¿Trovadores?, ¿cantautores, ¿roleros?, ¿cómo se llaman los seres que se plantan un jardín en las entrañas para que le florezcan las manos, le fructifique la garganta, le verdee la voz? No lo sé, sé que Matu Rodríguez es uno de esos personajes trashumantes que ha venido a parar a Xalapa, como todos los de su especie, merced a una buena dosis de azar y otra de azahar, esa flor provisional que deviene fruto, jugo, semilla que germinará en cada entorno, en cada tiempo que toque y que trastoque en tanto, merced al azar, vuelve a ser azahar.
Matu Rodríguez nació en Buenos Aires y muy temprano supo que la música era su sino y el canto su destino. Un piano vertical, un teclado, una guitarra fueron los aperos de su propia labranza, los instrumentos de navegación de su viaje existencial. He aquí su historia narrada por su propia voz.

Pequeñas luces…

Abre tu pecho y déjame entrar
con una canción porque
somos pequeñas luces
buscando enfocar
(Matu Rodríguez)

Yo soy de Buenos Aires, Argentina. En mi familia, que yo sepa, no había alguien se dedicara a la música, pero a mi padre siempre le fascinó, siempre que podía ponía música y me hizo conocer, sin él saberlo, distintos músicos que hoy valoro muchísimo y que me marcaron mucho: Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez, Charly García —que es más rockero—, Luis Alberto Spinetta, que aquí no se conoce tanto pero a los argentinos que nos gusta su música lo adoramos, tanto es así que desde que que falleció, en 2012, se conmemora en Argentina el Día de la Música en la fecha de su nacimiento; y pasa que a los que nos gusta nos volvemos fanáticos porque él, en la música popular mostró sonidos y una poética que no se había escuchado hasta entonces, es algo muy único lo que hacía; entonces, él también me fue marcando.
Por otro lado, me parece que la música, te des cuenta o no, también te va educando si te apasiona, si te metes en ella —y no solo por la letra sino por lo que es la música en sí—. Todas estas músicas que te nombré tienen letra y a mí siempre me gustó analizar a qué se referían, qué significaban las cosas que decían, y creo que eso, más allá de la familia, de los amigos, de la educación, también determina ciertos valores o formas de ver las cosas. Creo que eso fue lo que más dejó mella en mí.
De niño, siempre iba a lo de mis tíos, ellos tenían un piano vertical y mi papá veía que yo lo tocaba, no sabía nada pero siempre hacía melodías jugando y me gustaba, y a los siete u ocho años, para mi cumpleaños, me compraron un teclado. Tomé unas clases con un profesor que me enseñó un poquito a leer música, después me puse con la guitarra yo solo y estuve muchos años, desde los once hasta los diecisiete o dieciocho, tocando la guitarra de manera autodidacta.

Un colibrí en pos del porvenir

Un colibrí
nunca descansa
aguardando el porvenir.
(Matu Rodríguez)

Al terminar la secundaria entré a una escuela de música y ahí empezó la puja entre lo racional y el sentir, porque me generó muchas contradicciones eso de estar estudiando algo que siempre viví más desde lo que hacía, y siempre estaba esa lucha entre el que estudia y el que no; el que no estudia dice que lo siente más y el que estudia lo ve como un vago (risas). Me recibí de esa escuela pero nunca dejé de sentir esa contradicción entre lo racional y lo que es tocar con lo que uno va sintiendo y lo que uno va escuchando, pero, bueno, creo que cualquiera que estudie cualquier cosa que lo apasiona, va a tener esa lucha entre lo que le marcan que debe hacer y lo que cree más conveniente.
Era una escuela de música más enfocada al jazz, pero nunca fui muy apasionado del jazz; a veces escucho algunos discos, pero la verdad es que no fue de las cosas que más me marcaron, yo tomé esa formación para hacer otras cosas. Muchas veces, mis composiciones tienen acordes con bastantes tensiones, que son propias del jazz, pero creo que tiene que ver más con otras influencias, que también usan esas cosas, que con la formación de esa escuela o con el jazz. También me gusta jugar y aparecen sonoridades si realmente estoy jugando, porque a veces uno se acostumbra, sin querer, a determinados truquitos —porque el cuerpo también se acostumbra ciertos movimientos—, entonces uno agarra la guitarra, o el instrumento que sea, y va por esos lados, entonces me gusta cuando se rompe eso y digo a ver, vamos a probar; toco algo y no sé qué es lo que toqué, pero me encantó, luego puedo analizar lo que hice, pero me gusta eso de explorar por explorar, siempre y cuando eso me llegue y no lo haga solamente porque es raro, porque, a fin de cuentas, lo raro es fácil.

