Sin esperarlo, sin previo aviso, sin predicción o proyección, el mundo, el mundo entero, hemos vivido semanas que están cambiando paradigmas, status quo, certidumbres. Me parece que esta primavera mundial podría compararse a otros momentos históricos de gran cambio o incluso de revolución ética, moral y social, no de un país, sí de nuestra circunstancia histórica, de nuestra humanidad.

Durante siglos hemos vivido en el paradigma judeocristiano. Un paradigma que se basa en una interpretación maniquéa entre el bien y el mal. El éxito principal de este paradigma ha sido precisamente que se trata de una idea que no está basada o fundamentada en la realidad, en la naturaleza como dice Nietzsche, sino en un ideal, en un modelo fuera de la realidad, en un discurso que muchas veces contradice la naturaleza y la realidad, y en una idea absoluta de la verdad.

Dentro de ese pensamiento de la modernidad como un continuo de la metafísica, se encuentran todos los discursos modernos sobre la sociedad, desde la concepción del Estado como un contrato social, las constituciones nacionales, las leyes, que finalmente han dado paso a los estados nacionales como constructo social y contrato social, al igual que las ideas de libertad, igualdad, derechos, etc., independientemente que se ubiquen desde un pensamiento de derecha, izquierda, centro, etc.

Los derechos humanos igualmente son parte de este continuo del paradigma moderno y, como lo señala Zizek, son finalmente un discurso de la modernidad, que, como otros ideales del pensamiento metafísico paradigmático, muchas veces se separan de la realidad o no parten de la realidad, sobre todo cuando parten de un ideal que no corresponde exactamente con la realidad que se describe y que se pretende o postula superar.

Lo que sí es parte de la naturaleza y de la realidad es el ser humano concreto, vivo, que se relaciona con él mismo, con los demás y con su entorno. Son las relaciones humanas y la forma cómo las ejercemos y cómo las interpretemos lo que nos posibilita unas cosas o nos imposibilita otras.

Esa forma de relacionarnos es un dato de la realidad, pero si la hacemos bajo un prejuicio, un ideal, una ideología, o un concepto de verdad, se distorsiona la relación, la forma de relacionarnos.

John Rawls tuvo una idea genial con su concepto del velo de la ignorancia. Si bien él también es heredero de ese discurso del contractualismo social para fundar al Estado y sigue la tradición del pensamiento metafísico, esta idea del velo de ignorancia abre la pauta para imaginarnos en una elección de nacer en una sociedad donde no sabemos qué lugar nos tocará en ella. A partir de esta ignorancia se puede fundamentar un nuevo discurso de los derechos humanos basado en la propuesta de tratar a la otra persona como si yo mismo pudiera estar en su posición o la otra personas pudiera estar en mi misma posición.

El valor de las personas no surge a partir de su color, o de su sexo y género, o de su grupo étnico, o nivel económico. Surge a partir de su acción, de su poder de acción y transformación. Con base en ello, las relaciones entre las personas no deberían tener nada que ver con esas características personales y circunstanciales, sino que tendrían que ver con la ética, una ética basada en el respeto a otro diferente.

Para esa relación entre las personas es fundamental no basarla en una concepción de la verdad, o de un ideal o una moral exterior, como lo ha planteado el pensamiento metafísico y la tradición judeocristiana.

La revolución de esta nuestra primavera 2020, puede compararse a la Revolución francesa, a las independencias de Estados Unidos y de Latinoamérica, a Tiananmén, y sobre todo a la caída del Muro de Berlín y del bloque soviético, porque fueron movimientos o revoluciones desde la sociedad, como una erupción espontánea y caótica frente a la realidad, no como una revolución de un grupo de poder, o bajo una idea o ideal de poder.

Me parece que lo que está en juego hoy es el concepto del poder. Independientemente de las constituciones de los estados nacionales modernos, que finalmente tienen, bajo cientos de diferencias, una similitud bastante fuerte en general, lo que está sucediendo a nivel mundial es el surgimiento de un nuevo tipo de ciudadano mundial, un nuevo tipo de sociedad civil mundial.

Esta nueva sociedad civil mundial y sus formas de manifestarse -y esa es la gran novedad y quizá la parte revolucionaria- es que no se está dejando llevar por un ideal o un concepto de verdad. Simplemente está reaccionando al estado de cosas tal y como hoy en día está, es decir, al orden establecido.

Se trata de ciudadanos mundiales que no están de acuerdo con esos modelos metafísicos de verdad absoluta y discursos modernos dados, incluyendo el discurso de los derechos humanos, y están exigiendo algo que faltaba en todos los discursos modernos: justicia. Una justicia no conforme a un concepto de verdad o un ideal mental, sino una justicia como un regreso a la naturaleza, a la realidad.

Esta nueva sociedad civil mundial no tiene un ideal ideológico (marxismo-comunismo por citar un ejemplo) o religioso (cristiano, musulmán, etc.); no parte de una meta o finalidad establecida en un ideario o de una concepción prestablecida de una nueva sociedad. Esta sociedad civil mundial, busca una nueva forma de relación entre las personas, entre las instituciones y entre los países. Una relación basada simplemente en la justicia, en la realidad, en la naturaleza, en el respeto de todos y todas; basada en una justicia definida desde la dignidad de todas las personas.

El problema que veo para el futuro próximo es que el Estado, los estados nacionales, las autoridades, las empresas, las instituciones, no están todavía dispuestos a cambiar esas relaciones de poder basadas finalmente en el discurso metafísico y judeocristiano. Así las cosas, vendrán años y décadas de revolución donde la lucha se centrará en el cambio de esas relaciones, donde están, por un lado, esta nueva sociedad civil mundial, y por el otro, los poderes “tradicionales” fundados en el discurso o los discursos de la modernidad, obsoletos y caducos hoy en día.

Esta revolución de la primavera de 2020 tiene su centro en la demanda de justicia. Eso es lo que se busca, y eso es lo que se debe lograr. El reclamo de justicia como principio rector de una nueva sociedad. No los derechos humanos, no la libertad, no la igualdad, no la paz. Esas revoluciones ya se lograron. Nos falta la justicia.

Los jóvenes que están en las calles hoy, no tiene nada que perder. Se manifiestan por un nuevo orden social que sea más justo para todos y todas.