En 1993, la diabetes condenó a Ella Fitzgerald a pasar el resto de sus días en una silla de ruedas, le fueron amputadas ambas piernas. Después de un tiempo hospitalizada se fue a su casa ubicada en Beverly Hills. Entre los escombros del infortunio encontró una nueva versión de la dicha, gustaba pasar las tardes en el patio trasero acompañada de su hijo Ray y su nieta Alice. «Solo quiero oler el aire, escuchar a los pájaros y escuchar reír a Alice», solía decir en esos días.

Hace 26 años, el 15 de junio de 1996, cuando iban a meterla a su casa, miró su patio para despedirse de él y dijo: «estoy lista para irme ahora». Más que presagio, la afirmación fue una certeza, murió ese mismo día.

Ese mismo año, Wislawa Szymborska ganó el Premio Nobel de Literatura. En su último poemario publicado en vida, Aquí (2009), la poeta elevó una plegaria a su admirada cantante.

ELLA FITZGERALD EN EL CIELO

Le rezaba a Dios,
le rezaba ardientemente,
para que hiciera de ella
una feliz chiquilla blanca.
Y si ya es tarde para esos cambios,
pues al menos, Mi Señor, mira cuánto peso
y quita de aquí como poco la mitad.
Pero el misericordioso Dios dijo No.
Simplemente puso la mano en su corazón,
le miró la garganta, le acarició la cabeza.
Y cuando todo haya pasado—añadió—,
me llenarás de júbilo viniendo a mí,
mi alegría negra, mi tonel cantarín.

(Wislawa Szymborska.
Traducción de Gerardo Beltrán
y Abel A. Murcia Soriano)

 

Murió tres años después. Ese mismo año, 2012, se publicó el libro póstumo Y hasta aquí, una colección de trece poemas que dejó manuscritos en los que, fiel a Wislawa, puso la lupa en esas minucias en la que casi nadie repara. Y la suya era una lupa caleidoscópica, además de amplificar las migajas, las dotaba de mutantes formas polícromas. Uno de ellos se detiene en las personas que recogen la basura.

 

ALGUIEN A QUIEN OBSERVO DESDE HACE UN TIEMPO

                                                                                                                                                     Wislawa Szymborska

No llega en tropel.
No se reúne multitudinariamente.
No participa en masa.
No celebra a lo grande.

No saca de sí mismo
una voz coral.
No declara ante todos y cada uno.
No afirma en nombre de.
No en su presencia
este interrogatorio:
quién a favor, quién en contra,
gracias, nadie.

Falta su cabeza
donde cabezas y más cabezas,
donde paso a paso, hombro con hombro
y adelante hasta alcanzar el objetivo
con propaganda en los bolsillos
y el producto del lúpulo.

Donde sólo al principio
todo idílico y angélico,
porque pronto un tumulto
con otro se mezcla
y nunca se sabrá
de quién, ay, de quién
son estas piedras y flores,
estos vivas y palos.

Ni mencionado.
Ni espectacular.
Está empleado en el Servicio de Limpieza.
Al despuntar el alba,
en el sitio donde tuvo lugar todo,
recoge, lleva, arroja al contenedor
lo clavado en árboles medio muertos,
lo aplastado en la fatigada hierba.

Pancartas rasgadas,
botellas quebradas,
peleles quemados,
huesos mordisqueados,
rosarios, silbatos y preservativos.

Una vez encontró en los arbustos una jaula de palomas.
Se la llevó
y para eso la tiene,
para que siga vacía.

De Y hasta aquí (2012)

El primer día de febrero de 2012, el misericordioso Dios puso la mano en el corazón de la poeta y le acarició la cabeza. Entre las alrededor de diez mil personas que acudieron al funeral, se escuchó su canción preferida, Black Coffee, en la voz de Ella Fitzgerald. Hacia el final de su vida, a Ella le cercenaron las piernas, pero jamás pudieron amputarle las alas, y si alguna jaula hubo para aprisionar a ambas, sigue vacía.

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