En esta segunda parte de la conversación, Isabel Esparza habla de su concepción de la música, de su experiencia con el chelo y de su trabajo como educadora musical.

Espiritualidad, voluntad y libertad

Creo que lo más cerca que tenemos de la espiritualidad, es el arte, y en mi caso, lo mejor que puedo dar es la música y no considero que sea mediocre si es de una forma sencilla y certera, porque cuando uno se empieza a hacer ideas y proyecciones, le pasa como el cuento de la lechera. La lechera es un cuento que sale en los libros de primaria, ella tenía un cántaro lleno de leche, iba al mercado a venderla y en el camino iba pensando: con el dinero que gane con la leche me voy a comprar tres marranitos y luego voy a venderlos y me voy a comprar una vaca, luego voy a vender la vaca, y así fue construyendo la historia hasta que se compraba un castillo. Mientras iba pensando eso, se tropezó con una piedra y se le cayó la leche; se le cayeron los sueños y se puso muy triste por todas las expectativas no cumplidas. Hay que ser muy conscientes como maestros para no generarles expectativas a los alumnos, más bien hay que generales disciplina porque la disciplina es voluntad y es libertad.

Los pequeños pasos

Soy de las personas que si no estudia, no lo hace bien (risas); si no repaso en mi casa un ratito, de verdad que las notas me parecen pulgas que saltan y se me enchuecan los ojos, y me pongo más tensa. Lo acepto, soy de las personas que no pueden trabajar bajo presión, entonces prefiero ir muy lentito, muy lentito, repasar en mi casa y tener la certeza de que voy a llegar y me va a salir, y cuando me sale me siento la persona más libre y tengo cierta certeza de lo que puedo proyectar.
Lo comparo mucho con lo que estamos viviendo en el tema de la política y en el tema de las promesas; a los niños les dicen tienes que ser alguien en la vida, ¿no es uno alguien en la vida desde que nace? (risas). Uno se genera tantas expectativas y tantas cosas, y cree que el país se puede cambiar de la noche a la mañana, y cree que por estudiar una hora o cuatro años ya va a ser más grande, y que es mejor persona por tener un título universitario. Yo no creo eso, yo creo que son pasos pequeños pero certeros los que generan grandes cambios.

A tus zapatos

El sonido del chelo me gusta muchísimo, me parece muy bello, empecé a estudiarlo en Mérida con una maestra que se llama Concepción Pimentel, luego vine a tomar clases con una maestra que se llama Leonor Flores, las dos son increíbles pero a Leonor la conocí en un momento más consciente de mi vida. Iba a platicar con ella y a tocar, pero tenía que trabajar —empecé a trabajar muy joven—, estaba en la carrera de Educación Musical y tenía que hacer la tesis, entonces, mis horas para estudiar chelo no eran las ocho que se necesitan, en mi caso, las 12 (risas).
La maestra Leonor fue muy sabia porque más que enseñarme chelo, me enseñó la parte de la musicalidad. Es una persona súper apasionada, con ella tuve un visión más humana de la música, además me enseñaba con una visión muy femenina,
Una vez me dijo ¿por qué no lo dejas un poquito?, cuando lo retomes, vas a ver qué rico vas a sentir. Le hice caso, a veces lo he tocado en casa y sí siento una diferencia, cuando uno no se abruma, le pasan cosas y crece. También entendí que yo soy buena cantando, entonces dije bueno, voy a tocar el chelo con mucho amor y con mucho respeto, pero zapatero a tus zapatos, voy a cantar, y eso fue lo que hice.

Shhhh

Estuve trabajando con niños de colonias populares en Boca del Río, había mucho ruido en la calle, en la colonia, entonces, los niños llegaban al salón alteradísimos y hacían mucho ruido. Yo ya tenía experiencia trabajando con niños pero no con grupos de ese sector, entonces decía ¿cómo le hago? Leí un artículo que hablaba sobre el silencio y empecé a aplicarlo en las clases, llegaban, se sentaban en círculo y les pedía que guardaran 60 segundos de silencio. Obviamente fue un proceso, pero logré que permanecieran en silencio hasta dos minutos. Llegó el momento que los niños pedían ese momento porque era un descanso, ni siquiera en las noches disfrutaban del silencio.

