José Juan Tablada es, indiscutiblemente, una pieza clave en la literatura mexicana, la paternidad del modernismo mexicano y la introducción haikú japonés en las letras hispanoamericanas, lo sitúan en el pedestal de nuestros más grandes poetas, pero escribió mucho más que poesía, en la introducción de La Babilonia de Hierro. Crónicas newyokinas de José Juan Tablada, antología recopilada y editada por Esther Hernández Palacios, la propia autora comenta: «escribió también dos novelas, algunos cuentos, una obra teatral, una monografía sobre arte plástico japonés, una historia del arte mexicano dos volúmenes de memorias, además de su Diario y un tratado sobre micología»

La Babilonia de Hierro es el título que Tablada tenía pensado para un libro que recogería las crónicas que escribió en Nueva York y que publicó en El Universal Ilustrado, el Excélsior y la Revista de Revistas, pero el proyecto nunca se consolidó. El año 2000, la doctora Esther Hernández Palacios hizo una recopilación de esas crónicas y le asignó, justamente, el nombre del libro frustrado. La Babilonia de Hierro. Crónicas newyokinas de José Juan Tablada fue publicado por la Universidad Veracruzana, en su serie Biblioteca, y la Universidad Nacional Autónoma de México.

Tratándose de un recorrido por la ciudad de los rascacielos, necesariamente tenía que aparecer el jazz y tenía que hacerlo en un lugar pecaminoso, el cabaret. En el texto publicado originalmente en el Excélsior el 2 de febrero de 1922 con el título La vida nocturna y los super-cabarets, habla de la muerte de los cabarets de esa ciudad a consecuencia de la prohibición de las bebidas alcohólicas. Con marcada nostalgia recuerda al «viejo cabaret atemperado en sus exhibiciones, parsimonioso en su sensualidad, discreto en el consumo de bebida y adonde, aún las dueñas o chaperons no tenían reparo en llevar a las girls casaderas confiadas a su égida protectora.

«Apenas si la vida de aquellos cabarets ingenuos se prolongaba dos o tres horas después del cierre de los teatros; apenas si las parejas, entregadas al baile, llegaban a ciertos límites aceptados y permitidos en los palacios residenciales de Riverside Drive o de la Quinta Avenida. Los bailadores practicaban el apechugamiento y aún el ocasional o reiterado contacto de las mejillas, es cierto, pero tales identificaciones coreográficas eran también lícitas en las soirées(1) del gran mundo…»

En su lugar, sostiene, quedó el Super [sic] Cabaret en el que «El jazz band no deja de exaltar los ánimos con sus virtudes activas, excitantes al dinamismo y que aniquila toda idea de orden y de armonía, ofuscando o aplastando entre una vivaz erección de apetitos, todas las censuras morales.

«Los instintos más imperiosos se desencadenan, las almas civilizadas regresan a las selvas primitivas, en una especie de tregua las convenciones sociales, y en los rostros sin máscara, más impúdicos por esa misma desnudez, puede leerse el ímpetu licencioso de los carnavales antiguos.

«Parece que aquella atmósfera turbia, sobresaturada de alcohol, de tabaco de Oriente, de enervantes perfumes femeninos, opaca la conciencia, desvirtúa la razón e intensifica la morbosa vida subconsciente».

Habla después de los espectáculos en los que «aparecen de pronto, como enormes frutas carnales, las cuatro o cinco bailarinas profesionales. Frutas mondadas vamos… sin cáscara; es decir, desnudas, pues no puede llamarse vestido esa guirnalda que a modo de brassiѐre les vela un tanto el seno, ni esa enagüilla de flecos de cuentas, estilo hawaiano que de la cintura la rodilla traza inestables y móviles líneas perpendiculares.

«Aquella danza en la que accionan primero, las cuatro segundas bailarinas, es la misma que copiaron del insistente vaivén de las olas las morenas hijas de las islas australes, pero, naturalmente, estilizada y sublimada en pecadora intensidad, intercalada con las tembladeras de la rumba cubana y sintetizada y recapitulada en el espasmódico huchi-kuchi, o danza del vientre, de las bayaderas Uled-Nail(2)…»

Al terminar el espectáculo, continúa, «gran parte de la concurrencia se lanza a bailar por parejas.

«Y resulta conmovedor el esfuerzo de los bailadores diletantes por imitar a las bailarinas profesionales. Conmovedor y un tanto grotesco, porque el vaivén de las olas australes es inocente sin duda; un poco especiosa la estilización de las bailarinas profesionales, pero esa misma coreografía interpretada por un señor y una señora, yuxtapuestos, que no unidos, resulta desconcertante…

«Por fortuna, allí está esa endiablada y subversiva música del jazz que desquicia y anonada nuestros reparos y nos envuelve en sugestión gregaria y nos presta un alma de circunstancias, selvática, primitiva, negra, para apencar con aquellas frenéticas orquídeas que giran, estremeciéndose y derramando polen, en alas de un enjambre cantáridas…

«El último en salir de aquel super cabaret, a las ocho de la mañana, fue un señor ponderado y circunspecto, que escondía cuernos y barbas cabríos bajo el cuello astrakán de un ulster(3) irreprochable.

«Y la nieve que había caído toda la noche sin lograr cubrir con su blancura el hollín de la Babilonia de Hierro, se volvía fango, desesperada, sobre las calles de Nueva York».

NOTAS:
1 Soirées: velada.
2 Uled-Nail: literalmente clavo de hule, se usa para designar algo inútil.
3 Ulster: especie de gabán largo, de origen irlandés.
(Notas de la editora)

 

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