Trastabillante, Abel intentaba dar los pasos, la intensa luz del soleado día le lastimaba la retina, brillantez penetrante le hería en lo más profundo de su consciencia, después de haber estado varios días en la oscuridad del chamizo. Con los brazos estirados hacia delante, tensos, las manos abiertas, crispadas hacia el frente, deambulaba desconcertado, como queriendo asirse de la esperanza, de que no fuera cierto lo sucedido. Los recuerdos convulsionaban en su memoria. No debió haber sido así, se repetía, así no es, esto es mentira, yo no lo mate, no lo hice. Caín debió asesinarme a mí, así es lo bíblico.
Obnubilado, continuaba avanzando, tropezaba, sentía un fuerte dolor en la mano derecha, con ella, había tomado el grueso macizo de leño con el que había dado muerte a Caín, porque le embargo un sentimiento de coraje, de sospecha, de temor, la corazonada de que Caín le mataría. El instinto le hizo abalanzarse con fuerza brutal que emergía de lo más profundo de su ser, para descargar sobre el cráneo de su hermano el pesado tronco que había permanecido durante años en el patio del cobertizo. Siempre imaginó que ese pesado madero era una buen objeto para defenderse.
Abel, alcanzaba ya un buen trecho, alejado del escenario en el que había dado muerte a su hermano. Caín se encontraba boca arriba, sangrante, con los ojos midriáticos, mirando sin mirar a la nada, con gruesas hebras de sangre que le encharcaban los oídos. La boca abierta, con aspecto de sorpresa y dolor, parecía aún inhalar la última bocanada de aire ante la expiración que le había sorprendido.
Dios que miraba a Abel desde las alturas, supo en ese instante, que el instinto del hombre es superior a su creencia, manifestada en Abel, con osadía, se atrevió a forzar las puertas de la predicción del destino, ante el cual el hombre con docilidad deja pasar el tiempo esquivando los riesgos a los que le somete la ordenación de la vida. Que es el azar el que debe de alejarlo de la fatalidad. Ventura que difícilmente es iluminada por la estrella en el espacio de los tiempos, siendo que el hombre se entrega voluntariamente a los designios, atemorizado por tempestad que pueda lanzarle al imponderable rechazo de sus acciones.
Dios se estremeció ante los hechos, temiendo lo que Johann Wolfgang Goethe había escrito y dicho en palabras de Fausto: “llegó ya el momento de probar con hechos que la dignidad del hombre no cede ante la grandeza de los dioses; hora es ya de no temblar frente a ese antro tenebroso en donde la fantasía se condena a sus propios tormentos; de lanzarse hacia aquel pasaje, alrededor de cuya estrecha boca vomita llamas todo el infierno; de resolverse a dar este paso con faz serena, aun de riesgo de abismarse en la nada”.
Si la duda es el privilegio de quien ha vivido mucho, tal vez por eso el Señor no conseguía convencerse y aceptar la certeza de lo que miraba sonándole a falsedad. Para Él, Caín, el mozalbete que yacía inerte, tenía la respuesta a esa fuga errante de quien debía haber sido asesinado.
El falso Abel continúa su marcha claudicante, cegado por el miedo, los dificultosos pasos le llevaron a un pasadero de bestias de carga, y ahí, al transitar una montura de un jumento, él aún con los brazos estirados, tiesos hacia el frente, entumecidos, con fuerte dolor de su mano derecha, quedó mirando con tristeza y rencor al asno del que colgaba pesada carga de leños.
Se mantuvo quieto, pensando que la vida lo trataba mal. De pronto se abalanzó sobre el asno, con tal fuerza que lo derribó con toda y carga, tomando rápidamente uno de los maderos con el que golpeó con descomunal fuerza la cabeza del jumento, que sangrante mostraba los molares de su fuerte quijada. Abel intentó arrancarle el maxilar, pero el dolor de su mano derecha, la tiesura de sus brazos, su suplicio y la congoja debilitaban su voluntad. No pudiendo más, echó a llorar abatido sobre la cabeza del asno. Fue entonces cuando el arriero, dueño del jumento, se acercó atemorizado blandiendo un pesado y grueso madero, con el cual descargó con colosal y brutal fuerza golpe certero sobre la humanidad de Abel.
Fue así que el primogénito de Eva y Adán y su hermano menor fueron muertos.
Caín el fratricida, el destinado a matar a su hermano Abel, primogénito de Adán y Eva, retador de Yavé, el colérico Dios, es el rebelde, es el Prometeo de la leyenda, que reclama libertad, y racionalidad a la critica devastadora del dogma religioso. Por eso en esta historia, el primer homicidio del génesis, intenta evitar el romanticismo de las libertades, Abel se muestra libre, defiende su existencia y se enfrenta a los designios, se levanta contra lo establecido, desaprobando racionalmente los códigos que someten los pensamientos y las creencias de los hombres: “la protesta contra toda explotación y esclavitud; el ansia de libertad que impulsa la lucha contra la opresión” escribió Lord Byron.
William Shakespeare, apuntó en Medida por medida, que es la “muerte la que debe morir”.
La aflicción de Abel por saberse asesinado por Caín, le llevó a rebelarse contra sí mismo y contra la decisión del Dios que atónito le miraba.
Sintácticas
De un armano:
Santa Claus no repartirá nuevamente este año los regalos, porque a encargado otra vez a los familiares, los compren en las tiendas de los comerciantes.
En la calle de las estrellas:
La interpretación de un pensamiento depende de la experiencia de cada quien.
De un carpintero con deuda:
Lo que de pronto recuerda usted, yo no lo puedo olvidar, porque el pago de cada mes, son los sueños insomnes los que me mantienen perturbado.
Del destino:
Cuando el hombre se revela, brota en sí mismo la luz y la esperanza.
De Goethe en palabras de Fausto:
¡Cómo nunca desaparece toda esperanza de la cabeza de aquel que siempre se aferra a cosas insulsas!
Con ávida mano escarba la tierra buscando tesoros, y se da por satisfecho si encuentra unas lombrices.
Hilary Hahn. Paganini. Caprice 24. Hula hoop: