Al Presidente López Obrador no le gusta el periodismo crítico, como tampoco le gusta prácticamente a ningún político en el poder. Eso no lo hace diferente, es igual que todos. Al Presidente, como sus antecesores, le gusta el halago, el reconocimiento, la defensa pública de su administración, medios dóciles que sólo ven aciertos en su gobierno.

Entonces, siendo igual que cualquier político, ¿ha cambiado la relación del poder con los medios? En absoluto, sin embargo, el método sí es distinto. Hasta el gobierno de Peña Nieto, los medios de comunicación recibían montañas de recursos públicos por la vía de la publicidad. Dedicaban grandes espacios, primeras planas, tiempo prime time a destacar el mensaje y la obra del gobernante. La acidez de la crítica de unos cuántos era endulzada por la opinión positiva de la mayoría.

Si esto era ético o no, si tenía un impacto en su credibilidad, eso era un asunto de sus audiencias. El camino era relativamente sencillo, aunque siempre hubo libertad para la crítica descarnada y abierta. Para ellos, el único castigo era la exclusión comercial.

Hoy al Presidente también le gustan los medios dóciles. Pide que si son verdaderos periodistas, deben ser bien portados y sumarse a la cuarta transformación, es decir, volverse aliados de su gobierno. Sin embargo, hoy la estrategia mediática es más perversa, más irracional, más autoritaria.

López Obrador entiende muy bien que mantiene una buena parte de la opinión pública a su favor. No necesita que los medios hablen bien de él, porque él lo hace todos los días. Sabe que su voz pesa más que la de cualquier medio o columnista aliado. Entonces no necesita de opiniones positivas, lo que sí requiere es acallar las voces críticas a su gobierno que sí podrían minar su popularidad al hacer evidentes sus errores.

Hoy el poder no quiere medios que hablen bien de él; quiere medios que descalifiquen a sus adversarios. Si antes el dinero se invertía en halagos, ahora el presidente lo gasta en dividir y confrontar a los medios de comunicación y las redes sociales. Si su obstinación por la polarización lo llevó a la Presidencia, ¿por qué habría de tener una estrategia diferente con los medios de comunicación?

Por eso pocos hablan bien de él. Su mensaje matutino permea todas las agendas. Pero cuidado con la crítica, porque entonces se encienden las redes y un alud de descalificaciones caen sobre los irredentos, calificados de fifís, conservadores, aliados de la mafia del poder o de contrarrevolucionarios, como es el caso de la revista Proceso, un medio que si bien no se entregó a la causa lopezobradorista, mucho sirvió para fragmentar al viejo régimen.

En abril pasado, al referirse a la política de comunicación del gobierno, el Presidente ofreció que se habría de transparentar todo y no habría censura ya que está “se va por un tubo”. Hoy no se ha transparentado nada – las denuncias hechas por miembros de su gabinete ni los procesos de licitación en las compras del gobierno, por ejemplo-, y la censura se ejerce de manera abierta desde Palacio Nacional, disfrazada del derecho que tiene el Presidente a expresar su opinión.

El mensaje de López Obrador es sumamente perverso. Dijo entonces que se verificará no sólo el alcance y cobertura de los medios, sino qué hay que tomar en cuenta su profesionalismo, objetividad y que “eso habría que verlo con mucho cuidado para que no se piense que va ha haber censura”. En sentido estricto, ¿quién va a determinar el “profesionalismo y objetividad” de un medio? ¿Cuáles son los criterios que se van a aplicar?

El Presidente ya hizo el trabajo. Este lunes acusó a medios de comunicación de obstaculizar la transformación que emprende su gobierno y señaló, de manera general, a periódicos y revistas por no abordar ni criticar la corrupción que había en el país antes de que él asumiera la Presidencia. Muy pronto olvidó que esos medios dieron a conocer los casos del Pemexgate, los Amigos de Fox o la Casa Blanca, escándalos que abonaron a su popularidad.

Por fortuna, en Veracruz tiene un remedo de gobernante. A diferencia de López Obrador, Cuitláhuac García no conoce a los medios ni sus representantes, no sabe cuáles son sus historias, ignora siquiera las ligas políticas de unos; no tiene la más peregrina idea de cómo tejer aliados. Su estrategia de medios se reduce al control del dinero y a lanzar acusaciones al aire, como lo hace el Presidente.

Pero aquí no hay control de daños. La popularidad del Gobernador ha puesto en riesgo la viabilidad de la 4T en el estado. La información sobre secuestros, homicidios y violencia generalizada corre a borbotones. El gobernador lo único que sabe hace es ocultar la cabeza como sucedió en el reciente homicidio donde se vieron involucrados policías en servicio.

El Presidente no quiere a los medios, por eso los ataca; en Veracruz el Gobernador tampoco quiere a los medios, por eso los ignora.

Las del estribo…

  1. Siempre se supo que la bursatilización fue un gran embuste. Nunca los Ayuntamientos tuvieron tanto dinero a su disposición y nunca habían estado tan endeudados. Los beneficios obtenidos por Fidel Herrera y los alcaldes en turno los volvieron multimillonarios y las obran nunca se vieron. Hoy se pretende una reestructuración para aliviar las deudas de los Ayuntamientos. Suena bien, pero: el gobierno estatal ¿les quita las ambulancias por un lado y los liberan de deudas por el otro?
  2. Desde el CEN llamaron a cuentas a los panistas jarochos. Entendieron muy bien que la división local sólo, favorece el empoderamiento de un gobierno errático y débil. Sergio Hernández se ha quedado sólo, sin poder. Lo volvieron a chamaquear.