección
Con este grupo ganamos concursos de muestras artísticas que se hacían en las prepas. Al final me terminó gustando haber hecho este taller porque aprendí mucho, fue el primer grupo que dirigí, mi primer reto como líder de banda. Fue muy padre la experiencia y me sirvió muchísimo para dirigir mis proyectos después.
Con este grupo, también nos salieron tocadas por fuera; nos salió una chamba en un lugar que todavía existe en San Luis que se llama Café Los Frailes, tocábamos cada sábado ahí, llegamos a tocar como un año seguido sin parar. Después, en otro lugar que se llamaba el Delirio Azul nos ofrecieron un poco más de dinero y nos salimos de Los Frailes para trabajar en el Delirio Azul, estuvimos en ese bar hasta que lo cerraron. Cuando tocábamos fuera de la escuela, el grupo se llamaba Clave de Son, en esas tocadas nos apoyaban Juan Pablo Rivera, en la voz, y Francisco Torres en el saxofón alto.

Huazzteco

También tocaba con otras bandas de salsa y de latin jazz, Polirritmia ya había desaparecido pero Samuel tenía sus proyectos y yo tocaba con él. Cuando Samuel armó el proyecto Huazzteco, creo que en el 2001, me invitó a tocar percusión. En un momento, tuve que tocar la batería porque no había disponibilidad de bateristas de jazz, Karina Colis —una baterista potosina— se habían ido a estudiar a Berklee [College of Music], y Manuel Cossío —que había sido baterista de Polirritmia— también se había ido a estudiar a Berklee, entonces Samuel me dijo:
—Oye, éntrale a la bataca
—Sí, está bien, voy a volver a darle; sí me late
Y retomé la batería por ahí del 2000 o 2001.

 

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: De la ciudad de las flores a la perla de los mares
TERCERA PARTE: ¿Cuál es la prisa?
CUARTA PARTE: Luces de Nueva York

 

https://youtu.be/NjNBfyE_T7A

 

 

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