Ayer comenté que hemos aceptado que Louis Armstrong nació el 4 de agosto de 1901, pero que realmente no hay suficientes elementos para sostener el dato. En libro que cité (Louis Armstrong), James Lincoln Collier sostiene:
«Durante la esclavitud, cuando los negros eran una propiedad importante, los amos solían llevar un registro de nacimientos y muertes, al menos, y durante la reconstrucción, cuando los negros intentaban salir del analfabetismo, muchos de ellos se enorgullecían en formalizar los hechos significativos de sus vidas. Pero en el momento de la niñez de Armstrong, los negros habían vuelto a sumirse en el analfabetismo (la madre de Armstrong apenas si sabía leer y escribir, y probablemente su padre ni siquiera eso) y, además, trataban de no enredarse con una burocracia blanca en la cual no confiaban para que registrase los nacimientos y otros eventos».
De lo que no hay duda es de que Julio Cortázar nació en Bélgica el 26 de agosto de 1914, 13 o 14 años después de Armstrong. La de Cortázar es una de las literaturas de nuestro idioma que más se aproximó al jazz durante la segunda mitad del siglo pasado. El perseguidor y Rayuela son sus obras más conocidas y aclamadas sobre el tema, pero en La vuelta al día en ochenta mundos, ya desde prólogo declara:
«A mi tocayo le debo el título de este libro y a Lester Young la libertad de alterarlo sin ofender la saga planetaria de Phileas Fogg, Esq. Una noche en que Lester llenaba de humo y lluvia la melodía de Three Little Words, sentí más que nunca lo que hace a los grandes del jazz, esa invención que sigue siendo fiel al tema que combate y transforma e irisa. ¿Quién olvidará jamás la entrada imperial de Charlie Parker en Lady, be good? Ahora Lester escogía el perfil, casi la ausencia del tema, evocándolo como quizá la antimateria evoca la materia, y yo pensé en Mallarmé y en Kid Azteca, un boxeador que conocí en Buenos Aires hacia los años cuarenta y que frente al caos santafesino del adversario de esa noche armaba una ausencia perfecta a base de imperceptibles esquives, dibujando una lección de huecos donde iban a deshilacharse las patéticas andanadas de ocho onzas. Sucede además que por el jazz salgo siempre a lo abierto, me libro del cangrejo de lo idéntico para ganar esponja y simultaneidad porosa, una participación que en esa noche de Lester era un ir y venir de pedazos de estrellas, de anagramas y palíndromas que en algún momento me trajeron inexplicablemente el recuerdo de mi tocayo y de golpe fueron Passepartout y la bella Aouda, fue la vuelta al día en ochenta mundos porque a mí me funciona la analogía como a Lester el esquema melódico que lo lanzaba al reverso de la alfombra donde los mismos hilos y los mismos colores se tramaban de otra manera».
En ese libro misceláneo de 1967, aparecen textos dedicados a Clifford Brown, Thelonious Monk, los takes en el jazz y la crónica del concierto que dio Louis Armstrong en París el 9 de noviembre de 1952 , a la que tituló Louis, enormísimo cronopio. Sobra decir que Cortázar fue el más grande de los cronopios, una buena manera de celebrar los cumpleaños de ambos es volver a la crónica que los hermana.
Louis, enormísimo cronopio
Julio Cortázar
Parece que el pajarito mandón más conocido por Dios sopló en el flanco del primer hombre para animarlo y darle espíritu. Si en vez del pajarito hubiera estado ahí Louis para soplar, el hombre habría salido mucho mejor. La cronología, la historia y demás concatenaciones, son una inmensa desgracia. Un mundo que hubiera empezado por Picasso en vez de acabar por él, sería un mundo exclusivamente para cronopios, y en todas las esquinas los cronopios bailarían tregua y bailarían catala, y subido al farol del alumbrado Louis soplaría durante horas haciendo caer del cielo grandísimos pedazos de estrellas de almíbar y frambuesa, para que comieran los niños y los perros.
Son cosas que uno piensa cuando está embutido en una platea del teatro des Champs Elysées y Louis va a salir de un momento a otro, pues esta tarde se descolgó en París como un ángel, es decir que vino en Air France, y uno se imagina el inmenso lío en la cabina del avión, con numerosos famas provistos de carteras llenas de documentos y presupuestos, y Louis entre ellos muerto de risa, mostrando con el dedo los paisajes que los famas prefieren no mirar porque les viene el vómito, pobres. Y Louis comiendo un hot-dog que la chica del avión le ha traído para darle gusto y porque si no se lo trae Louis la va a correr por todo el aeroplano hasta conseguir que la chica le fabrique un hot-dog. A todo esto llegan a París y abajo están los periodistas, por eso ahora tengo la foto de France-Soir y Louis ahí rodeado de caras blancas, y sin ningún prejuicio realmente yo creo que en esa foto su cara es la única cara humana entre tantas caras de reporteros.
