Como treintones que, aun viviendo en casa paterna enarbolan la bandera de la autonomía y quieren poner una pica en Flandes, algunos gobernadores del país están planteando (más como un discurso flamígero que como una propuesta cierta)  que sus estados se separen del pacto federal e, incluso, convertirse en la república del México del norte, ante un gobierno federal que maneja los recursos fiscales del país con fines meramente electorales.

Ya en Veracruz, varios personajes lo pensaron en su momento en diversas coyunturas, unas veces porque el aporte fiscal era inmensamente mayor al que regresaba del gobierno federal, otras porque –como ocurrió en los últimos años de Javier Duarte– el presidente Enrique Peña Nieto no hacía nada por amarrarle las manos y mucho menos para aportar recursos que cubrieran los enormes hoyos dejados por la corrupción histórica de este personaje hoy tras las rejas.

Y es que el pacto federal, que obliga a los estados a recaudar impuestos, mayoritariamente federales, para que el gobierno de la República reparta entre los 32 estados 15 centavos de cada peso recaudado y apenas 5 para los más de 2 mil municipios, ya empieza a hartar a muchos gobernadores que, a cambio, ven a un gobierno federal que gasta a manos llenas en programas improductivos, que en materia de infraestructura se ciñe a los caprichos presidenciales y que, incluso, ha desaparecido el fondo que permitía paliar los desastres naturales con recursos para reactivar infraestructura, empleo y producción.

Para nadie es un secreto que el esquema de gasto público, no orientado a proyectos productivos, ha hecho crack en medio de la pandemia, la caída histórica de la economía (en México y el mundo) y la escasa respuesta para fortalecer el sistema de salud para hacer frente a la avalancha que viene por el Covid-19 y por la quiebra de las empresas, en particular, las pequeñas y medianas empresas que generan siete de cada 10 empleos del país, mientras el presidente Andrés Manuel López Obrador se refugia en los brazos de los más poderosos capitalistas del país.

El hecho de que estados como Nuevo León, Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas, que se han manifestado contra el modelo fiscal (incluiría a Veracruz de no ser porque estará quietecito dado que su gobernador es aliado del Presidente), hagan un fuerte aporte fiscal a cambio de un retorno que privilegia a las entidades menos favorecidas en su Producto Interno Bruto (PIB), es un argumento similar al que esgrimen los independistas de Cataluña, al que plantearon quienes hicieron posible la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea con el #Brexit y quienes postulan convertir al estado de California en nación independiente, bajo el #Calexit, que ha tomado más relieve a partir del triunfo de Donald Trump.

Pero el hipotético ajuste de cuentas de los estados del norte del país tiene abismales diferencias con esos intentos. Sin embargo, algo debe hacerse (que no se hará) para bajar los humores de mandatarios emanados de diversos partidos que están siendo nulificados financieramente por el gobierno federal.

Un análisis de Movimiento Ciudadano señala que con la coordinación fiscal, “la Federación ha acumulado un conjunto de facultades y atribuciones y atraer, así, la mayoría de los ingresos potenciales, como el Impuesto Sobre la Renta, el Impuesto al Valor Agregado y el Impuesto Especial Sobre Producción y Servicios, entre otros, con lo que se emplaza a las entidades a depender financieramente del gobierno central”.

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Federación rica, estados pobres, municipios miserables

Una de las ventajas del pacto federal, es decir, que el gobierno del país pueda disponer con la mayoría de los recursos recaudados es que hay varias obras, principalmente de infraestructura de comunicaciones, energía, desarrollo urbano, que atienden a varios estados, puede llevarlos a cabo un gobierno central sin necesidad de que coincidan las agendas presupuestales y políticas de dos o más estados.

Sin embargo, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha derivado toda propuesta para esos proyectos a la iniciativa privada con su gran programa de obras que no es más que mero papel guardado en algún oscuro cajón de una hipotética oficina.

Y lo ha hecho así porque quiere centrarse, en materia de esfuerzo y dinero de todos los estados, en la construcción de una carísima refinería en Dos Bocas, Tabasco; un aeropuerto que no tiene siquiera las autorizaciones aeronáuticas internacionales, en Santa Lucía; el tren turístico maya que afectará la selva peninsular, y un tren transístmico que buscaría, infructuosamente, competir con el Canal de Panamá.

De esa manera, la posibilidad de que los estados, que en el papel cuentan con autonomía (menos el de Veracruz, sometido en todo a las directrices del gobierno central), tienen cada vez menos capacidad de establecer políticas, por ejemplo, para atender la pandemia y evitar que su economía se derrumbe con el cierre masivo de las empresas, generando una situación explosiva en la población.