Selección Cultural

El año pasado entré a trabajar al Ivec en una iniciativa que se llama Selección Cultural, trabajamos como equipo Ana Valderrama, Norma Cecilia Cid y varias más dando talleres gratuitos de educación artística. Ahí tengo un coro de niños, ya tenemos dos años participando en el Encuentro de Coros que organiza el Ivec; con ellos voy aprendiendo como directora, porque la verdad es que no tengo mucha experiencia en la dirección pero me parece un mundo muy bonito, la música tiene tantas cosas, que nunca acaba.
Me gusta abordar la música, primero de forma corporal, sentirla, interiorizarla y luego ya teorizar. Empezamos con baile, con pulsos, con juegos rítmicos y luego les digo ¿se acuerdan que hicimos este juego o esta actividad?, pues esta se llama negra, esta se llama blanca, y así van aprendiendo. En mi experiencia, cuando entré a estudiar música, primero quise abordar la teoría y luego la parte práctica, y no funcionó, verlo al revés ha dado mejores resultados.
El año pasado, di un taller de música para adultos en el Jardín de las Esculturas, cuando iba a iniciar estaba pensando qué hacer porque era un taller de una semana y tenía la espinita de cómo enseñar música sin que existiera una continuidad pero que hubiera un aprendizaje y no solo se quedara en un discurso de mi parte.
Tampoco sabía cómo enseñarle a adultos, entonces empecé a buscar —pues es lo que había hecho con los niños de Boca del Río— qué conclusiones podían sacar ellos, no yo. Trabajamos con vasos de plástico o con instrumentos reciclados o con el cuerpo, usamos bases de reguetón, de hip hop, de salsa, separando los tiempos de ¾, 6/8, 4/4 y haciendo la diferencia rítmica de compás. Luego, no de manera muy profunda pero sí vemos la parte literaria, y entonces llegan a la conclusión de que toda la música tiene sus detalles, todo tiene su dificultad en todos los sentidos, claro, unas más que otras, pero todas tienen su grado de dificultad.
El son jarocho, por ejemplo, tiene tres acordes que se repiten, y es lo mismo con el reguetón, un mismo ritmo con ciertos acordes, ¿por qué, entonces, uno es tan juzgado y el otro no?, porque, claro, está la parte histórica y cultural, pero si solo hablamos de lo musical, los dos tienen los mismo elementos, entonces no hay que discriminar, más bien hay que pensar qué es lo que tiene uno que no tiene el otro, pues la parte literaria.

Las jubiladas

En enero de este año empecé con un taller para adultos mayores porque es un público que se atiende poco, igual que el de los bebés, la mayoría de las actividades son para niños, jóvenes y adultos, pero específicos para esas edades, no hay.
Cuando iba a empezar, salí a pegar un cartel en la vitrina del Ágora, vi que estaba un grupo de señoras y dije es ahora o nunca (risas). Me acerqué a ellas y les dije:
—Voy a hacer un taller de canto que va a estar súper bonito
—¿Y ya tiene público?
—No, ustedes son mi público. (Risas)
Y empezaron a ir, primero fueron tres, luego se fue corriendo la voz y fueron llegando más hasta que se formó un grupo de ocho y ahorita ya se va a incorporar una nueva. No llegaron hombres, son miedosos, yo quería hacerlo mixto pero llegaron puras mujeres, hay dos que vienen desde Naolinco, viajan desde allá solo para ir al taller. Son puras maestras jubiladas.
Llegaron con mucho miedo, decían no, yo no puedo aprender música. Yo creo que la diferencia de lo que puede hacer un niño y un adulto está en los prejuicios que uno carga con la edad, a un niño lo pones a hacer un ejercicio de canto, de respiración, de lo que sea, y lo va hacer y se va a divertir haciéndolo y ni siquiera se lo tienes que decir dos veces, cuando te das cuenta, ya están saltando arriba de ti (risas). Un adulto va a pensar me están viendo, qué ridículo me veo, suena mal, y va a reflejar todas esas sombras porque la música te expone, el canto te desnuda y los adultos se sienten intimidados, entonces hay que tener mucha empatía, decirles aquí estamos todos juntos en esto.
Yo también estaba nerviosa porque decía ¿qué los pongo?, solo me sé canciones de niños (risas), no les voy a poner La iguana o algo así. A mí me apasiona cantar boleros, entonces empezamos a montar boleros de Agustín Lara y a hacer ejercicios de vocalización, respiración, a ver el ritmo, las frases, y se fueron soltando y ya llegaban los viernes bien emocionadas.
Es una vez a la semana pero yo siento que con eso tenemos porque son bien disciplinadas y tienen una gran apertura de aprendizaje. No abarco tan fuerte la teoría pero sí les doy lo básico para que tengan un mapa, porque sí es importante, incluso para alguien que está en el tema de la apreciación musical.
Se hizo un concierto en la Galería de Arte Contemporáneo con todos los talleres de Selección Cultural. Cuando les dije vamos a tener un concierto, me dijeron ¿cómo, maestra?, ¿cómo se te ocurre que vamos a tener un concierto? Tenían miedo pero lo hicimos, cantamos Farolito, La historia de un amor, Sabor a mí y otra que no me acuerdo, y la verdad es que me sorprendieron, sí les tenía mucha fe, claro, pero tuvieron un gran avance y lo hicieron muy bien. Ese taller ha sido una de las cosas más padres de este año.

(CONTINÚA)

PRIMERA PARTE: Los dos mandatos
TERCERA PARTE: Staccato, el aprendizaje grato

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