Gritarle a un niño, abofetearlo o sacudirlo regularmente puede alterar sus circuitos cerebrales del miedo, advierte un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Montreal y del Centro Hospitalario Universitario Sainte-Justine de Canadá.

Los efectos de este tipo de “crianza coercitiva” se pueden ver no solo en el comportamiento de los niños cuando llegan a la adolescencia, sino también en la forma en que sus cerebros tratan el miedo, según este estudio, publicado en la revista Biological Psychology.

Cuando llegan a la adolescencia, los niños que han sufrido este tipo de prácticas parentales coercitivas apenas pueden diferenciar lo que es aterrador de lo que no lo es, y además tienen dificultades para identificar sus emociones, según este estudio.

“Ya sabíamos que la adversidad en la niñez puede tener muchas consecuencias negativas psicológica y socialmente”, dice Valerie Buissonniere-Ariza, primera autora de este estudio, en un comunicado.

Sin embargo, “hasta ahora, la mayoría de las investigaciones se han centrado solo en los peores casos de adversidad, los niños que son maltratados o descuidados y se los quitan a sus padres” añade.

Este estudio ha querido examinar la adversidad más “benigna”, que es bastante común y hasta fácil de aceptar: los padres frecuentemente gritan a sus hijos, los abofetean, los agarran de los brazos y los sacuden para disciplinarlos.

Ochenta y cuatro jóvenes

El estudio examinó el historial de 84 jóvenes que en la actualidad tienen entre 13 y 16 años a partir de dos estudios longitudinales del Instituto de Estadística de Quebec.

Los adolescentes se dividieron entre cuatro grupos según la severidad con la que fueron educados entre los dos años y medio y los nueve años de edad.

A continuación, fueron sometidos a una prueba de 17 minutos para determinar su condicionamiento por miedo.

La prueba consistió en mostrarles una serie de fotos de dos mujeres con expresiones faciales neutras y luego la foto de una de las mujeres con expresión asustada, acompañada del sonido de un fuerte grito.

Durante la prueba, los cerebros de los adolescentes eran observados mediante imágenes de resonancia magnética funcional, que desvelaron marcadas diferencias entre los participantes en la forma en que registraban el miedo, según su pasado infantil.

Los adolescentes que no habían tenido una infancia coercitiva pudieron distinguir un estímulo aterrador de otro tranquilizador, pero las jóvenes víctimas de una crianza coercitiva trataron cerebralmente ambos estímulos de la misma manera.

Los investigadores también observaron diferencias en la comunicación entre la amígdala y la ínsula, una región del cerebro que está involucrada, entre otras cosas, en el tratamiento de las sensaciones viscerales, como la ansiedad.

Cuando se reduce la comunicación entre esas regiones, las personas sufren trastornos depresivos y de ansiedad.

Secuelas psicológicas

En el caso de los niños del estudio, el déficit de comunicación entre ambas regiones cerebrales se traduce en una reducción de la conciencia emocional y en menos consciencia de lo que están sintiendo. Y si sienten algo, no pueden expresarlo con palabras.

Valerie Alejandra La Buissonniere-Ariza señala al respecto: “Quiero que los padres piensen en lo que están haciendo y se den cuenta de que algunos tipos de disciplina no son tan inofensivos como parecen”.

Ella es madre de una niña de un año y habla sobre el estrés y las dificultades que conlleva la llegada de un niño a una familia.

“Sé que es fácil perder la paciencia y dejarme llevar, pero estoy totalmente en contra de abofetear a un niño”, dice la madre de 32 años. Por lo tanto, es importante para mí investigar las verdaderas consecuencias de estas acciones, para demostrar que sí, ser muy severo, no es algo bueno.”

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