La palabra gobernar significa administrar y dirigir un país, estado o municipio (una comunidad), mediante la promulgación y aplicación de normas haciendo que se cumplan. En este compromiso social que adquiere quien resulta electo, no importan ideologías, creencias partidistas o religiosas; los ciudadanos confían en alguien la responsabilidad de conducir por el mejor camino los destinos de su comunidad para hacerla más próspera, y en ello se incluyen aspectos como la productividad, la creación de empleos, la transformación física mediante obras materiales, cuidar la salud de los gobernados, una buena educación y las paz social que permita a todos tener una buena calidad de vida. Por eso nos resulta chocante y argumento para justificar mediocridad, que en el gobierno estatal de Morena se sostenga la frase de que ellos son un gobierno distinto. ¿Distinto a qué o de qué? Se tienen que referir a administrar los recursos del pueblo con honestidad, a aplicar la justicia sin distingo de nada y a dar prioridad a lo que más urge atender, pero la forma como tienen que hacer las cosas tiene que ser la misma: servir con eficiencia a los ciudadanos desde la trinchera o cargo que les hayan conferido. El problema del gobierno que hoy tenemos es que la diferencia que se advierte desde que arrancaron, con las administraciones anteriores, es una inclinación exacerbada hacia la práctica del nepotismo, como en ningún gobierno anterior se había tenido; una inclinación a la corrupción igual o peor al yunismo y al duartismo, las dos administraciones que han sido emblemas del saqueo a las arcas públicas y al uso del poder para hacer fortuna, y una ausencia total de oficio político que los exhibe como arrogantes. Lo más grave de todo es la ineficiencia de quienes han sido invitados a formar este gobierno. Van más de cuatro meses y no tienen idea de por dónde empezar y eso nos condena al rezago. ¿Esa es la diferencia de la que hablan, que son peores que los anteriores?… ¡Qué tragedia!