Cuando Miguel Ángel Yunes ganó el gobierno de Veracruz, la ruta a seguir para entronizarse por un sexenio más era relativamente sencilla: perseguir a los principales colaboradores de Javier Duarte y llevarlos a la cárcel –como ofreció durante su campaña-, controlar la creciente inseguridad en todas las regiones del estado –algo para lo que siempre se consideró capacitado-, concluir obras inconclusas que dieran la impresión de que había inversión pública y administrar a favor de su proyecto los escasos recursos con que contaba el estado. Lo demás suponía nadar de muertito haciendo presencia pública.

Pero no contaba con que Veracruz se iba a poner cabrón y decidir, en apenas un par de años, una segunda alternancia política, algo que no ha sucedido en ningún otro estado del país. Si bien se juntaron muchos factores –principalmente el tsunami morenista que ganó en 31 de las 32 entidades del país-, lo cierto es que el nivel de enojo que promovió el propio gobernador en contra del abuso del poder, terminó alcanzándolo a él y a la campaña de su hijo.

Llegó con una gran expectativa entre los veracruzanos, pero algo salió mal y todo se descompuso. El exceso de propaganda respecto de los duartistas encarcelados –que incluyó visitas al Reino Unido y Estados Unidos pagadas por los veracruzanos- terminó por fastidiar a la audiencia ante la falta transparencia en los recursos y bienes recuperados. No hubo control de la inseguridad, los delitos crecieron exponencialmente y conflictos sociales como de las organizaciones de desaparecidos –a quien intentó compensar con la medalla Ruiz Cortines- restaron su credibilidad.

Si bien hay obras muy destacadas que se concluyeron como el Hospital Infantil de Veracruz, por ejemplo, los veracruzanos no perciben logros concretos del gobierno. Por el contrario, se fue gestando la percepción de que todos los esfuerzos estaban dirigidos a construir la candidatura sucesoria. Y eso fue lo que realmente molestó a los ciudadanos.

Por supuesto que todos querían –y quieren hasta la fecha- que se haga justicia en contra de los abusos y rapacerías de los gobiernos anteriores. Pero está claro que nunca hubo una aceptación social de la candidatura de Miguel Ángel Yunes Márquez –no por la falta de méritos, que los tiene-, sino porque el gobierno familiar es algo que siempre ha lastimado la conciencia de los mexicanos.

En parte, en eso radica el rechazo a los clanes de Fidel y Duarte, algo que Yunes Linares pensó que él podría superar. Y no pudo. Como candidato, el ex alcalde de Boca del Río nunca logró establecer una sana distancia con el gobierno de su padre. Su trayectoria política siempre estuvo desestimada por su lazo de sangre. Como con Duarte, los veracruzanos vieron en la candidatura de Yunes Márquez un exceso de poder.

Pero Miguel Ángel Yunes es un peleador nato; ha perdido muchas batallas y de todas ellas se ha levantado. De Veracruz y del PRI fue defenestrado y aun así logró ingeniárselas para llegar a ser Gobernador. Sin embargo, hoy ha perdido una fortaleza estratégica que lo mantuvo a flote: siempre ha sido amigo del Presidente en turno –lo fue de los priistas así como de Vicente Fox y Felipe Calderón, donde incluso fue miembro del gabinete-, pero ahora será tal vez el principal adversario de López Obrador.

El sueño de convertir a sus hijos en Gobernadores es muy posible que no lo vea realizado. Tendrán que ser ellos, en un proceso que les llevaría muchos años –tiempo que Yunes Linares ya no tiene- para que esto vuelva a ser siquiera una posibilidad. Pero en política todo es posible y él es el ejemplo.

Si algo ha quedado claro en estos dos años, es que la alternancia en sí misma no es la solución de los problemas; sin embargo, destaca la voluntad de los veracruzanos de castigar lo que considera que se ha hecho mal. Este ánimo de conciencia deberá prevalecer en los próximos años, donde la falta de experiencia y la compleja situación que atraviesa el estado, traerá muchos problemas al nuevo gobierno.

Nadie es infalible y Cuitláhuac tendrá el derecho a equivocarse, como todos. Pero si la respuesta a la demanda social es la arrogancia, la victimización y culpar al pasado, entonces los veracruzanos ejercerán nuevamente esta inédita y festiva capacidad de imponer el gobierno que mejor les plazca.

Atrás han quedado las elecciones de Estado –como las que ejercieron Fidel, Duarte y Yunes-, las estructuras partidistas y la manipulación del voto para dar paso a un verdadero ejercicio democrático. En este escenario, Morena no puede cometer el error histórico de recurrir a las políticas clientelares y mafias internas que los han mantenido en el poder, como sucede en la ciudad de México.

Veracruz se ha puesto cabrón… y eso hay que celebrarlo.

Las del estribo…

  1. Y otro que se puso cabrón fue Andrés Manuel López Obrador. Desde el primer día ya ha impuesto la agenda al Presidente, a quien todavía le restan cinco meses de gobierno. El tabasqueño estableció fecha, hora y lugar para su encuentro de este martes, a lo que Peña tuvo que acceder dócilmente. Que se hayan reunido en Palacio Nacional y no en Los Pinos es la señal de que el electo ya tiene más poder que el que está en funciones.
  2. La venganza es mala, lo que es bueno es la desquitanza. Quienes deben estar muertos de miedo son Sergio “el bailador” Hernández y sus huestes. No habrá más marrullerías legislativas para conservar la Jucopo. La mayoría absoluta se Morena los podría llevar incluso a la cárcel por los trastupijes financieros cometidos. Lo preocupante es que el ánimo de revancha, el poder absoluto y la inexperiencia los convierta precisamente en lo que combatieron.