«Dando clases, mi corazón sintió lo mismo que cuando estaba en coros y también dije aquí es mi casa, sentí que Dios me había dicho esto es lo que tienes que hacer: vas a cantar en coros y vas a enseñar», me dijo Isabel Esparza, joven coreuta y educadora musical, en una larga conversación que fue desde los coros de la infancia hasta la reciente creación de la escuela de música Staccato, que fundó con Mariana Flores Zeleny, quien, como ella, «es una loca en la música y una loca en la educación».

India vestida de sol

Eres mi tierra norteña,
india vestida de sol,
brava como un león herido,
dulce como una canción.
!Qué bonito Chihuahua!
(Corrido de Chihuahua.
Litzy Ximena Vargas,
José Carlos Pinales,
Ventura Romero Armendáriz)

Yo soy de Chihuahua, de una ciudad que ahora es más grande pero cuando yo vivía ahí era muy pequeña en comparación con Xalapa, se llama Cuauhtémoc, es una ciudad manzanera y ganadera, y está muy lejos de ser una ciudad cultural como las que vemos aquí en el sur del país. La música de allá es muy bonita, no discrimino los corridos pero no hay un contexto como el que se vive aquí con el son jarocho, el huapango, los coros y la sinfónica.
Mi mamá es maestra y reportera, y mi papá también es reportero. Desde chicas, mi mamá buscaba meternos a actividades culturales y me metió a un coro que dirigía el maestro Elías Ozuna. Después llegó otro maestro que fue como el referente para mi vida, se llama Hugo Rosales Herrera, es veracruzano, de Perote. Cuando empecé a cantar en coro sentí que era mi casa, ahí nacía algo en mi corazón. El maestro es un excelente músico pero nada más nos enseñaba a cantar, nunca abordamos la parte teórica musical, todo era de oído. Con ese coro hicimos muchas giras, me acuerdo que conocí casi todo el país, cada verano nos íbamos dos meses hacer giras y luego nos íbamos a la sierra a cantar. Se llamaba Coro Wikarame, fue un referente en la ciudad y en el estado. Todos los que estuvimos ahí —y a mí me parece muy bello—, aunque muchos se dedican a la música, la mayoría tiene otra profesión pero todos tenemos un porqué y recordamos con muchísima nostalgia esa época.

La ciudad blanca y gentil

A mi Mérida querida,
la ciudad blanca y gentil,
la tierra de Guty Cárdenas
y Ricardo Palmerín.
(Acuarela a Mérida.
Miguel Ángel Gallardo)

Tengo una mamá muy visionaria, un día dijo vámonos y nos fuimos a vivir a Mérida, Yucatán, ahí fue donde conocí el lado más estricto de la música: estudié en un Cedart y estudiaba chelo en un Bellas Artes. De escuchar la música de siempre y cantar en coros de manera empírica, de pronto ya era estudiar las notas y la teoría pero, sobre todo, siempre se hablaba de quién tiene talento y quién no tiene talento y de que la música con sangre entra, y aunque tuve excelentes maestros, esa pedagogía tan rígida no me gustaba. Cuando hacían las audiciones para el coro decían: tú puedes entrar, tú no puedes entrar, tú puedes entrar; veían a los más avanzados como semidioses, como si tomaran una pastilla y de pronto ya tocaran, ya cantaran, y no es así.
Yo tenía cierta capacidad, nunca fui la más talentosa pero sí soy muy machetera; cuando entré al Cedart —que es una prepa en la sales como técnico en arte— me metí a música, pero si reprobaba solfeo, por ejemplo, perdía la prepa, entonces decía tengo que pasar armonía, tengo que pasar solfeo. Era muy pesado porque, además, yo no sabía estudiar, pero regresé a los coros, ahí era mi casa, no era una zona de confort pero sí una zona muy amorosa porque cantar con alguien es muy bonito.
Ahí tuve una maestra súper bella que se llama Concepción Pimentel y un maestro que se llama Luis Matos, son esposos y dan educación musical para niños y para adultos. También estaba en un coro en Progreso y era muy bonito porque era aprender a enseñar y aprender de ellos y aprender la disciplina y también a darme cuenta de lo que significa la música, que no es que te tomes la pastillita o que basta con que la gente diga ¡ay!, qué talentoso o qué talentosa, sino que tienes que tener una voluntad de estudio y si no estudias determinado tiempo —sobre todo a los que les cuesta trabajo, como a mí— pues no avanzas, como todo. Como lo veíamos en el norte —al menos en mi contexto, no quiero generalizar— era: mi maestro es súper talentoso, casi, casi es un semidiós, pero nunca nos pensábamos en la disciplina que él tenía para tocar el piano como lo tocaba o para hacernos cantar como cantábamos.

