Para ser martes, no era usual que el bar estuviera lleno. Menos aún en una ciudad como Coatzacoalcos, marcada por la violencia incesante; salir a divertirse en esas circunstancias era un verdadero desafío al sentido común. El Caballo Blanco resultó un pase automático a la tragedia brutal.
Los parroquianos disfrutaban de la compañía y de los cuerpos desnudos en la pista de baile; en el lugar habían recalado incluso un par de marinos filipinos que jamás imaginaron que ahí encontrarían la muerte. Y entonces, en un par de minutos, el pequeño bar se convirtió literalmente en un infierno.
A la chica que le tocaba quitarse la ropa, como parte de la variedad, le llegó su turno y entregó su último baile sensual. Su cadáver completamente desnudo quedó a un costado de la pista de dos tubos. No ha sido identificada. Es parte de las 28 víctimas mortales, cuenta en su crónica el periodista Nacho Carvajal.
Hombres desconocidos ingresaron de manera violenta lanzando disparos. Otro más pasaba con una garrafa de gasolina y comenzó a rociar la barra, la pista, los muebles y todo lo que fuera útil para incendiar. Después vino el flamazo y más disparos; los sujetos se marcharon rápidamente. La masacre estaba consumada.
Hace seis meses así se contaba la historia del bar Caballo Blanco en Coatzacoalcos, cuando la noche del 27 de agosto de 2019, unos cinco sujetos dispararon al interior del inmueble y rociaron con gasolina el sitio para después prenderle fuego, lo que dejó 31 personas muertas.
Hoy las cosas siguen igual: los responsables están libres, las víctimas en el olvido institucional y Coatzacoalcos convertida en una de las ciudades más violentas del país. De nada sirvieron la indignación social, las imágenes y testimonios que dieron la vuelta al mundo. El gobierno federal y en el estado apostaron al olvido y casi lo logran, de no ser por las familias de las víctimas cuyas heridas aun supuran dolor y muerte.
Cuando están por cumplirse siete meses de la tragedia, los deudos continúan su doloroso periplo buscando justicia, mientras el gobierno insiste en que los criminales deben ser tratados con respeto.
Este lunes, familiares de las víctimas increparon al gobernador Cuitláhuac García Jiménez, para recriminarle la falta de atención por parte de su gobierno y las autoridades federales. Lamentaron no tener un nombre de abolengo como LeBaron para ser recibidos en Palacio Nacional, pero a pesar de ello, pidieron al mandatario que gestione un encuentro con el Presidente. Seguramente lo habrá porque el tabasqueño no se reúne con aquéllos que puedan manchar su tornasolado plumaje.
Pero ahí siguen, con su dolor a cuestas, tratando de volver a vivir. Son las abuelas de los niños huérfanos que dejaron las víctimas mortales de la masacre; abordaron al gobernador con los menores en brazos, testigos involuntarios de la tragedia, y recriminaron que no han recibido ni asesoría legal, ni económica, tras lo ocurrido. Las promesas y la ley de víctimas duraron menos que un suspiro.
«Lo que nosotros queremos es que nos resuelvan el caso, no tenemos el dinero como los LeBarón, ni el apellido como ellos, pero somos gente de aquí, de Coatzacoalcos, que mataron. Las autoridades no nos dicen nada, no se han comunicado con nosotros, ya son seis meses», espetó Francisca ante la incómoda mirada de Cuitláhuac García.
Y entonces se acordó de la tragedia. Ofreció pedir cuentas –como se las estaban pidiendo a él- a la titular de la Comisión Estatal de Atención a Víctimas (CEAV), Lorena del Carmen Mendoza Sánchez, luego de las quejas de los familiares. Tal vez olvidó que su gobierno decidió reducir el presupuesto a la Comisión, lo que la convirtió sólo en un inútil muro de lamentaciones.
Aunque reconoció que la queja es legítima, el gobernador presumió estar en contacto directo con las familias. Falso y verdaderamente vergonzantes. Si hay improvisada comunicación es porque lo abordaron en la calle; a pesar de la gravedad del caso, el mandatario no tiene idea alguna de la situación que guarda la investigación; su tiempo y el de la Fiscal del Estado lo ocupan en bailar La Bamba. La evasión absoluta a la realidad.
Apenas en enero pasado, dos presuntos operadores del cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) fueron detenidos por elementos de la Marina en Coatzacoalcos, Veracruz en posesión de dosis de droga sintética; según el reporte de las autoridades, al menos uno de ellos es señalado por su probable participación en el atentado al bar el Caballo Blanco.
La muerte en Veracruz tiene siempre la misma ruta: del dolor al olvido.
Las del estribo…
- Una Fiscal emparentada en línea directa con la jefa de un grupo delictivo; una síndica que niega el ataque armado a un restaurante de Tres Valles, asegurando que se trató de un corto circuito. Mientras, homicidios en Xalapa, Coatzacoalcos, Acayucan, Cosoleacaque, Misantla y otros tantos municipios más. La única manera de comprender la barbarie es conocer el origen de quienes nos gobiernan.
- Las expresiones del Presidente sobre los feminicidios y la muerte de la pequeña Fátima dan cuenta de que no entiende el dolor y la tragedia. Que la muerte la puede envolver de la misma verborrea del neoliberalismo como una forma de evasión a la realidad. Es tiempo de que la salud mental del Presidente sea un asunto de interés público.