Pocos creen en la versión de que una falla mecánica del helicóptero, en el que viajaban la gobernadora Martha Érika Alonso y su esposo Rafael Moreno Valle, coordinador de la bancada panista en el Senado, haya sido la causa de la tragedia que les arrancó la vida este 24 de diciembre. Juan Camilo Mouriño, brazo derecho del entonces presidente Felipe Calderón, murió el 4 de noviembre de 2008 en un accidente aéreo cuando el avión en el que viajaba se desplomó sobre una de las avenidas principales de la Ciudad de México. Las investigaciones que el gobierno hizo dieron como resultado que el piloto del jet se acercó mucho a otra aeronave que volaba adelante y sobrevino la tragedia. Esa fue la verdad histórica, la única, la palabra del Presidente que en nuestro país era como la palabra de Dios. Sin embargo, ahora que las autoridades norteamericanas están entretenidas con el juicio a Joaquín El Chapo Guzmán, uno de sus contlapaches declaró que fue su jefe quien mandó a tumbar esa aeronave, en venganza porque Calderón les había echado al ejército. Con estos escenarios plagados de mentiras, quién va a creer lo que se nos dice de primera mano, menos cuando las condiciones políticas que rodean a la pareja fallecida conducen a un atentado. Sin embargo, no se puede seguir el juego de los perversos y dolidos con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, de atribuirle la responsabilidad solo porque éste dijo, tras el triunfo de Martha Érika, que no visitaría Puebla durante su administración, donde habitan seis millones de votantes, ni por la evidente animadversión que AMLO le profesa a Moreno Valle. No, hacerlo es irresponsable. Lo que extraña es que a unos días de la tragedia las autoridades que investigan, los colaboradores de AMLO, únicamente hablan de cuestiones técnicas (una falla mecánica) y descartan la posibilidad de un atentado, cuando los poblanos sabían (vox popupli) del control que ejerció Moreno Valle sobre los huachicoleros a tal grado que se ganó el mote de “El rey del huachicol”, en la tierra donde más se comete ese delito que produce miles de millones de dólares. Por eso, no hay que descartar que detrás del atentado estén los intereses de las bandas dedicadas al robo de combustible,  interesados en despojarse del control ejercido desde el poder.