En-canto

Terminé el Cedart y el sueño siempre fue, desde Chihuahua, venir a Xalapa porque Xalapa suena, tiene renombre, entonces me vine a estudiar Educación Musical a la Facultad de Música y ahí otra vez encontré mi casa: los coros. Uno siempre busca lo que necesita su corazón y lo que lo hace sentir bien, lo que lo hace vibrar, lo que le pone la piel chinita y yo, esa experiencia la he tenido en coros. Entré a la Camerata Coral de la Facultad de Música y me pasaron cosas bien bonitas, viajamos a Italia y luego fuimos a Zacatlán de las Manzanas; conocí músicos increíbles y eran compañeros míos.
El maestro era muy estricto, entonces teníamos que estudiar mucho, pero había una parte de la música que me generaba mucha angustia: pararme en un escenario, pararme junto a mis compañeros, y el miedo de no dar el ancho por el mismo tema del talento, de quién es mejor y quién es peor, ahora ya me doy cuenta que esas son sombras que uno tiene, pero en esa época sí fue muy frustrante, además estaba pasando por la adolescencia (risas) y decía necesito buscar otra cosa porque esto me pone más tensa de lo que podría disfrutarlo.
Después de la Camerata, estuve en el ensamble Voces de la Tierra y ahorita estoy en un ensamble que se llama Altus, todos son muy buenos y sus directores son increíbles, el director de Voces de la Tierra se llama Rodolfo Obregón, es una persona supersabia. Cada quien tiene una visión de la música que es como su propia historia y él tiene una visión muy amable y muy reconciliadora
En Altus estoy con un maestro que se llama Josafat García, también es bien admirable, tiene una gran musicalidad. Él es el que se ocupa de la Maestría en Dirección Coral en la Facultad [de Música], es una persona con mucha técnica y es mágico cómo pone el repertorio.
Con Altus participamos en el Tercer Festival de Coros de la UV. Hubo muchos coros, mucho nivel y ganamos el primer lugar en la categoría «B», que es para alumnos, maestros y egresados de la Facultad de Música o profesionales.
Me encanta la gente, sé estar sola, me encanta estar sola pero es una necesidad estar con las personas, estar con una amiga tomando café o con una persona haciendo y compartiendo una visión de la música, yo creo que si hubiera tocado el chelo estaría en una orquesta y de cantante, estoy en un coro —que es lo equivalente— y es una necesidad, cuando mi vida no está en un coro, se siente vacía.
Tomé clases de canto con un maestro que se llama Samuel Alamilla, luego con Paty Ivison, después con Armando Mora, que también tienen una visión muy bella de la interpretación, pero yo sentía que la ópera no era mi casa, había algo que no me cuadraba, podía hacerlo bien y podía sonar pero no me sentía auténtica y creo que la autenticidad es lo más importante en cualquier escenario; aunque esté en una oficina, aunque esté en un salón de clases, uno tiene que ser uno.