Si esto ocurre con los gobiernos estatales, ya imaginará la vida financiera de los ayuntamientos, muchos de cuyos apoyos federales, transferido a través de fideicomisos, como el de seguridad pública, han sido desaparecidos de un brochazo por el gobierno de Morena.

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¿Qué pasaría si Veracruz fuera un país?

Si, siguiendo los rumores de los estados norteños, Veracruz buscara y lograra convertirse en un país (y hay quienes buscan imaginarlo así por el tamaño de sus problemas), por población se ubicaría en el lugar 17 entre las 35 naciones del continente, desplazando a Paraguay, Uruguay y a buena parte de los países localizados en Centroamérica y el Caribe.

Según el INEGI, Veracruz ostentaba en 2015 el tercer lugar nacional en número de habitantes, con 8 millones 112 mil 505 (aunque a estas alturas se calcula en casi 9 millones), solo superado por el Estado de México y el Distrito Federal. En el ámbito continental sería superado apenas por Honduras (con 8.5 millones de habitantes), pero estaría por arriba de Paraguay (6.75 millones), El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, entre otros.

En superficie, sin embargo, nuestro oblongo territorio sería uno más de los ‘pulgarcitos’ de América (como el poeta salvadoreño Roque Dalton denominó a su país), pues estaría ubicado en el lugar 21, después de Panamá y apenas superando a países centroamericanos y del Caribe.

Su territorio de 71 mil 826 kilómetros cuadrados, sin embargo, resguarda tesoros inimaginables en su subsuelo y, a diferencia de países que no tienen una salida al mar, como Bolivia y Paraguay, domina más de 745 kilómetros de litoral, que representan el 29.3 por ciento de la costa del Golfo de México.

Si Veracruz fuera un país ya estarían las empresas energéticas mundiales sobre nuestros huesitos para extraer la riqueza en hidrocarburos en nuestra plataforma continental y mar territorial, extrayendo gas y petróleo, dominando la petroquímica, succionando el material pétreo de nuestro vecino mexicano y, por supuesto, contaminando las zonas circundantes a las áreas extractivas, industriales y de exportación.

Tendría tres puertos muy importantes (Tuxpan, Veracruz y Coatzacoalcos) que, además de representar nuestra plataforma para exportar, prestarían servicios logísticos de transportación al gigante mexicano para llevar sus productos a los puertos de toda América, Europa y África, en caso de que no quisieran centrarse en los puertos de Altamira y Tampico, en Tamaulipas; contaríamos con enormes territorios dedicados a la producción de alimentos, y los atractivos turísticos los habríamos atendido de tal manera que crecería en cada temporada vacacional el flujo de turistas internacionales proveniente de los países vecinos de América del Norte como Canadá, Estados Unidos y, sobre todo, México.

Gracias a la disposición de la riqueza derivada del petróleo, nuestras carreteras y autopistas estarían en altos niveles competitivos y servirían de puente para el trasiego de personas y mercancías entre el sur de Tamaulipas y el sureste del vecino mexicano, así como entre la capital mexicana y sus entidades del Caribe, lo que representaría un importante flujo de ingresos por derechos de paso.

Los aeropuertos de la pequeña república mostrarían renovados bríos. No solo tendría éxito el de Veracruz sino que recuperaría su esplendor el de Canticas, en la zona petroquímica de Coatzacoalcos, y podría reavivarse el aeropuerto de Poza Rica, si consideramos que los esfuerzos de la hipotética empresa paraestatal y de las privadas del sector petrolero hallaran atractivo las exploraciones del denominado aceite terciario, desde la otrora Meca petrolera hasta la región de Chicontepec.

Su carácter de capital nacional supondría para Xalapa una serie de históricas inversiones en infraestructura, movilidad, desarrollo económico desde el punto de vista comercial y turístico, y un mayor impulso a sus instituciones de educación superior. La formación de capital humano le alcanzaría incluso para promover tecnopolos que diversificarían sus ramas productivas. Dejaría de ser la Cenicienta de los sucesivos gobiernos estatales para convertirse en la joya de la corona de un país pequeño pero pujante y con enormes posibilidades de desarrollo.

La posibilidad de concentrar el presupuesto nacional permitiría impulsar la actividad pesquera, no solo en la explotación de sus ríos, sino en la creación de empresas productoras de especies acuáticas y, lo que es muy importante, del apoyo para la creación de una flota marítima propia que permitiera al nuevo país luchar por la riqueza pesquera de su mar territorial, recuperando la vocación productiva del puerto de Alvarado en la industria de alimentos, orientada al consumo nacional y el mercado internacional.

Frases sin disfraces

“Es fácil hablar claro cuando no va a decirse toda la verdad”. Rabindranath Tagore

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