Ahora vea usted cómo son las cosas en este teatro. En este teatro, donde una vez el grandísimo cronopio Nijinsky descubrió que en el aire hay columpios secretos y escaleras que llevan a la alegría, dentro de un minuto va a salir Louis y va a empezar el fin del mundo. Por supuesto Louis no tiene la más pequeña idea de que en el lugar donde planta sus zapatones amarillos se posaron una vez los escarpines de Nijinsky, pero precisamente lo bueno de los cronopios está en que nunca se preocupan de lo que pasó alguna vez, o si ese señor en el palco es el príncipe de Gales. A Nijinsky tampoco le hubiera importado nada saber que Louis tocaría la trompeta en su teatro. Esas cosas quedan para los famas y también para las esperanzas, que se ocupan de recoger las crónicas, establecer las fechas, y encuadernarlo todo con tafilete y lomo de tela. Esta noche el teatro está copiosamente invadido por cronopios que no contentos con desbordarse por la sala y trepar hasta las lámparas, invaden el escenario y se tiran por el suelo, se apelotonan en todos los espacios disponibles o no disponibles, con inmensa indignación de los acomodadores que ayer nomás, en el concierto de flauta y arpa, tenían un público tan bien educado que era un placer, aparte de que estos cronopios no dan mucha propina y siempre que pueden se ubican por su cuenta y no le hacen caso al acomodador. Como los acomodadores son en general esperanzas, se deprimen sensiblemente ante esta conducta de los cronopios, y con suspiros profundos encienden y apagan sus linternas, que en las esperanzas es una señal de gran melancolía. Otra cosa que hacen inmediatamente los cronopios es ponerse a silbar y a gritar en forma sobresaliente, reclamando a Louis que muerto de risa los hace esperar una rato nada más que para divertirse, de modo que la sala del teatro de Champs Elysées se balancea como un hongo mientras los cronopios entusiasmados llaman a Louis y multitud de aeroplanos de papel vuelan por todos lados y se meten en los ojos y los cuellos de los famas y esperanzas que se retuercen indignados, y también de cronopios que se levantan enfurecidos, agarran el aeroplano y lo devuelven con terrible fuerza, gracias a los cual las cosas van de mal en peor en el teatro des Champs Elysées.
Ahora sale un señor que va a decir unas palabras en el micrófono, pero como el público está esperando a Louis y este señor viene a ponerse en el camino, los cronopios están furiosísimos y lo increpan de manera vehemente, tapando por completo el discurso del señor a quien se ve solamente abrir y cerrar la boca, con lo cual se parece de manera extraordinaria a un pescado en una pecera.
Como Louis es un enormísimo cronopio, le da lástima el discurso perdido y de golpe aparece por una puertecita lateral, y lo primero que se ve de él es su gran pañuelo blanco, un pañuelo que flota en el aire y detrás un chorro de oro también flotando en el aire y es la trompeta de Louis, y detrás, saliendo de la oscuridad de la puerta la otra oscuridad llena de luz de Louis que avanza por el escenario, y se acabó el mundo y lo que viene ahora es total y definitivamente la caída de la estantería y el final del cariyú.
Detrás de Louis vienen los chicos de la orquesta, y ahí está Trummy Young que toca el trombón como si sostuviera en los brazos una mujer desnuda y de miel, y Arvel Shaw que toca el contrabajo como si sostuviera en los brazos una mujer desnuda y de sombra, y Cozy Cole que se cierne sobre la batería como el marqués de Sade sobre los traseros de ocho mujeres desnudas y fustigadas, y luego vienen otros dos músicos de cuyos nombres no quiero acordarme y que están ahí yo creo por un error del empresario o porque Louis los encontró debajo del Pont Neuf y les vio cara de hambre, y además uno de ellos se llama Napoleón y eso es un argumento irresistible para un cronopio tan enormísimo como Louis.
Para esto ya se ha desencadenado el apocalipsis, porque Louis no hace más que levantar su espada de oro, y la primera frase de When it’s sleepy time down South cae sobre la gente como una caricia de leopardo. De la trompeta de Louis la música sale como las cintas habladas de las bocas de los santos primitivos, en el aire se dibuja su caliente escritura amarilla, y detrás de esa primera señal se desencadena Muskat Ramble y nosotros en las plateas nos agarramos todo lo que tenemos agarrable, y además lo de los vecinos, con lo cual la sala parece una vasta sociedad de pulpos enloquecidos y en el medio está Louis con los ojos en blanco detrás de su trompeta, con su pañuelo flotando en una continua despedida de algo que no se sabe lo que es, como si Louis necesitara decirle todo el tiempo adiós a esa música que crea y que se deshace en el instante, como si supiera el precio terrible de esa maravillosa libertad que es la suya. Por supuesto que a cada coro, cuando Louis riza el rizo de su última frase y la cinta de oro se corta como con una tijera fulgurante, los cronopios del escenario saltan varios metros en todas direcciones, mientras los cronopios de la sala se agitan entusiasmados en sus plateas, y los famas llegados al concierto por error o porque había que ir o porque cuesta caro, se miran entre ellos con un aire estudiadamente amable, pero naturalmente no han entendido nada, les duele la cabeza de manera horrorosa, y en general quisieran estar en sus casas escuchando la buena música recomendada y explicada por los buenos locutores, o en cualquier parte a varios kilómetros del teatro des Champs Elysées.