Los dos mandatos

A los 19 o 20 años empecé a ser maestra en una escuela de música que se llama Sarabanda y en un preescolar, me gustaba mucho enseñar y aprendí muchas cosas enseñando, dando clases me cayeron muchos veintes, había ritmos que no podía resolver en una clase en la Facultad pero cuando se los enseñaba y veía lo orgánico que lo hacían los niños y que ellos no batallaban, simplemente bailaban y cantaban, entendí que la música la traemos orgánicamente, no es que ellos supieran más que yo pero al verlos entendía muchas cosas.
Dando clases, mi corazón sintió lo mismo que cuando estaba en coros y también dije aquí es mi casa, sentí que Dios me había dicho esto es lo que tienes que hacer: vas a cantar en coros y vas a enseñar, entonces ya me quité esas pretensiones musicales que solo me dañaban, esa idea de vas a ser la gran cantante o vas a ser la gran chelista, claro, me encantaría serlo pero me tensaba y vi que cuando daba clases y cuando cantaba en coros lo hacía muy bien, entonces se calmó mi corazón y dije si estoy en este camino, me voy a perfeccionar, voy a aprender de los que lo hacen y lo voy a hacer amándolo.
En ese trayecto conocí a mucha gente, conocí educadores, conocí a Mariana [Flores Zeleny], que es una loca en la música y una loca en la educación. Uno elige su círculo de acuerdo a lo que quiere ser en la vida, mis círculos son directores de coros que admiro muchísimo, coreutas y educadores musicales, y pedagogos también, porque en el trayecto he conocido gente como Ana Valderrama, que cuenta cuentos para niños y aprendo mucho de su forma de enseñar, cuando llega alguien a querer dar un taller dice a ver, haz tu clase como a ti te hubiera gustado que te la dieran, eso se me quedó bien grabado y es como mi pulso para llevar el ritmo de mi clase.

La sanación

Cuando mi titulé y empecé a trabajar en este campo profesional, lo hice con la idea de juntar las dos cosas: el canto coral, que es lo que amo hacer, y la educación musical; y hacerlo para todos porque a lo mejor uno se dedica a algo por sus traumas (risas) y como mi trauma fue el tema del talento y el tema del artista y el tema elitista y la música para poquitos, y uno puede y el otro no puede, pues yo soy de las que afirman que todos podemos, sí hay algunos que van más lento, pero todos podemos.
A mí me parece que así como a mí me curó la educación musical, que así como a mí me curó dar clases de coro, a otras personas las puede curar eso, me parece aberrante que alguien dé una clase de música —que es tan orgánica, tan natural— de una forma cuadrada y metódica porque una, como maestra tiene que tener una visión sobre todo lo que pasa, una visión social, me queda claro que los tiempos siempre han sido difíciles, yo hablo con mi abuelita y dice «en mis tiempos» y si voy al futuro, tal vez van a decir «en estos tiempos», pero uno tiene que adaptarse a los tiempos y saber que son difíciles y que ser maestro es una herramienta poderosa, que a lo mejor a uno no le va a tocar ver el fruto, pero es una certeza.
Pero sí me ha pasado, aun a mi edad —porque soy muy joven—, que trabajaba en Cemijazz [el proyecto de música para niños que dirigía Jordi Albert] y teníamos un alumno que era muy chiquito, tocaba el bajo. Tiempo después, un día iba bajando por El Ágora y oí que me gritaron:
—¡Maestra!
Y vi a un adolescente enorme:
—¿Tú quién eres?
—Soy Diego, maestra, ya estoy en JazzUV
Y me abrazó con un amor, ahí es cuando uno dice qué bonito, valió la pena. Se va uno topando gente a la que le ha dejado algo, a veces canto y la gente ni se acuerda de mí, pero cuando reciben algo tan amoroso —porque sí lo hago con mucho amor— pasan cosas, es lo que yo creo.

 

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: Espiritualidad, voluntad y libertad
TERCERA PARTE: Staccato, el aprendizaje grato

 

 

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