Cuando alguien hace promesas que no cumple, generalmente es repudiado, pero cuando las hacen y no solo no las cumplen sino que se valen de su situación ventajosa para sacar raja de la desgracia de los demás, no solo se le repudia, se le odia. Hay que imaginar a un ciudadano cualquiera, con un familiar cercano víctima de la delincuencia a quien secuestran, torturan y destrozan provocando un daño irreversible para toda la familia; o a una madre o padre que deja de ver a su hija y cuando denuncia ante la Fiscalía del Estado le dicen que haga fila porque la cola es muy larga, pero además que vaya pensando en las “amistades” del desaparecido porque ellos están involucrados, sin tener una prueba. Quién no va a odiar a una autoridad así, indiferente, irresponsable pero, sobre todo, mentirosa. Es el caso del gobernador que se va, Miguel Ángel Yunes Linares, el padre ejemplar y el abuelo amoroso; el padre que es capaz de prometer una gubernatura al hijo más rebelde para medio controlarlo, y el abuelo capaz de convertir una oficina de gobierno en un asilo y exhibirse cargando el montón de nietos. Una madre de hija desaparecida le recetó a Yunes en la cara una frase lapidaria: usted quiere ver a sus hijos como gobernadores, yo solo quiero ver dónde quedó mi hija para darle cristiana sepultura. Yunes Linares deja la gubernatura en unos días, y se someterá irremediablemente a la justicia que lo espera para que responda por tantas denuncias que hay en su contra. Peor que como se ensañó con el otro ratero, Javier Duarte, lo harán con él los simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador, a quien Yunes Linares le gritaba ¡loco, corrupto, vividor, viejo guango! En menos de dos años, Yunes pasó a ser el político más querido al más odiado, por encima de Duarte, Fidel, Alemán y los demás.