Una cosa digna de tenerse en cuenta es que además de la inmensa montaña de aplausos que caen sobre Louis apenas ha terminado su coro, el mismo Louis se apresura a mostrarse visiblemente encantado de sí mismo, se ríe con su grandísima dentadura, agita el pañuelo y va y viene por el escenario, cambiando frases de contento con sus músicos y en un todo satisfecho de lo que está pasando. Luego aprovecha que Trummy Young ha enarbolado su trombón y está produciendo una fenomenal descarga de sonido concentrado en masas ametrallantes y resbalantes, para secarse cuidadosamente la cara con su pañuelo, y junto con la cara el pescuezo y yo creo que hasta el interior de los ojos, a juzgar por la forma en que se los restriega. A esta altura de las cosas vamos descubriendo los adminículos que se trae Louis para estar como en su casa en el escenario y divertirse a gusto. Por lo pronto aprovecha la plataforma desde donde Cozy Cole semejante a Zeus profiere rayos y centellas en cantidades sobrenaturales, para guardar una pila formada por una docena de pañuelos blancos que va tomando uno a uno a medida que el anterior se convierte en sopa. Pero naturalmente todo ese sudor sale de alguna parte, y a los pocos minutos Louis siente que se está deshidratando, de modo que aprovecha de un terrible cuerpo a cuerpo amoroso de Arvel Shaw con su dama morena para sacar de la plataforma de Zeus un extraordinario y misterioso vaso rojo, angosto y altísimo, que parece un cubilete de dados o el recipiente del Santo Grial, y beber de él un líquido que provoca las más variadas dudas e hipótesis por parte de los cronopios asistentes, ya que no faltan quienes sostienen que Louis bebe leche, en tanto otros rugen de indignación ante esa teoría y declaran que en un vaso semejante no puede haber otra cosa que sangre de toro o vino de Creta, que viene a ser la misma cosa con diferente nombre. A todo esto Louis ha escondido el vaso, tiene un pañuelo fresco en la mano, y entonces le vienen ganas de cantar y canta, pero cuando Louis canta el orden establecido de las cosas se detiene, no por ninguna razón explicable sino solamente porque tiene que detenerse mientras Louis canta, y de esa boca que antes inscribía las banderolas de oro crece ahora un mugido de ciervo enamorado, un reclamo de antílope contra las estrellas, un murmullo de abejorros en la siesta de las plantaciones. Perdido en la inmensa bóveda de su canto yo cierro los ojos, y con la voz de este Louis de hoy me vienen todas sus otras voces desde el tiempo, su voz desde viejos discos perdidos para siempre, su voz cantando When your lover has gone, cantando Confessin’, cantando Thankful, cantando Dusky Stevedore. Y aunque no soy más que un movimiento confuso dentro del pandemonio perfectísimo de la sala colgada como un globo de cristal de la voz de Louis, me vuelvo a mí mismo por un segundo y pienso en el año treinta, cuando conocí a Louis en un primer disco, en el año treinta y cinco cuando compré mi primer Louis, el Mahogany Hall Stomp de Polydor. Y abro los ojos y él está ahí en un escenario de París, y abro los ojos y él está ahí, después de veintidós años de amor sudamericano él está ahí, después de veintidós años está ahí cantando, riendo con toda su cara de niño irreformable, Louis cronopio, Louis enormísimo cronopio, Louis, alegría de los hombres que te merecen.
Ahora Louis acaba de descubrir que su amigo Hugues Panassié está en la platea, y naturalmente eso le produce una alegría enorme, por lo cual corre al micrófono y le dedica su música, y entre él y Trummy Young se arma un contrapunto de trombón y trompeta que es como para arrancarse la camisa a tiras y lanzarlas una a una o todas juntas por el aire. Trummy Young arremete como un bisonte, con unos rebotes y unas caídas que te ladean las orejas, pero ahora Louis se le cuela por los huecos y uno empieza a no escuchar más que su trompeta, uno empieza a darse cuenta una vez más que cuando Louis sopla, cada sapo a su pozo y ahí te quiero ver. Después es la reconciliación, Trummy y Louis crecen juntos como dos álamos y rajan de arriba abajo el aire con una cuchillada final que nos deja a todos dulcemente estúpidos. El concierto ha concluido, ya Louis se estará cambiando de camisa y pensando en el hamburger que le van a preparar en el hotel y en la ducha que se va a dar, pero la sala continúa llena de cronopios perdidos en su sueño, montones de cronopios que buscan lentamente y sin ganas la salida, cada uno con su sueño que continúa, y en el centro del sueño de cada uno Louis pequeñito soplando y cantando.
VER TAMBIÉN: Happy birthday, Louis Armstrong
https://www.youtube.com/watch?v=CWzrABouyeE
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