Hace más de un año que Raúl Gutiérrez y yo veníamos posponiendo un encuentro en un café, el pretexto era que quería entregarme un ejemplar del disco —producido por él— Los íntimos contornos del bolero en el que Maritza Montero, acompañada por la big band cubana de Gutiérrez, nos retorna magistralmente a la época dorada del género que ha acompañado a tantas generaciones de latinoamericanos.

Pero más allá del disco, teníamos pendiente una plática sobre el jazz y sus circunstancias. La semana pasada me envió un mensaje en el que me decía que atraviesa por una época difícil por la indiferencia de los músicos ante la situación que se vive en México y en el planeta. Finalmente nos reunimos un mediodía en el que el otoño mostraba sus primeros brotes con un cielo nublado y un frígido vientecillo que obligaba a desarremangarse la camisa. A lo largo de un par de horas, un café y algunos cigarros, hablamos de varias cosas, de la salsa, de la música cubana, de las salidas de la isla de algunos músicos cubanos, de varios tópicos que iré publicando en entregas posteriores, pero el tema central era la actitud de los músicos ante los temas sociales y ambientales, y la despersonalización del jazz a la que ha conducido la acción homogeneizadora de la academia. Dejo aquí sus palabras:

«Estamos pasando por un momento muy difícil en todos los planos: en lo político, en lo social, en lo ambiental; ahora, con las redes sociales estamos viendo cosas que lo más probable es que hace rato que están sucediendo, dicen que a partir de la Revolución Industrial empezó a cambiar la atmósfera. Todos los gobiernos, los de izquierda y los de derecha, prometen crecimiento y crecer significa atentar contra la naturaleza. El otro día tuve una experiencia agridulce, fui a la presentación de un disco de música huasteca, la mayoría de los que estaban ahí eran personas comprometidas con lo alternativo, con el medio ambiente, con el no al consumismo, etcétera. Cuando se acabó el evento pasé por el estacionamiento y vi que había había una gran cantidad de camionetas que eran de esas personas, entonces me pregunto ¿estamos realmente dispuestos a cambiar nuestros hábitos?, porque de nada sirve decir en Chedraui que no nos den la bolsita plástica si no separamos la basura en casa o si tenemos un súper carro o más de uno.

«Si los músicos no se preocupan por el medio ambiente, ¿de qué les va a servir que toquen muy bien?, ¿de qué les va a servir que estén haciendo tal y tal cosa en la música, que sean unos chingones, que sean los mejores, si están viviendo en un planeta que va rumbo al abismo en el corto tiempo?, capaz que en su vida suceda la debacle porque antes decían dentro de doscientos años va a pasar tal cosa, ahora están diciendo que si el planeta sigue como va, en diez años estamos fritos.

«Esas son las cosas que me están golpeando últimamente, pero también me está golpeando mucho la insensibilidad de los músicos, yo descubrí el jazz cuando se estaba terminando la guerra de Vietnam, y desde Archie Shepp, Pharoah Sanders, el Art Ensemble of Chicago, Albert Ayler, hasta Elvin Jones eran contestatarios, el jazz era un cosa musical, obviamente, pero también social, tenía una voz, los músicos manifestaban su desacuerdo, ser jazzista en esa época era quebrar algunas reglas, algunos conceptos y no era tanto lo competitivo. Lo que estamos viendo en la actualidad es muy distinto, no sé si porque la Berklee School of Music creó parámetros que tienen que ver con «hacer bien la tarea» con respecto a lo que ellos determinan que es hacer bien la tarea. Aunque no tengo el nexo respecto a eso, me hago la pregunta ¿por qué ahora estamos tan preocupados de todo lo que tiene que ver con técnica, de todo lo que tiene que ver con hacer bien la tarea inducidos no por una forma de ser personal sino con respecto a como nos dicen que se debe de hacer?

«Por otro lado, como te comentaba, veo mucha insensibilidad, por ejemplo, cuando fue el terremoto de México yo estaba muy destruido por varios motivos, porque vengo de un país en el que hay terremotos horribles —tuve una experiencia muy dura en la infancia, después te la diré—, yo estaba muy consternado y todas las personas que no se dedican a la música me hablaban de eso mientras los músicos, como no pasó nada aquí en Xalapa decían hoy toco, vayan a verme, y hablaban solamente de música sin importar que se había caído una escuela en México y había niños atrapados adentro. Para mí, esa es una falta de sensibilidad muy grande.

Raúl Gutiérrez (foto: Facebook de Raúl Gutiérrez)

«En mi época —los setenta y los ochenta—, las revistas de jazz como Jazz Hot, Jazz Magazine y todas esas, eran más sensibles, en algunos conciertos se pedía un minuto de silencio por las víctimas de algún lugar y los músicos hablaban de cuestiones sociales, algunos componían, un amigo francés durante la guerra de El Salvador compuso una pieza que se llama Flores para los niños de El Salvador. Actualmente, sí hay compositores que han hecho cosas con respecto, por ejemplo, a los 43 desaparecidos, yo no digo que todos sean insensibles, lo que yo digo es que estamos tan inmersos en los parámetros, en las reglas que nos han impuesto con respecto a la competitividad en la música que hemos perdido el sello personal, yo me acuerdo que cuando estaba en Europa alguien tocaba de un modo y el otro era diferente y el otro tocaba diferente y éste proponía esto y éste proponía otra cosa, ahora hay una especie de estandarización, no sé si porque en la escuela hay que pasar un programa que es estándar, pero estandarizar el jazz está cabrón, esa es la gran contradicción. Antes se aprendía en los bares, ya no hay bares ni clubes de jazz, hay que ir una escuela y me parece bien, la escuela está genial, pero cómo hacerle para que siga siendo un arte contestatario y no el resultado de una estandarización de programas.

