Comparto lo que creo entender de lo que dice Andrés Manuel López Obrador sobre el perdón, sin embargo me parece que hay mucha confusión sobre las distinciones y los alcances de esta concepción. Por un lado se habla de amnistía, por otro de perdón, y también de un proceso de reconciliación nacional, y ahora incluso están usando el término pacificación.

A partir de todo ello, y precisamente debido también a que no se ha aclarado exactamente lo que se quiere decir, o más bien, no se han separado los conceptos y sus distinciones, provocando que se entienda como equivalentes todos estos términos o procesos, quisiera aportar aquí mi perspectiva que pueda contribuir quizá a escucharnos mejor.

Entre los años 2002 y el 2007, participé como consultor en construcción de consensos en proyectos financiados por la Agencia de Cooperación Internacional de los Estados Unidos (USAID) y en compañía de otras organizaciones de cooperación internacional como el Consejo Británico, trabajamos muy intensamente en la primera propuesta y equipo para pensar y diseñar un nuevo sistema de justicia penal para México. Estudiamos los sistemas de muchos países y leímos muchos libros, trajimos a expertos internacionales y se organizaron foros y conferencias. Además viajamos a observar las reformas y los sistemas de Estados Unidos, Costa Rica, Chile. Entre los expertos que conocí durante esos años destaco a quienes más me impactaron: Jan Perlin, Mauricio Duce, Andrés Baytelman, Alberto Binder, Julio Maier, Daniel González Álvarez, y los mexicanos Alejandro Ponce, Miguel Ontiveros, Carlos Ríos, Bernardo Léon, entre otros.

En ese proceso de pensar las reformas penales, el tema que más me interesaba y al que personalmente le veía mayor posibilidades de innovación y crecimiento era el de la justicia restaurativa. Precisamente en esos años tomé varios cursos de mediación y de salidas alternativas al conflicto, que más allá de los casos criminales y del proceso penal, se trata de promover procesos de paz, procesos de resolución de conflictos y de reconciliación.

Uno de los momento más fuertes e impactantes en ese proceso de aprendizaje fue cuando estábamos en un curso en Oaxaca organizado por PRODERECHO (una iniciativa de USAID que ahora se llama ProJusticia), nos proyectaron varios videos sobre procesos de mediación. Dos de ellos me impactaron en lo particular. El primero era sobre lo que se estaba haciendo en prisiones de San Francisco (EU), en un proyecto muy exitoso para disminuir los índices de reincidencia y que efectivamente los había bajado en más de un 70%. Se trataba de trabajar con delincuentes de delitos graves como homicidio y de promover que estos criminales, que incluso de consideraban de gran peligrosidad, fueran aprendiendo a ser empáticos y ponerse en el lugar de sus víctimas. Se trataba de invitar a víctimas del mismo tipo de delitos que ellos cometieron y que les relataran lo que habían vivido, sentido y provocado. El resultado era una sala de hombres adultos muy conmovidos y llorando, dispuestos a entrar al programa y hacer cambios en sus vidas.

El segundo video fue  todavía más impresionante, se trataba de un caso de violación y homicidio a una joven de 20 años por dos hombres drogados, sentenciados a cadena perpetua. Los mediadores conversaron con ambas partes, con la familia de la chica y con los dos hombres condenados, y al final de esas conversaciones, les preguntaron si estaban dispuestos a reunirse y pedir perdón a la familia y los familiares perdonar a los dos hombres que habían violado y matado a su hija-hermana. Los hombres de la familia, el papá y el hermano, no aceptaron, pero la mamá y la hermana, sí quisieron reunirse con los asesinos. La mamá señalaba en las conversaciones previas que lo único que quería saber era cuáles eran las últimas palabras de su hija y que si ellos estaban arrepentidos. Finalmente, en el video se ve el día que acuden a la prisión y se reúnen con los victimarios, ellos explican que estaban muy drogados y que no recuerdan muy bien, pero que se arrepienten y los perdone, la escena acaba increíblemente en un abrazo entre la señora y la hija con los dos hombres bañados en lágrimas.

Ese día había en la sala del curso varios abogados defensores que se enojaron y dijeron que eso era una visión anglosajona y que el derecho procesal penal no tenía esa finalidad. Aunque es importante señalar que en ninguno de las dos experiencias de los videos que les comento, estos procesos de mediación no implicaban una disminución en las penas, y por eso los abogados indignados con esas iniciativas, argumentaban que si ello no tenía una consecuencia en las penas, entonces para qué se hacía.

Años más tarde, en otro momento de mi vida, tuve la gran experiencia de tomar un diplomado de ontología del lenguaje. Este proceso de aprendizaje me dio las capacidades y cerró el círculo de lo que empezó a inquietarme desde la perspectiva de la justicia restaurativa. La propuesta filosófica y práctica de la ontología del lenguaje pasa por un proceso de revisión personal, es decir, pasa por un proceso de observación y cambio personal, sin el cual tal vez sería difícil pretender promover cambios en los demás. Entre muchos otros aprendizajes de esta propuesta, en este caso me parece que vale destacar el tema de la importancia de las conversaciones que sostenemos. De acuerdo al tipo de conversaciones que tenemos con nosotros mismos y con los demás, se podría evaluar la calidad de nuestras relaciones.

Sin querer en este espacio profundizar en esto de las conversaciones, la ontología del lenguaje da una especial importancia a las declaraciones que hacemos los seres humanos. Una de estas declaraciones es la del perdón, ya sea la de “te perdono” o la de “te pido perdón”. De acuerdo a nuestra capacidad de hacer declaraciones básicas tendremos más posibilidades en nuestras relaciones y en las acciones que emprendamos.

