Si la primera mujer que hizo Dios
fue lo suficientemente fuerte como
para que ella sola pusiera el mundo
patas arriba, ¡todas esas mujeres
juntas tendrían que ser capaces
de volver a hacerlo y ponerlo en
su sitio! Y ahora lo están pidiendo,
más vale que los hombres les dejen.
Sojourner Truth

El epígrafe forma parte del discurso que pronunció Sojourner Truth en mayo de 1851 durante la convención nacional sobre los derechos de la mujer que se celebró en Akron, Ohio. Esas palabras siempre han sido vigentes pero cobran relevancia en los momentos álgidos como el que vivimos ahora en el que se defienden acaloradamante los derechos monumentales de las estatuas, los derechos objetuales de las paredes y los vidrios.

Sojourner Truth nació esclava en 1797 en la hacienda de un hombre holandés, por lo que fue el primer idioma que habló. A los nueve años, como parte de un lote conformado por ella y un rebaño de ovejas, fue subastada en el mercado de esclavos. Su nuevo dueño la obligó a aprender inglés, aunque nunca abandonó el acento holandés ni aprendió lectoescritura en ninguno de los dos idiomas. Después de dos años de crudelísimo trato, fue revendida. La misma suerte corrió un par de veces más. Tuvo un primer romance con un esclavo de una hacienda vecina, pero el dueño del pretendiente se opuso a la relación pues no le convenía que tuviera hijos que no fueran de su propiedad. Un día, el esclavo se escapó para verla, fue descubierto por su propietario quien lo castigó tan brutalmente que murió a causas de los golpes recibidos.

Más tarde se casó con un esclavo mayor que ella y procreó cinco hijos. En 1826 se escapó con su hija y se fue a Canadá donde fue acogida por el matrimonio Van Wagenen, con quienes trabajó y recibió un trato digno. Cuando se aprobó el Acta de Emancipación del Estado de Nueva York, logró su libertad. Después supo que su antiguo dueño, John Dumont, había vendido ilegalmente a uno de sus hijos, con la asesoría de los Van Wagenen llevó el caso a la corte y se convirtió en la primera mujer negra en denunciar a un blanco y, después de un juicio que se prolongó varios meses, ganar el caso.

A partir de ese momento se convirtió en activista por los derechos de los afroamericanos, en primer lugar, y después por los derechos de las mujeres. Ese el el contexto del discurso que reproduzco íntegramente.

¿Acaso no soy una mujer?

Sojourner Truth

Buenos, niños, donde hay mucho jaleo algo anda desbaratado. Creo que entre los negros del sur y las mujeres del norte, si entre todos hablamos de derechos, los hombres blancos estarán en apuros muy pronto. Pero, ¿de qué va todo lo que estamos hablando?

Ese hombre de ahí dice que las mujeres necesitan ayuda para subir a las carrozas y para sortear las zanjas, y para que tengan los mejores sitios en todas partes. Nunca nadie me ha ayudado a subir a las carrozas o a saltar un charco de barro, o me ha ofrecido el mejor sitio. ¿Acaso no soy una mujer? ¡Mírenme! ¡Miren mi brazo! He arado y cultivado, y he recolectado todo en el granero, y nunca ningún hombre lo ha hecho mejor que yo! ¿Y acaso no soy una mujer? Podría trabajar tanto y comer tanto como un hombre, cuando puedo conseguir comida, ¡y también soportar los latigazos! ¿Y acaso no soy una mujer? Tuve trece hijos y vi cómo todos ellos fueron vendidos como esclavos y cuando chillé junto al dolor de mi madre, ¡nadie, excepto Jesús, me escuchó! ¿Acaso no soy una mujer?

Entonces cuando hablan de esa cosa de la cabeza, ¿cómo la llaman? (desde la audiencia le susurran, «intelecto»). Eso es, querido. ¿Qué tiene que ver eso con los derechos de las mujeres o los derechos de los negros? Si en mi cántaro solo cabe una pinta y en el vuestro un cuarto, ¿no sería mezquino por vuestra parte que no me dejéis quedarme con la pequeña media medida que me corresponde?

Ese hombre bajito vestido de negro dice que las mujeres no pueden tener tantos derechos como los hombres ¡porque Cristo no era una mujer! ¿De dónde venía tu Cristo? ¡De Dios y de una mujer! El hombre no tienen nada que ver con Él.

Si la primera mujer que hizo Dios fue lo suficientemente fuerte como para que ella sola pusiera el mundo patas arriba, ¡todas esas mujeres juntas tendrían que ser capaces de volver a hacerlo y ponerlo en su sitio! Y ahora lo están pidiendo, más vale que los hombres les dejen.

Les agradezco que me hayan escuchado. Y ahora la vieja Sojourner no tiene nada más que decir.

* * *

Traducción: Alejandro de los Santos Pérez
Tomado del portal África. Fundación sur

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