En su texto Algunos aspectos del cuento, Julio Cortázar afirma: «La novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out. Es cierto, en la medida en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases. No se entienda esto demasiado literalmente, porque el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario».

En otro lugar del mismo texto dice: «… la novela y el cuento se dejan comparar analógicamente con el cine y la fotografía, en la medida en que una película es en principio un ‹orden abierto›, novelesco, mientras que una fotografía lograda presupone una ceñida limitación previa, impuesta en parte por el reducido campo que abarca la cámara y por la forma en que el fotógrafo utiliza estéticamente esa limitación».

Yo, más que entre el cine y la fotografía, equiparo la novela y el cuento con el largometraje y el cortometraje, mientras el largometrajista (disculpen el terminajo, la reclusión nos autoriza ciertos desvaríos) dispone del tiempo suficiente para detallar perfectamente sus personajes, dibujar sus escenarios, devanar pausadamente la madeja de su trama, el cortometrajista (ya encarrerado el gato…) está obligado a la contundencia, a desarrollar en pocos minutos las condiciones que propicien que el espectador sea zarandeado por la escena final. En pocos minutos debe dar los golpes que ablanden y consumar el knock-out. Es el caso de El Jazz, el cortometraje de Andrés Peralta en el que dos «agentes» siguen el recorrido de un viejo saxofonista en una noche invernal de cualquier ciudad del mundo. El acoso, que se debe a que a una hora determinada deben cumplir una misión, los lleva a una cantina de poca monta —en la que Peralta hace un guiño, a través de Dagoberto Gama, a El violín, la ópera prima del cineasta mexicano Francisco Vargas—, a un restaurante chino, al patio central de un edificio colonial. A la hora indicada, ellos mismos son sorprendidos por un acontecimiento inesperado; deben, sin embargo, cumplir su misión. Otra circunstancia inesperada entorpece el cabal cumplimiento del cometido: un problema de comunicación.

Como en un solo de jazz, a Peralta le bastan once minutos para presentarnos un personaje, intrigarnos con el objetivo de los emisarios, sorprendernos con el desenlace. Con eso bastaría, pero tiene un ingrediente extra que se agradece mucho: la música, a cargo de Rafael Bretón y Manuel de la Rosa, es jazz del de a de veras. Tras el contratiempo comunicacional, el final se queda abierto, dejo la liga de FilminLatino donde pueden verla gratuitamente y discernir cómo se resuelve la trama. Quédense en casa y no se la pierdan.

 

 

El Jazz

(dar click)

 

 

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