Regresando al tema que nos ocupa, desde mi punto de vista en la discusión actual sobre el tema del perdón, hay que distinguir si estamos hablando de procesos de justicia restaurativa y de qué tipo y en qué ámbito; o estamos hablando de salidas alternativas al proceso penal; o estamos hablando de procesos sociales de creación de paz.

En el primer caso, la justicia restaurativa puede estar ubicada dentro del sistema de justicia, y no solamente penal, porque podemos hablar también de procesos por ejemplo civiles, o bien puede estar ubicada fuera del sistema de justicia, por ejemplo en una comunidad, en una familia, en un conflicto social, etc. Si estamos hablando de esto, me parece que lo que habrá que pensar y discutir es una estrategia nacional que promueva ambos procesos, justicia restaurativa dentro del sistema de justicia formal, y justicia restaurativa en diversos espacios y experiencias sociales. Mi planteamiento aquí sería hacer un programa nacional de justicia restaurativa promovido por instancias gubernamentales pero sobre todo en compañía y colaboración de la sociedad civil. El objetivo de la justicia restaurativa es la reconstrucción de la convivencia social, familiar, personal, y la de creación de paz.

En el segundo caso, el de las salidas alternativas al proceso penal, creo que eso ya está plasmado en las reformas de los últimos años y en el código nacional de procedimientos penales. Me parece que el Estado mexicano y todas las autoridades que participan en esto sólo tienen que hacer un trabajo de mejorar esos procedimientos, capacitar al personal, y enfatizar la importancia y pertinencia de los mismos, ya que su función es descargar al sistema de procesos o casos que se pueden resolver de manera más rápida y sencilla. Mi única recomendación aquí sería que estas salidas alternativas también vayan acompañadas con un sentido restaurativo y de reconstrucción de la convivencia.

Por último, en el caso de procesos sociales de creación de paz o de reconciliación nacional, debemos estar pensando en procesos más amplios de participación social y comunitaria, y principalmente de la construcción de una cultura de paz. En este caso es importante convocar al mayor número de voces legítimas posibles en todos los ámbitos y enfoques sociales, para emprender juntos, y con un compromiso fuerte también del Estado mexicano, diseñar, echar a andar, implementar y evaluar una estrategia nacional de diálogos y conversaciones desde territoriales como la colonia, la comunidad, el municipio, etc, hasta de actores y agentes sociales que estén involucrados y sean claves para esos procesos.

Para esto último, me parece fundamental observar y copiar experiencias internacionales como las de Sudáfrica, Chipre, Guatemala, Colombia, y traer a expertos facilitadores en esos procesos como Adam Kahane (autor de Power an Love), Karen Armstrong (autora de Twelve steps to a compassionate life), Louise Diamond (autora de The Courage for Peace), Herlene Anderson (autora de Conversation, Language and Possibilities), o Rafael Echeverría (autor de la Ontología del Lenguaje).

La necesidad de un tercero imparcial es fundamental en facilitar estos procesos; esa es la función del mediador o del facilitador, ser alguien imparcial y que facilite los diálogos y las conversaciones. Por eso mi opinión va a que en México necesitamos de organismos, organizaciones y figuras internacionales que nos ayuden a facilitarlos. Tenemos que reconocer primero el quiebre, como dice Rafael Echeverría, y una vez reconociendo el quiebre, saber si podemos resolverlo solos, pero si llegamos a la conclusión de que no podemos resolverlo solos, es importante hacer la declaración de ayuda. Aquí coincido también con Michelle Bachelet, cuando señala que México necesita ya la observación e intervención de los organismos internacionales de derechos humanos.

El tema del perdón no es tan fácil cuando se habla de desaparecidos porque en la gran mayoría de los casos no se sabe qué pasó ni quiénes son los responsables.  Pero recordemos que el perdón no se da solo, primero hay que pedirlo, hacer una declaración de disculpa, y mientras no haya nadie que la pida, las víctimas ¿a quién van a perdonar?

La justicia restaurativa y el perdón tienen una fuerza increíble. Al perpetrador le permite mirar o aceptar lo que ha hecho desde el punto de vista de la víctima y de este modo dejar atrás el proceso de deshumanización que lo llevo a cometer el crimen. A las víctimas les permite resinificar su dolor, soltar el rencor y continuar con su vida. Y sistémicamente esto tiene un efecto positivo en las familias de ambos y en las siguientes generaciones de ambas familias, es decir, actúa a nivel individual pero también a nivel sistémico.

No sólo se trata del perdón, se trata de una campaña nacional para aprender nuevas formas de relacionarnos y de conversar, nuevas formas de dialogar y de dar sentido a lo que pasó y a lo que somos ahora. La reconciliación debe llevar de la mano una nueva interpretación de lo sucedido y de nuestras posibilidades de futuro. La verdad no existe, pero construir nuevas interpretaciones sí.

Nos esperan muchas conversaciones y aprendizajes, para poder hacer los cambios que queremos y en su momento los perdones que necesitemos.

*Este artículo lo realicé en conversación con Patricia Ivison (quien actualmente cursa la Maestría de la Universidad Veracruzana en Educación para la Interculturalidad), a quien agradezco sus comentarios y opiniones en nuestra inquietud común por buscar procesos de resolución positiva de conflictos y educación para la paz, como parte del proceso de conformación de una cultura de paz.