Son más de las dos de la mañana, la avenida Lázaro Cárdenas está casi desierta, un taxi avanza lentamente y se estaciona frente al motel, “Alondra” corre al encuentro, puede ser el único cliente de la noche.

En un día normal, el servicio sexual costaría 300 pesos, pero en medio de la pandemia del Covid-19, los clientes regatean, finalmente Alondra se sube al taxi, solo ganará 120 pesos, “Ni modo, algo tengo que sacar para la tortilla de mañana”, alcanza a decir antes de que el coche arranque.

Mientras, otras tres trabajadoras sexuales miran a lo lejos, tuvo suerte. El cierre de bares y cantinas, y el distanciamiento social han dejado en crisis al sexoservicio, si antes podían tener hasta cinco o seis clientes en una noche, hay veces que no tienen ni un cliente.

“La pandemia no nos va matar, nos va a matar el hambre”, dice Frida, que lleva más de cinco horas dando vueltas en la calle y solo ha tenido un cliente.

Por la falta de trabajo, no todas las trabajadoras sexuales salen por las noches, pero antes de eso, se contabilizan hasta 120 mujeres y hombres, desde los 20 años hasta los 60 años ofreciendo sus servicios sexuales.

El trabajo se desplomó 90 %, eso dejó a las trabajadoras en un crisis grave, tienen que pagar rentar, mantener familias, a veces dicen ni para el camión de regreso a sus hogares les alcanza.

“Nos está lloviendo sobre mojado, estamos en crisis, yo debo tres meses de renta, y lo que gano aquí es para sobrevivir, tengo créditos en financieras pendientes, en empeños”, dice una de ellas.

Frida cuenta que ante la desesperación decidieron pedir ayuda al ayuntamiento de Xalapa, apoyo para despensas y para el pago de renta, pero sólo el DIF municipal le dio despensas, lo demás nunca llegó.

Recuerdan que fueron a Palacio Municipal, llevaron las copias de sus documentos, y hasta conferencia de prensa dieron, pero ha pasado un mes, los apoyos no llegaron, “ Somos las olvidadas, no dan apoyo porque nos ven como lo peor de la sociedad”, advierte la más joven de ellas.

“Al gobierno no le importa si contagiamos o nos contagian de Covid-19, lo que quieren es nuestros impuestos, porque eso sí pagamos, para eso no importa qué somos y dónde trabajamos”, se queja otra de ellas.

Alta, de cabello rojizo, y largas pestañas, Frida recuerda que está ahí desde los 15 años, y con el dinero que obtuvo del trabajo, logró estudiar derecho en la Universidad Veracruzana, pero su condición gay, le ha traído discriminación y le ha cerrado varias puertas.

Enumera sus trabajos, a sus jefes, y recuerda con tristeza y coraje el último que tuvo “Era yo encargada de la tienda, llevaba diez años de trabajo, de un día para otro me corrieron, ni siquiera me pagaron indemnización, ni la última semana que trabajé”.

Las y los trabajadores llegan a las 9 de la noche a la avenida, se pasean por las esquinas a la caza de los pocos clientes que paran para negociar los precios, mientras platican con esta reportera, no dejan de mirar si hay oportunidad de un servicio.

Las recomendaciones de quédate en casa, la sana distancia y la protección en medio de la pandemia son apenas un discurso en este trabajo. “ Si no te digo que apenas sacamos el día, de caretas ya ni hablamos”, responde.

En esta esquina, han pasado al menos ocho trabajadoras sexuales, entre su vestimenta corta y escotada no cabe el cubrebocas.

¿ Ha cambiado el contacto físico por la pandemia?

No, todo sigue igual, lo único es que tenemos menos clientes porque cerraron las cantinas y los negocios, pero los clientes no traen nada de cubrebocas o algo, solo la protección normal – se refiere a los preservativos- .

Al final, dos de ellas se quedan ahí , estarán hasta las 6 de la mañana , hasta que el sol empieza a salir, el tráfico se hace más fluido y las primera personas llegan a la parada del camión. Esa es la señal para ir a su casa, con lo poco o mucho que ganaron en la noche.

AVC/Flavia Morales

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