En un texto publicado en El País, Jorge Edwards, tras declarar su «fascinación profunda frente a los grandes conversadores», especula que acaso se trate de una especie en extinción. «Sospecho —dice—, con angustia, que los conversadores serán reemplazados por los charlatanes». Con todo el respeto que tengo al escritor y crítico chileno, dudo de su afirmación, o al menos prefiero pensar que está equivocado, que los grandes conversadores se extinguirán con la humanidad, y en una osada aventura imaginativa, supongo que sobrevivirán al cataclismo final el tiempo suficiente para dejar grabada su versión del mundo, el testimonio detallado de una especie que fue tan feliz en el planeta que terminó consigo misma en una suerte de «muerte chiquita» —para seguir la atinada metáfora de los franceses— colosal y definitiva.

Todos hemos estado cerca de un conversador irresistible alguna vez y no necesariamente —aunque también— lo hemos encontrado entre los grandes intelectuales, los artistas lúcidos o los profesionales de la comunicación, muchas veces ha sido un campesino, un albañil, una cocinera, una abuela, cualquier persona que experimenta el prurito de hacer de la palabra hablada algo más que un elemental vehículo transmisor de mensajes pragmáticos o inmediatistas. Cualquiera que, aun sin ser lector consuetudinario, aun sin ser letrado, aun sin conocerla, haya intuido y se haya regido por la reflexión de Jesús Silva-Hérzog Márquez: «La palabra no es solamente la voz que entretiene y comunica, el vocablo que transmite información, deseo, recuerdos, órdenes. La palabra es nuestra casa. El lenguaje es una habitación que nos esculpe. Residencia, la palabra moldea, en su voz, nuestra experiencia. Es el puño de una jaula o el aire de un plaza»

En su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa sostiene:

«Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas —rayos, truenos, gruñidos de las fieras—, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas».

Aunque el escritor peruano que suele provocarnos sentimientos encontrados —es tan difícil separar la buena factura de sus novelas del desatino, para decirlo suavemente, de sus declaraciones políticas— se refiere al origen de la literatura, alude al embeleso que provocan los buenos habladores entre sus oyentes. No puedo citar aquí, porque pertenecen a mi más íntimo ámbito biográfico, al maestro Pascual —el responsables de mis primeras obras arquitectónicas—, ni al tío cuyo nombre he olvidado pero que cedió la estafeta a mi padre, quien al narrarnos sus anécdotas se transmutaba en el pariente remoto pero jamás olvidado; mas puedo, con la certeza de que sabrán a quienes me refiero y de que coincidirán conmigo, nombrar tres grandes conversadores mexicanos: Eraclio Zepeda, Germán Dehesa y Carlos Monsiváis.

Cualquier habitante de Xalapa que se precie de ser melómano, inevitablemente se habrá topado en algún momento con Guillermo Cuevas, el conversador sapiente y memorioso que ha contagiado a tantos su pasión por la música y las historias que la circundan. Desde hace más de medio siglo, Memo ha divulgado sus saberes y sus quereres musicales a través de todos los medios que ha tenido a su alcance; televidentes, radioescuchas, asistentes a innúmeros foros han sido ungidos por su palabra e irremediablemente convertidos a su credo. Músico de la Sinfónica, pionero del jazz en Xalapa, fundador del grupo de jazz más longevo del país —Orbis Tertius—, docente, conversador irredento, Memo se ha convertido en uno de los destinos inevitables de la geografía cutural xalapeña.

Muchos años después, frente al pelotón de oyentes, sigue viva su palabra, esa «habitación que nos esculpe»; en los últimos años, ha resonado en las sesiones de Música y Literatura, el ciclo de charlas que imparte semanalmente en la USBI. Y sigue la mata dando, en la primera semana de marzo inaugurará el programa Música en el Ágora con la conferencia, ilustrada con video, Beethoven 2020. Análisis de la quinta sinfonía de Ludwig Van Beethoven.

Música en el Ágora es un nuevo programa del Ágora de la Ciudad que, de inicio, ofrecerá cada mes conciertos, charlas, proyecciones de conciertos, documentales o películas que tengan que ver con la música, y conferencias magistrales. La participación de Guillermo Cuevas será el jueves cinco de marzo, a las 19:00 horas, en el auditorio del Ágora. Si se quieren tanto como supongo, no se la perderán.

 

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