Cuando me canse la rutina
de que me ultrajen y me roben,
cuando me canse de esta ruina
me mudaré a la Luna joven.
¡Oh! Tierra-Luna, Tierra-Luna,
me pongo hoy las alas de oro
y cielo arriba, cual meteoro,
me voy.
(Mario Benedetti-Alberto Favero)

 

Igual que la neblina, en Xalapa, en cualquier momento, de manera absolutamente inopinada se escucha un remoto rumor que dice que acaban de abrir un lugar culturaloso, y antes de que tengamos tiempo de digerirlo, ya se ha apoderado de toda la ciudad. Los melómanos, adoradores del arte, sibaritas, solitarios convencidos, insomnes irredentos, diletantes de todos los colores y todos los tamaños son contagiados por una suerte de virus (sin corona) que los obliga a ir, de manera irresistible, para colmar sus noches de música, poesía, teatro, cerveza, vino tinto, buen humor y buena vibra.
Y cualquier día, con la misma sorpresa que llegaron, desaparecen para siempre. Pero hay algunos tercos que se resisten a morir, por ejemplo, Tierra-Luna, uno de los últimos resquicios de la cultura xalapeña del siglo veinte (cambalache, problemático y febril).
En 1995, Ignacio Aguilar Marcué, hermano de Marisol, abrió un pequeño café en Diego Leño, en poco tiempo aquello era un hervidero de cronopios que se confundían y entrechocaban en la estrechez de los cuatro muros embarrados de niebla y chipi chipi. Unos años después, el lugar se cansó del apretadero, le dio la vuelta a la esquina y se fue a vivir a la calle Rayón.
Desde entonces, ha recibido a jazzeros, soneros, cantautores, danzantes, teatreros, poetas, pintores, en fin, generaciones de atenienses que, como lo marineros de Neruda, besan y se van.
Platiqué con Marisol Marcué y su hijo, Luis Emilio Gomagu, responsables directos de ese cuarto de siglo de dichas, desdichas, dichos, hechos, fragorosas luchas y jornadas duchas de la farándula xalapeña.

Marisol Marcué

Mi hermano Nacho tenía problemas de respiración y resequedad en la nariz, y alguien le dijo vete a Xalapa, allá hay mucha humedad. Él es editor y trabajaba en el Fondo de Cultura Económica, se vino a vivir acá y puso una editorial en Diego Leño 28. En las mañana ponía su cafetera y se ponía a trabajar, la gente que pasaba se asomaba y le decía huele muy rico el café, entonces empezó a darle vueltas al asunto y dijo voy a quitar la editorial y voy a poner un café pequeño. Vendió todo lo de la editorial y compró lo necesario para poner un café y lo puso en marzo de 1995. Nosotros estábamos en Monterrey y la situación se había puesto muy difícil desde el 94 por la devaluación y todos los problemas económicos que había.
En el café, mi madre cocinaba —porque, como hasta la fecha, había comida—, Nacho se encargaba del café y a los tres meses de haberlo abierto empezó a irle bien y ya no podía atenderlo solo, me llamó y me dijo vénganse para acá, entre toda la familia trabajamos el lugar. En julio nos venimos y empezamos a trabajar todos, mis hijos meserearon mucho tiempo…

Luis Emilio Gomagu

Hasta la fecha… (risas)

Marisol

… sí, hasta la fecha, pero entrando a la prepa cada quien se fue desbalagando y a partir de ahí empezamos a tener más colaboradores externos.

