1.- Como cada mañana, preparó su taxi para salir a trabajar. La vejez lo había alcanzado en medio de la necesidad y la pobreza; era lunes y miles de niños regresaban a clases. Las calles de Xalapa estaban atestadas y el tráfico era terrible.

Al levantarse seguramente pensó que sería un buen día, de mucho ajetreo, como suelen ser los días de escuela; nunca imaginó el desenlace. Nadie se despierta cada día imaginando que va a morir, a menos que una grave enfermedad lo aceche.

Pero algo andaba mal. Se sentía agotado, sin embargo, decidió continuar. La jornada apenas empezaba. Tomó la ruta de Plaza Crystal y se dirigió hacia la zona del Sumidero; bajó por la avenida convertida en un torrente de vehículos. De repente empezó a sentir un gran dolor en el pecho, sabía que era algo grave.

Por un momento no supo qué hacer; el dolor era muy intenso y no lo dejaba pensar con claridad. Entonces su instinto de supervivencia le sugirió que detuviera el vehículo y lo atravesara a la mitad de la avenida. Así lo hizo. Como pudo, bajó de la unidad, apenas podía mantenerse en pie; se recargó en un costado y empezó a agitar su brazo en señal de auxilio.

En el vértigo del tráfico cotidiano, la respuesta fue el ruido ensordecedor del claxon de vehículos que pasaban a un costado sin mirarlo siquiera, acaso para hacerle un reclamo. Ante el temor y la violencia, nadie quiere involucrarse, nadie escucha ni asiste. Pasaron varios minutos sin que alguien se detuviera hasta que lo hizo un joven motociclista. Entendió de inmediato la gravedad del asunto.

Mientras llamaba a una ambulancia, trató de tranquilizarlo, que respirara con fuerza, pero la agonía ya lo abrazaba. Para cuando llegaron los primeros auxilios, el hombre de edad ya había caído en estado de coma; a los pocos minutos, murió en las manos de los socorristas que intentaban salvarle la vida. A la distancia, su familia ignoraba la tragedia.

2.- Su paso por la administración estatal le había otorgado buena fama personal; tenía muchos amigos que le querían y respetaban. Su familia, por decirlo de alguna manera, era querida y reconocida públicamente. Sin embargo, tras las puertas de su casa, las historias que se conocerían después mostraron un verdadero infierno para ella, la esposa y madre.

De lo que sucedió en los últimos días, en las últimas horas. Muy poco se sabe; tal vez sólo fue la consecución de la violencia consuetudinaria que acusaba su otra familia. Historias ocultas tras la apariencia de un matrimonio normal, como suele suceder en la gestación de un feminicidio.

A pesar de que la distancia era algo común, la ausencia era inusualmente larga. La noche del viernes 23 sus familiares todavía hicieron un intento por saber el destino de ella. Llegaron a su casa y fueron recibidos por el hijo, quien aseguró que todo estaba bien, al tiempo que un cadáver en estado de descomposición les acompañaba adentro.

El sábado, con orden judicial en mano, el horror se hizo público. Él y su hijo, habían permanecido por seis días junto al cuerpo de su esposa, de su madre, en circunstancias que ellos mismos no podrían recordar. ¿Cómo pasar tantos días en la oscuridad de la conciencia, con un crimen a cuestas, ante una realidad que inevitablemente los alcanzaría?

Hoy hay muchas más dudas que certezas de lo que sucedió; tal vez en ellos mismos, en sus mentes trastornadas, no existe la dimensión sobre la tragedia del atroz feminicidio cometido.

3.- Para ser martes, no era usual que el bar estuviera lleno. Menos aún en una ciudad como Coatzacoalcos, marcada por la violencia incesante; salir a divertirse en esas circunstancias era un verdadero desafío al sentido común.

Los parroquianos disfrutaban de la compañía y los cuerpos desnudos en la pista; en el lugar habían recalado incluso un par de marinos filipinos que jamás imaginaron que ahí encontrarían la muerte. Y entonces, el pequeño bar se convirtió, literalmente, en un infierno.

A la chica que le tocaba quitarse la ropa, como parte de la variedad, le llegó su turno y entregó su último baile sensual. Su cadáver completamente desnudo quedó a un costado de la pista de dos tubos. No ha sido identificada. Es parte de las 28 víctimas mortales, cuenta en su crónica el periodista Nacho Carvajal.

Hombres desconocidos ingresaron de manera violenta lanzando disparos. Otro más pasaba con una garrafa de gasolina y comenzó a rociar la barra, la pista, los muebles y todo lo que fuera útil para incendiar. Después vino el flamazo y más disparos; los sujetos se marcharon rápidamente. La masacre estaba consumada.

En Veracruz, la muerte nos abraza de muchas formas, escondida tras la delincuencia  y la violencia doméstica, la irresponsabilidad y la ineptitud de la autoridad e incluso la indolencia de nosotros mismos. No es cosa de suerte.

Nos hemos convertido en lo que tanto temíamos.

Las del estribo…

  1. De la masacre en un bar de Coatzacoalcos, lo único confirmado es que ya van 28 personas muertas y otras tantas heridas de gravedad. Lo demás son sólo versiones: el dislate del Presidente -inducido por un gobernador que carece de información confiable- y las versiones sobre la aprehensión y liberación del presunto responsable apodado “La Loca”, vinieron a concluir una terrible jornada con un video donde el acusado señala que él no tuvo intervención alguna. En efecto, de su participación no hay pruebas, lo ha dicho la FGR. ¿Podría ser peor?
  2. En medio de su miércoles negro por la masacre de Coatzacoalcos y la falsa acusación a la Fiscalía de Veracruz –lo que lo involucró en la reyerta aldeana-, el Presidente tuvo otra noticia fatal: el Banco de México redujo las perspectivas de crecimiento económico para el país a menos de un punto porcentual. Resumen de la jornada: la violencia crece, la economía se cae.