Felipe Cazals, Arturo Ripstein —a quien, el año pasado, la Universidad Veracruzana otorgó el doctorado honoris causa— y Jaime Humberto Hermosillo —fallecido hace poco más de un mes, el 13 de enero—, constituyeron una suerte de trilogía de cineastas malditos —o Santísima Trinidad, según el lente con que se mire— de los años setenta. A ese Triángulo de las Bermudas cinematográfico que devoró luchadores, ficheras y fatuos rocanroleros, se sumaron directores como Jorge Fons, Gabriel Retes, Alberto Isaac, Alfonso Arau y varios más para conformar un movimiento que fue conocido como Nuevo cine mexicano o Nueva época de oro del cine mexicano.

Canoa (1975), El apando (1976), Las poquianchis (1976), El año de la peste (1978) —todas de Cazals— son algunas de las películas que hicieron trepidar las pantallas grandes mexicanas en una época la que, cito a Luis Rico Chávez, «los protagonistas de las películas (…) eran luchadores o personajes de revistas (Chanoc y Kalimán); las temáticas exaltaban al charro y las frívolas diversiones de los adolescentes, y ya se prefiguraban las ficheras y los narcos en el centro del escenario, o más bien, de la pantalla». El planteamiento de Rico Chávez fue el contexto para preguntarle a Felipe Cazals —en una entrevista que tituló El ascenso a una muerte inútil— cuáles fueron los retos y los obstáculos que le representaron trabajar en ese contexto. El cineasta respondió:

«Cuando pude iniciar mis primeros (dos) largometrajes independientes, en efecto, abundaba el género de ‹los luchadores› —casi cuarenta películas por año— en el deslumbrante firmamento nacional. Se trataba de una órbita cerrada, de un obvio detritus industrial, orquestado por infraproductores y realizado en forma consternante por un número intercambiable de realizadores adocenados y rutinarios, entre ellos recuerdo al ‹Pichirilo› (Federico) Curiel, a Alfredo B. Crevenna, a (José) Díaz Morales, etc.

«Esta esfera de producción no necesitaba de nuestra aportación, y nosotros no teníamos ningún interés en participar en su basurero. Continuábamos por el camino del cine independiente. Tiempo después (as usual) el cine de los luchadores quedó registrado como una aportación más al esfuerzo por cretinizar al público mexicano (no existe curioso alguno del género que lo pueda rescatar de su infamia) y nuestro cine independiente o piraña —todavía ignorado hoy en día por la gran mayoría de los espectadores— nos procuró un espacio (raquítico) significativo en la crítica nacional».

En 1976, Canoa ganó el Oso de Plata del premio especial del jurado en el Festival Internacional de Cine de Berlín, uno de los más importantes del mundo. Ese mismo año, Cazals llevó a la pantalla El apando —la novela que escribió José Revueltas durante su cautiverio en Lecumberri—, con un guion en el que participaron Revueltas, Cazals y José Agustín.

En un texto titulado «EL Apando» de Cazals y el cine mexicano al servicio de la cruda realidad, Greta Padilla afirma:

«El apando fue filmada en Lecumberri. Cazals mintió para conseguir la locación al decir que estaba en producción un documental que, de alguna manera, exaltaría los avances de la penitenciaría en cuanto a las condiciones de los presos. Pero la ubicación y las pésimas condiciones, precisamente, hicieron imposible terminar la filmación. Con ayuda de un director de Lecumberri, reconstruyeron partes de la penitenciaría en un foro, resaltando la construcción del apando con planchas de acero. Cuando Echeverría se enteró de lo que realmente estaban filmando, de acuerdo con Cazals, el expresidente le preguntó si no le bastaba con Canoa… Así que mandó a llamar al regente de la ciudad y le pidió que estrenaran los nuevos reclusorios en julio, mismo mes del lanzamiento de El apando (…)

«Con el antecedente de Canoa y su triunfo en la Berlinale, Cazals podía contar la historia que quisiera y ‹desafiar› al gobierno. El apando entró a la competencia por la Concha de Oro del Festival Internacional de Cine de San Sebastián; sin embargo, se fue con las manos vacías y con el rechazo del presidente del jurado, Dolores del Río. La actriz mexicana aceptó por segunda vez —la primera fue en 1961— presidir el jurado de este festival. Pero la presencia de una mexicana frente a una producción del mismo país, resultó contraproducente para el director.

«Antes de que terminara la proyección de El apando, Dolores del Río se paró de su asiento y dijo que la película era ‹una porquería›, destacando su incredulidad de que una cinta como esa, fuera ‹arropada en el lábaro patrio›. De este modo, Cazals se fue sin nada, pero con la mirada de las audiencias atónitas ante la crudeza de una realidad. Quizá Dolores del Río, quien había triunfado en Hollywood como ninguna otra actriz mexicana lo ha hecho, se olvidó del México del PRI y sus múltiples realidades evidenciadas con lo del 68».

La gran noticia es que el próximo jueves, 20 de febrero, podremos preguntarle eso o lo que queramos a Felipe Cazals, ya que estará presente en la primera sesión del Coloquio de Cine Mexicano Contemporáneo (del que hablaremos, y daremos el programa completo, en una entrega posterior) que ha organizado el Ágora de la Ciudad.

La inauguración del Coloquio será a las seis de la tarde, con la proyección de El apando, seguida de una charla con el realizador. La entrada será libre, no hay razón para perderse tan prometedor acontecimiento. Lleguen temprano, se va a llenar.

 

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