Luis Emilio

De hecho, además de los problemas de salud, Nacho sentía una atracción por Xalapa por el movimiento cultural que ha tenido esta ciudad en distintos periodos de su historia, y en esas épocas había mucho movimiento por parte de algunos intelectuales o gente que estaba moviéndose en el ámbito de las artes, y en lo relacionado con la academia de la Universidad, se fortalecieron algunos de los institutos de investigaciones. Nacho, que tiene espíritu de poeta, se lanzó para Xalapa y ese mismo espíritu fue el que lo impulsó a armar el café. Él narra que un rayo de luz entraba por la ventana y daba justo en el café cuando la gente pasaba y le hablaba del aroma, entonces tuvo una especie de epifanía y dijo este lugar tiene que ser un café. A eso se sumó la cultura de café que hay en el estado y en la capital.
Arrancó y cuando le fue medianamente bien, en el pequeño Tierra Luna se empezaron a juntar los artistas de la época: tocaba el Trío Jobim [el trío de Édgar Dorantes con Aleph Castañeda y Rodrigo Álvarez], Jazz entre Tres [el trío de Adolfo Álvarez con algunas de sus formaciones], cantaba Messe y se juntaban otros artistas, y se hacía un ambiente bohemio en su más pura esencia.
Era un espacio súper chiquito en donde se sentaba uno pegado del otro, te movías un poco y tirabas la cerveza o se caía el contrabajo que estaba recargado en un muro. Todo eso le empezó a generar la idea de buscar un espacio mucho más adecuado para esos eventos, con el apoyo de la familia.
Hoy resignifico la llegada de mi familia nuclear como un movimiento migratorio muy fuerte, porque mis papás son de Ciudad de México pero se fueron a vivir a Monterrey, y de Monterrey nos vinimos para Xalapa, entonces hemos estado todo el tiempo como fuera de contexto. Llegar a Xalapa no fue fácil para la familia en general porque Monterrey es una ciudad absolutamente distinta, Xalapa es una ciudad mucho más volcada hacia lo cultural, hacia la formación académica y espiritual.

Marisol

En el DF andábamos en la peñas de esa época y estábamos interesados en el movimiento político y cultural, y nada de eso existe en Monterrey.

Luis Emilio

En el entorno familiar más amplio había mucho interés por una formación política, cultural y de búsqueda de formación profesional, impulsado principalmente por Manuel Marcué —el hermano de mi abuela, la madre de mi madre y Nacho— y sus intenciones de generar en sus allegados una formación integral que habilitara otro tipo de formaciones y otro tipo de consumos.

Marisol

Poner el café también fue algo romántico, el poema de Mario Benedetti, al que le puso música a Alberto Favero , que se llama Tierra Luna es una utopía: cuando te canses de la guerra y de todo lo de afuera, vente a Tierra Luna.
Mi padre era compositor, hizo muchas canciones; ese es su piano [me señala un piano vertical que está en uno de los corredores], se ponía a tocar y mi mamá cantaba.
Claudio Estrada estaba casado con una tía de nosotros, los domingos nos juntábamos tres o cuatro familias y lo escuchábamos tocar la guitarra y cantar.
Te digo que era una idea romántica porque dijimos: que las canciones de mi padre se canten en Tierra Luna; hasta la fecha no se ha cantado ninguna después de veinticinco años (risas), pero dentro de toda esa intención iba esa idea romántica.
Cuando llegamos se empezaron a hacer eventos chiquitos, amontonaditos, una vez hasta hicimos teatro en el patiecito que estaba ahí; Paco Beverido hizo una obra de teatro y al ver que quedaba chiquito fuimos dándole vueltas a la idea de crecer un poco. Un día Nacho pasó por aquí y vio esto que era una casa totalmente en ruinas. Nos han dicho que en esa casa había talleres de títeres, de laudería y de otras cosas. Después fue para estudiantes de la Universidad Veracruzana, luego fue para porros. Después se fue abandonando y se fue deteriorando.
Ya la vendían como terreno, empezamos a buscar cómo hacerle para reunir el dinero y logramos comprarla. Había unos cuartos en el fondo que ocupaban vagos, tardamos un año en sacar a la gente que estaba ahí; cuando se fueron dejaron colchones maltrechos en el suelo, hilachos, botellas; sacamos como tres camiones de basura.
En el 98, Nacho, junto con el arquitecto Alberto Robledo, se dedicó a construir poco a poquito.

