Hace unos meses, en medio de las celebraciones del Día de la Libertad de Expresión, un grupo de reporteros fuimos invitados a reunirnos con el súper delegado del gobierno federal en Veracruz, Manuel Huerta Ladrón de Guevara. La charla zigzagueó lo mismo entre la visión institucional del morenismo vuelto gobierno, algunos de los dislates del gobierno estatal y las anécdotas de la lucha social que encabezaron el funcionario y algunos de sus camaradas.

Fue el propio Manuel Huerta quien hizo una referencia puntual a don Fernando Gutiérrez Barrios, gobernador de Veracruz en aquellos años en que cobraba fuerza el histórico Ucisv-Ver, a quien algunos de los ahí presentes habíamos cubierto en nuestros inicios como reporteros.

No regateó reconocimiento alguno para don Fernando. Dijo que aunque adversarios políticos, sus encuentros siempre estuvieron marcados por esa extraña mezcla de autoridad y cortesía que solía dispensar el ex gobernador. “Siempre había algo que aprenderle”, dijo francamente. Hoy, al Presidente y al Gobernador los llama simplemente por su nombre de pila.

La historia se cuenta porque la semana pasada se cumplieron ya 19 años del fallecimiento del “hombre leyenda”, motivo que reunió a familiares y amigos para recordarle, pero sobre todo, para establecer un parangón entre los afanes políticos del siglo pasado y el actual, entre la concepción de la administración pública y lo que hoy sucede en el país.

El lienzo no pudo tener mejor autor que Armando Méndez de la Luz, un hombre que ganó su confianza y quien lo acompañó lo mismo en el gobierno estatal que en la Secretaría de Gobernación. Lector voraz, meticuloso observador de la vida política del país, frenético compilador de textos y autores del pensamiento contemporáneo, Armando nos comparte un texto que alumbra en la oscuridad.

“Una nación sin instituciones sólidas está condenada al subdesarrollo. Porque no se puede partir de cero para emprender el cambio sino de la asunción crítica de lo que tenemos. ‘Cambiar, no para dejar de ser sino para ser mejores’, decía nuestro homenajeado.” Él decía que la política es por antonomasia una obra colectiva; es decir, en la política no hay espacio para el héroe individual o el hombre o mujer providenciales. La política se hace con el pueblo y para el pueblo.”

“En su acción de gobierno antepuso el mérito al privilegió. Él siempre respetó el principio administrativo que postula que hay que nombrar a la persona adecuada para la responsabilidad adecuada. Para él era fundamental que los servidores públicos tuvieran tres características: 1) Experiencia en el cargo, 2) preparación técnica en la materia y 3) honestidad y profunda emoción social. Porque si una persona es un extraordinario técnico y tiene una gran experiencia en su cargo, pero es déspota y no le lastima el dolor humano, ese funcionario no le sirve a la sociedad.”

“Antes bien, si una persona es honesta y tiene emoción social, pero carece de experiencia y preparación para el cargo tampoco le sirve a la sociedad. En política y en la administración pública, la improvisación de los gobernantes le sale muy cara al pueblo.”

“Él decía que los políticos no deben mentir porque ponen en riesgo la estabilidad del Estado, al desorientar a la población y a sus propios colaboradores generando graves consecuencias para la estabilidad social, política y económica del territorio que se gobierna. Ser honestos, era otro mandamiento para quienes aspirasen a formar parte de su equipo. Tal honestidad iba más allá de la franqueza y la rectitud en las relaciones formales con sus colaboradores, exigía también una línea moral en el desempeño de labores, el manejo de recursos públicos y en la vida personal y familiar”.

“No imponía, convencía. No maltrataba, hacía justicia. La única prohibición que tuvimos quienes fuimos distinguidos con su amistad, fue la de faltar a los deberes de franqueza. Como buen liberal, no toleraba el doblez ni en sus amigos ni con quienes  asumía compromisos y acuerdos. Era un hombre de palabra y respetuoso de la de los demás.”

“En estos días, cuando lamentamos los efectos de la violencia y la pobreza entre extensos grupos de la sociedad mexicana. Cuando contemplamos la vulnerabilidad de las instituciones ante un Estado que cruje bajo los embates del crimen organizado. Cuando la vida política nacional parece sucumbir ante la crisis vocacional de quienes ejercen cargos y posiciones de gobierno solo por ambición e incluso por vanidad, no podemos menos que recordar con nostalgia a nuestro amigo, maestro y guía”

Caprichos de la historia. Es posible que don Fernando Gutiérrez Barrios sea víctima de su propia leyenda, donde pesan más los relatos surgidos entre la imaginación, la ficción y la realidad, que su ideario personal y su obra como gobernador de Veracruz.

Hoy, los nuevos actores políticos –ya no hay clase política- se regodean en atribuirse un cambio sustancial en la historia del estado. Y tienen razón. No han tenido pudor en profanar la investidura para vestirla de catrina.

Eso explica la tragedia que vivimos.

Las del estribo…

  1. Ayer el diputado José Manuel Pozos Castro no podía ocultar su enfado. Su remoción como Presidente del Congreso, aunque anunciada, lo tomó por sorpresa, lo que le obligó a improvisar una despedida en la que sólo tragó sapos sin hacer gestos. No llevaba mensaje preparado. El nuevo Presidente, Rubén Ríos Uribe, es una muestra de la 4T aldeana: la arrogante improvisación, el pueril culto a la personalidad, cuyo mayor mérito es ser un peleador callejero frente a los panistas fifís.
  2. Es una pena que los más altos funcionarios del Sistema Estatal Anticorrupción (SEA) hayan decidido enviar a la institución al bote de la basura. El titular anterior salió en medio de acusaciones de corrupción, mientras los funcionarios actuales se laceran entre acusaciones de acoso sexual y venganzas por actos de corrupción y nepotismo. Por dignidad, ambos deberían renunciar para crear un organismo libre de pecados.