Ruy Pérez Tamayo, investigador de El Colegio Nacional, expresó que las dos cosas que más disfruta es hacer investigación y ser profesor; además, comentó que estudió Medicina por decisión de sus padres, quienes consideraron que era una profesión muy prometedora.
En entrevista para Universo, platicó sobre sus padres, cómo fue que empezó a involucrarse en el mundo de la investigación y la ciencia, hasta finalmente ser profesor-investigador.
Ruy Pérez estudió Medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y se especializó en patología con Isaac Costero (en México) y con Gustave Dammin y Lauren V. Ackerman, en los Estados Unidos.
Fundó y dirigió durante 15 años la Unidad de Patología de la Facultad de Medicina de la UNAM en el Hospital General de México, y durante 10 años el Departamento de Patología del Instituto Nacional de la Nutrición.
Ha sido profesor de patología en la Facultad de Medicina de la UNAM durante más de 50 años; actualmente es Profesor Emérito de la UNAM y jefe del Departamento de Medicina Experimental de la misma Facultad en el Hospital General de México.
Cabe mencionar que la Universidad Veracruzana (UV) creó la Cátedra Ruy Pérez Tamayo para promover la comunicación y divulgación de la ciencia, a través de la participación de especialistas que se hayan distinguido en las labores de docencia e investigación. Es resultado del convenio celebrado entre El Colegio Nacional y la UV.
¿Qué lo motivó a estudiar Medicina y posteriormente dedicarse a la investigación en el campo de la patología e inmunología?
Mi padre era músico, se graduó en 1921 como violinista concertista en el Conservatorio de Música de Mérida, Yucatán; después se casó con mi madre.
Mi papá formó parte de un cuarteto, integrado por dos de sus profesores y un compañero del conservatorio; tocaban música clásica, pero en 1921 no había mucho trabajo en Mérida para músicos clásicos. Nací en 1924.
Un compañero de él, también músico, se fue a trabajar a Tampico, Tamaulipas, donde se vivía un boom económico por la compañía petrolera El Águila, S.A.; le escribió a mi papá para que se fuera a trabajar con él, pero rechazó la oferta. En una segunda carta que le envió, incluía la oferta de un trabajo que consistía en dirigir una pequeña orquesta de una estación de radio. Se fue a Tampico y empezó a prosperar económicamente, así que no tardó en llevarse a toda la familia.
En Tampico vivimos hasta 1933, cuando tuvimos que emigrar por la devastación causada por un ciclón, donde perdimos lo poco que teníamos. Emigramos como damnificados a la Ciudad de México, allí vivimos en la casa de una hermana de mi padre.
Recuerdo que mi padre salió a buscar trabajo al día siguiente y encontró muy rápido. Su primer empleo fue en una estación de radio que se llamaba XEB y luego se fue a la XEW, dirigió una orquesta, fue anunciador de radio, leyó las noticias y nosotros lo oíamos por la radio.
Cuando llegó el momento de decidir qué estudiaríamos, mis hermanos y yo queríamos ser músicos como mi padre, pero él de inmediato se rehusó porque la vida para un músico es muy difícil y nos dijo que quería que fuéramos médicos.
A mi padre y a mi madre se les ocurrió que fuéramos médicos porque tenían un buen amigo médico, Alfonso G. Alarcón, uno de los pioneros de la pediatría en México, y veían que progresaba su carrera, así que querían que mi hermano mayor, el menor y yo estudiáramos Medicina, por supuesto nosotros no tuvimos nada qué decir en el asunto.
En aquellos años era muy costoso estudiar Medicina, porque los libros eran en francés, entonces había que saber el idioma y comprar el material, pero nosotros ya lo hablábamos y entendíamos gracias a que mi madre nos inscribió a clases desde que cursábamos la secundaria.
Cuando me inscribí a la carrera también lo hizo otro muchacho yucateco de nombre Raúl (hijo de un médico), él ya tenía claro que quería ser médico, pero no de los que atendían pacientes, sino de aquellos que hacían investigación. Su papá le había construido en el sótano de su casa un pequeño laboratorio. A los pocos días de conocernos me invitó a que lo viera hacer experimentos, quedé encantado y maravillado con la investigación.
Él tomaba un gato, al que anestesiaba, lo cubría como se debe, le ponía una lámpara y hacía la cirugía; tenía un aparato para estimular los nervios, también le medíamos la presión arterial, la respiración, el pulso, aquello era fantástico. Lo vi hacer experimentos, cuando hice mi primer experimento y obtuve resultados, decidí que eso quería para toda la vida.
Para el tercer año de la carrera me inscribí con el profesor Isaac Costero, que era un mago, daba unas clases maravillosas, siempre tenía el salón lleno. Yo quería ser como él, pero seguía trabajando en el laboratorio de Raúl los fines de semana y por las noches.
Aprendí a hacer lo que mi maestro hacía, que era la patología, una ciencia morfológica, estudiaba cómo se ven las cosas, cómo están hechas. Por otro lado, Raúl ya me había educado para que me preguntara cómo es que pasan las cosas, cuáles son los mecanismos que explican lo que vemos. Yo combiné las dos cosas.
Con una beca que obtuve me fui a estudiar a los Estados Unidos y cuando regresé a México ya no pude hacer lo que hacía mi maestro Costero, porque ya tenía otras preguntas por resolver.
Fundé un laboratorio nuevo, creé la primera Unidad de Anatomía Patológica en el Hospital General; después hicimos patología experimental, siguiendo las disciplinas que aprendí con Raúl y las nuevas disciplinas, para estudiar no sólo cómo se ven las cosas sino cómo se explican. Me dediqué a eso y en eso trabajo.
¿Qué es lo que más disfruta de dedicarse a la investigación?
Lo que más disfruto es hacer investigación, porque se trata de meterle las manos a la realidad y ver cómo es; se trata de explicar cómo es la realidad, no inventarla, no basarme en creencias, supersticiones, mitos o relevaciones, sino en hechos.
Mi trabajo es encontrar la manera para conocer y ver cómo está hecha. Cuando llego a contestarme una pregunta, es como llegar al paraíso, disfruto enfrentarme a un problema de la realidad y tratar de contestármelo dentro de ella, sin hipótesis ni exageraciones.
Tengo otra satisfacción, soy profesor y lo he sido durante muchos años; entonces, otra de las cosas que más disfruto es tratar de comunicarles a mis alumnos mi manera de ver las cosas. He tenido maravillosos, extraordinarios e inolvidables alumnos, quienes me han apoyado, mejorado y educado; además, tener buenos alumnos representa una de mis mayores satisfacciones en la vida.
¿Cuál debe ser el papel y meta principal de un profesor?
Sin duda debe ser estimular a sus alumnos, no educarlos para que sean como uno, sino abrirles las puertas para que sean ellos mismos, aunque a veces vayan en contra de su profesor; entonces, es cuando te das cuenta que lo hiciste bien.
Paola Cortés Pérez /Prensa UV