Luis Emilio

Eso es parte de lo interesante, que ya el edificio se utilizaba para talleres y para cuestiones que tienen que ver con lo cultural. Nacho, al verse apoyado por la familia nuestra, vio la posibilidad de adquirir este lugar como terreno baldío para crear e imaginar lo que fuera. Se conjuntó el esfuerzo de la familia extensa en términos de lo económico e incluso en términos de lo imaginativo, porque recordaban las tertulias con Claudio Estrada cuando eran niños.
Se juntaron los esfuerzos económicos para hacerse de la propiedad, después, Nacho y Alberto se pusieron a trabajar en el diseño de este edificio que, en realidad, sigue sin terminarse (risas).

Marisol

Nacho hizo, sin exagerar, unas trescientas cincuenta modificaciones al proyecto, hasta nos reíamos porque vivíamos todos juntos y en la madrugada lo escuchábamos trabajando, yo me asomaba y le preguntaba:
—¿Qué estás haciendo?
—Mira, ya pasé la cocina para acá y el baño va a ser acá
Llevábamos trescientos cambios y los que se acumularan esa semana. Movió, quitó, puso hasta que dijimos no, ya, que quede así; y, bueno, todavía no está terminado después de estar aquí dieciséis años, pero ahí va (risas).
Cuando estaba en obra negra, empezamos a hacer eventos para tener dinero y poder seguirle, porque se nos acabó. Hacíamos bailes, por ejemplo, y traíamos las mesas, las sillas, la loza, las ollas, los refrescos, las cervezas; y en la noche del sábado, cuando terminaba el baile llevábamos de regreso las mesas, las sillas, todo porque había que abrir el lunes. El patio estaba terminado, en un pasillo poníamos la barra, en un cuarto teníamos la cocina y todo lo demás estaba cerrado; así estuvimos varios años hasta que la gente misma nos empezó a presionar, nos decían pero sí ya están aquí, si ya hicieron el baile, ya vénganse de una vez, ¿para que traen y llevan?
En el 2003 le hicimos un homenaje a Tongolele. Invitamos al público en general y también invitamos autoridades, pero como que no nos creyeron. El día del evento llegó el secretario de Turismo con otros funcionarios y nos pidieron una mesa pero ya estaba todo lleno, se asomó, alguien lo vio y le dijo ven, siéntate aquí, y ya pudieron acomodarse.

Luis Emilio

Eso también fue un esfuerzo colectivo, hubo muchísimos artistas —músicos, bailarines, diseñadores— que se echaron el evento al hombro y trabajaron en pro de que todo saliera perfecto, trabajaron en la escenografía, la iluminación, hubo un concurso previo de cartel para elegir la imagen que iba a representar el evento, participaron dieciocho carteles y se hizo una exposición en lo que en ese momento era la galería, la inauguró Tongolele y se retrató con todos los carteles.

Marisol

Rafa Campos le hizo una rumba a Tongolele y se la cantaron, participaron Messe, Liza [Lizarely Servín], Son Sur, Leo Corona, el grupo de bailarines africanos de Estela Lucio; estuvo precioso el evento. Recuerdo que estábamos en la mesa con Tongolele y estaba mueve y mueve los pies, se me acercó y me dijo:
—La música está buenísima, se me están moviendo los pies
—Pues adelante
Se paró y bailó, se agachó, se levantó; una maravilla, tenía setenta y tres años y era increíble, la gente estaba aplaudiendo de pie, era de enchinarse la piel, la verdad. Fue el evento que nos impulsó, dijimos sí se puede, nos pasamos definitivamente, y aquí estamos desde entonces.

Luis Emilio

Han sido un montón de años de un esfuerzo familiar, porque hemos sido los que hemos puesto el cuerpo, más algunos otros que han estado en distintos momentos, siempre comandados por la señora Marisol y don Miguel [Miguel Ángel Gómez Borja].

 

 

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: Tierra Luna, veinticinco años

 

 

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