El movimiento feminista ha empezado a revelar muchos capítulos oscuros de la violencia que sufren las mujeres en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad. Uno de ellos, tal vez el más conocido y menos denunciado, uno de los más violentos y menos sancionado, ha sido el acoso sexual a los estudiantes, una práctica que se da en todos los niveles educativos, no importa si se trata de escuelas públicas o privadas.

En los últimos años, hubo un gran movimiento en pro de prevenir la violencia escolar a través de lo que conocemos como “bullying”; luego de casos lamentables de agresiones que llevaron a algunos estudiantes hasta el suicidio, las autoridades cambiaron las leyes, activaron protocolos y pusieron en la agenda educativa el tema de la violencia física y psicológica de estudiantes contra estudiantes.

Sin embargo, nadie se ocupó del otro enemigo silencioso: los maestros que durante décadas, en prácticamente todos los planteles del país, han agredido la integridad de sus alumnas desde conductas inapropiadas en el salón de clases hasta proposiciones explícitamente sexuales para obtener una calificación. Denuncias a las que autoridades –y en ocasiones los propios padres de familia- prestaron poca importancia.

Insisto, a pesar de ser una práctica generalizada, hay pocos datos fiables del problema. Las autoridades escolares siempre tendieron una red de protección a los agresores, asumiendo una criminal complicidad gremial sólo comparable a los casos de pederastia realizados por la iglesia.

La liberación de las mujeres –niñas, adolescentes y en edad adulta- ha sido posible gracias a la emancipación vivida hace algunos días. Hoy vemos con asombro la reacción de cientos de estudiantes de secundaria, bachillerato o universidad que enfrentan abiertamente a sus agresores disfrazados de docentes, algo que no hubieran tenido el valor de hacer hace apenas algunas semanas.

Así como el feminismo pro aborto impuso los pañuelos verdes como estandarte y las multitudinarias marchas pintaron las calles de morado, miles de estudiantes en todo el país han empezado a elaborar “tendederos” donde se hacen acusaciones directas en contra de profesores que han ejercido acoso sexual en su contra. Quienes se creían impunes ante sus actos, han tenido que enfrentar la ira de sus víctimas en videos que se han viralizado en redes sociales.

Las estudiantes en México no están dispuestas a callar más. Lo que es mejor, tampoco permitirán prácticas que eran socialmente aceptadas como conductas propias del entorno escolar. Es algo que no ha entendido una parte del feminismo: no serán los monumentos vandalizados los que logren el cambio, sino la liberación del miedo y la fuerza colectica de las mujeres que han decidido no volver a ser víctimas de ningún tipo de violencia.

Las reacciones de los últimos días nos dan apenas una pálida idea de lo que está sucediendo en realidad, algo muy alejado de lo que las autoridades han investigado.

Desde enero a noviembre de 2019 se registraron un total de 364 quejas por acoso y hostigamiento sexual en 20 planteles de universidades públicas en nuestro país. Esto llevó a la expulsión de un alumno, la destitución de 24 docentes; y a la formalización de ¡sólo tres denuncias penales!

Pero se trata de una cantidad ridícula frente a una oscura realidad que lo mismo ocurre en un telebachillerato de la sierra de Zongolica, que en escuelas y universidades de Xalapa, hasta las aulas de instituciones tan prestigiadas como el ITAM o el Tecnológico de Monterrey.

Hace algunos días, en protesta por las agresiones, las alumnas han pegado carteles con los rostros de los atacantes en escuelas y facultades de la UNAM, para evidenciarlos. Basta conocer el caso de un profesor de la Universidad de Guerrero que embarazó a seis de sus alumnas universitarias sin tener más sanción que el despido.

Hasta ahora nadie se ha ocupado de investigar y documentar el acoso sexual contra estudiantes en México; cuando lo hagan, entenderemos las raíces profundas de esta práctica. La escuela también ha sido un lugar donde muchas jóvenes aprendieron a tolerar la violencia en lugar de rechazarla. Nunca más.

No debe haber perdón para maestros que acosan a sus alumnas y alumnos; no hay excusa en la violencia ejercida a través de una posición de poder. La normalización de esta práctica también fue el germen de la violencia en contra de la mujer.

Es cierto, tampoco deben permitirse las acusaciones falsas de estudiantes que intentan justificar su bajo desempeño académico. Ni mujeres sometidas por la violencia de sus profesores, ni prestigios y carreras lastimadas por la imprudencia e inmadurez de algunas de ellas.

Sin duda, el fin del acoso sexual en las escuelas es el primer sol de la primavera morada.

Las del estribo…

  1. Este martes por la tarde hubo cónclave en el Congreso del Estado, en el que se decidió la suerte del alcalde suplente de Actopan, José Alfredo López Carreto. A pesar de que los días previos movió cielo, mar y tierra para ser nombrado presidente municipal, la integración de un expediente en la Fiscalía del Estado fue lo suficientemente persuasivo para que por la noche presentara su renuncia. Sobre advertencia no hubo engaño.
  2. Ayer, cientos de estudiantes a lo largo del estado rompieron el silencio y denunciaron el acoso que han sufrido por parte de sus profesores. Hasta ahora la respuesta de la SEV ha sido el silencio, ante un fenómeno que amenaza con sacudir todo el sistema educativo del país. Resulta que el acoso sexual era tan común como las clases.