«Yo tuve la suerte de percibir el jazz no solamente en lo que a sonido respecta, pude ver a un saxofonista que me llamó mucho la atención, se llamaba Illinois Jacquet, cuando vi tocar a ese tipo, desde la manera de agarrar su saxofón y escuchar su sonido me impresionó. Luego vi a Dexter [Gordon] y a Archie Shepp y sentía que había algo más allá de la música, que era una pasión por todo, y lo que percibo en la actualidad es que solamente es música, entonces extraño eso, obviamente que uno siempre extraña su mejor época, pero quiero manifestar que el jazz se modificó, cambió mucho. La primera vez que vi a Michael Brecker con su grupo sí me impresionó, pero era todo mucho más intelectual.

«Cuando estaba en Munich me sucedió algo muy extraño, fui a un club que se llama Domicile, estaba un tenorista del que yo sabía que era americano y que tocaba muy bien, pero en realidad no sabía quién era. Se llamaba Eddie «Lockjaw» Davis, lo acompañaba un trío europeo —formado por un alemán, un austríaco y un checo— que tocaba en los clubes de esa región, y me llamó la atención que él los miraba, pensaba, decía un nombre y arrancaban; pensaba, decía otro nombre y arrancaban; era evidente que no tenían un programa, y eran unas melodías preciosas. Recuerdo que en una de esas propuestas del saxofonista, el pianista preguntó ¿en qué tonalidad y qué tempo?, le contestó, marcó y arrancaron; no había atril, no existen atriles música de tradición oral. Me gustó tanto el sonido de ese señor y su manera de vestir: zapatos blanco y negro, pantalones a cuadritos, una camisa extraña que se parecía a la del Zorro, era una cosa extraña, parecía un espadachín de una carabela.

«En el descanso lo vi sentado en el bar, me acerqué y me puse hablarle de boquillas —ése era mi truco, si era saxofonista, siempre le hablaba de boquillas porque si a un saxofonista le hablas de boquillas, ya lo enganchaste—. Estuvimos platicando, me cayó tan bien y me trataba tan bien, y le dije oiga, ¿le gustaría desayunar mañana en mi casa? Me miró y me dijo oh, yes, dame tu dirección.

«Llegué a mi casa y le dije a mi mujer mañana viene Eddie «Lockjaw» Davis a desayunar. Era septiembre y me dijo hagamos empanadas. Hicimos empanadas, dieron las nueve de la mañana, las diez de la mañana y dijimos no, no va a venir. Me desilusioné y me puse a pensar no, pues estoy loco, ese tipo es muy conocido, ¿cómo va a venir a mi casa? De repente sonó el timbre de la puerta de abajo, abrí la puerta y oí los pasos subiendo con dificultad —porque ya era mayor— y apareció en mi casa.

«Le dije:

Eddie «Lockjaw» Davis y Raúl Gutiérrez en Munich, Alemania (fotografía proporcionada por Raúl Gutiérrez)

«—¿Empanadas?
«—No, man, no, american breakfast
«—¿No le gustan las empanadas?
«—No, porque cuando estuve con Count Basie en Chile me sirvieron empanadas y me enfermé, me da miedo comer empanadas
«—¿Count Basie?
«—Sí, yo toqué como veinticinco años con Count Basie

«Efectivamente, era el tenorista de Count Basie y ahí tengo una foto de recuerdo en la que está haciendo su american breakfast mientras yo pongo un LP

«Cada vez que terminaba un disco me decía la música no debe terminar, sigue, pon otro. Yo ponía otro y me daba tanta risa porque no tenía discos de él, le ponía solamente de la competencia: Illinois Jacquet, Dexter Gordon, y me acuerdo que le puse un disco de Sonny Stitt y me dijo oh, Sonny, y algo pasó en un pasaje e hizo una mueca como indicando que se equivocó (risas).

«Se fue y yo quedé tan contento, y días después recibí una carta escrita a máquina y firmada por él desde un hotel de Viena donde me agradecía la invitación y me decía que se la pasó muy bien con nosotros, que siguiera estudiando el tenor, que no cambiara tanto de boquilla; ¡fenomenal!

«Eso no lo hubiera podido hacer con Michael Brecker ni con ninguno de los de esa generación de músicos que son un poco más distantes, ¿me entiendes?, se notaba que era un músico nacido en un barrio en una época en la que el jazz era de tú a tú y no tanto de estrellas. Esa es esa percepción que yo tengo del jazz de esa época, incluye la música y los personajes, su manera de ir con la música la espalda y la relación que tenían con las personas».

 

 

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