Un mundo un tanto raro

Caí
en un mundo un tanto raro,
un cursito acelerado
no vendría mal
(Matu Rodríguez)

Luego de terminar esta escuela, pasaron unos años y me metí a estudiar guitarra clásica en una universidad que sí tiene licenciatura, estuve unos años y dije no, me está quitando el sentir, porque en la formación clásica, por un lado, no solo no se fomenta la improvisación, no existe, ahí haces lo que escribió el maestro y se acabó; y por el otro, te encuentras que son músicos que tienen una técnica increíble, pero les es muy difícil jugar.
Yo tuve la suerte, en el clásico, de encontrar un maestro que sí nos fomentaba lo musical; la improvisación no, porque no era así, pero tenía toda una filosofía que era muy bonita y sí nos hacía entrar en la música. Nos decía tenemos un problema los seres humanos: pensamos en dos tiempos, en pasado y en futuro, nunca estamos en presente; entonces tú tocabas toda una obra y él te decía toca la primera nota, pero tócala de aquí [se señala el corazón], de adentro; y decía: cuando empieza la obra, es como inhalar y lo metemos ahí [en el pecho], y cuando termina, es como exhalar; es como si nos metiéramos en un túnel en el que no sabemos qué pasa. Cuando tocamos una nota, estamos pensando en cómo sonó esa nota o en cuál nota va a venir, ¿y la música? Tienen que escuchar esa nota porque, aunque ya la hayan tocado, sigue sonando y ustedes tienen que estar presentes, escuchándola para acompañarla con la que sigue, porque si no, no están haciendo música. Hay un momento en que la nota llega a la cúspide y luego va bajando, y ustedes tienen que saber cómo acompañar ese momento para unirla con la siguiente nota.
También nos decía cuando estén comiendo una torta de milanesa, estén comiéndola, estén saboreándola, y si tienen novia, cuando la besen, estén besándola; si lo hacen así, cuando estén comiendo una torta de milanesa o cuando estén besando a su novia, van a estar estudiando música (risas). Se llama Omar Cyrulnik, es un gran maestro que nos hizo ir hacia un lugar muy bonito.
No terminé la licenciatura por la contradicción esta de ver que lo que te enseñan es maravilloso, porque la verdad es que te hacen descubrir cosas que son muy interesantes, entonces, por un lado, sí quieres seguir, pero por otro lado te quita la búsqueda, porque descubrir esas cosas tan racionalmente parece que es toda una cosa matemática, y la música tiene matemáticas, pero no es matemáticas. Te mete en un mundo que es muy pequeño y ya no tiene que ver con la gente, es como si te despegara, como si fueras una especie rara, y dices ¿pero no te interesa mover a alguien, que lo que haces le mueva algo? Otra cosa que me choca es que son músicos que tocan para músicos, ¿qué me interesa eso?; si a los músicos les interesa lo que hago, bienvenidos, pero que tenga que ver con otra cosa, no con eso tan racional.

 

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: Desconocer y volver a armar
TERCERA PARTE: Garganta de luz pasajera

 

 



 

 

CONTACTO EN FACEBOOK        CONTACTO EN INSTAGRAM        CONTACTO EN TWITTER