Estéfani Díaz es la cuarta de las narradoras orales con quienes que tuve la oportunidad de platicar en su paso por Xalapa como parte de la caravana que emprendió un viaje intercontinental para intercambiar historias con algunas comunidades veracruzanas. Como su entrañable coterráneo, cuenta historias porque la palabra tiene sentido y razón.

Yo no cuento por contar, ni por tener buena voz

Hola, soy Estéfani Díaz Azúa, de Santiago de Chile, soy profesora de lenguaje, cuentacuentos profesional hace más de cinco años y mediadora de lectura. Llegué a la narración oral, primero, por lo escénico, porque me gusta mucho el teatro y utilizando los cuentos para realizar mis clases me di cuenta que desde ellos podía generar otro tipo de reflexiones y aprendizajes, principalmente en los niños y niñas, y eso me llevó a estudiar en una escuela de cuentacuentos de la cual fui profesora hasta el año pasado.

Ser narradora es una forma de ser en el mundo. Desde ahí puedo decir lo que pienso, siento y deseo frente a una situación o momento de la vida. Ser narradora me entrega la libertad que no tengo desde la pedagogía dentro del sistema educativo, me permite moverme en todos los espacios sin justificaciones más que compartir la palabra. Busco, a través de ella, que quien me escucha pueda generar nuevas preguntas y cuestionarse quién y por qué es como es. Que el suelo donde pisa no nace en él o en ella, sino que varias vidas la construyeron, sufrieron y amaron en ese lugar para que otros más existiéramos. La palabra es el arma más certera, sin ella no podemos coincidir, nombrar nuestro mundo y compartirlo con los demás.

Mi necesidad de narrar nace desde que tengo uso de razón, cuando coleccionaba las conversaciones que oía a mi alrededor, en las micros, en los almacenes y en mi familia chilota, donde la soledad de una isla propiciaba el escenario perfecto para que ella viviera con alas propias y mutara entre el frío y el mar sereno. Luego, con mi abuela, con quien viví hasta el día de su partida, largas horas me sentaba a fantasear con sus años de juventud, sus amores no consumados y sus tristezas de una infancia sin infancia. En esos años poco comprendía, pero ya con veintitantos lo atesoro y busco en mi memoria cada historia, porque ella sigue siendo parte de mi vida.

Hoy, los relatos los guardo no solo en la memoria, también los escribo y me esmero en escuchar a las niñas y niños, que son los menos escuchados y más bella pero peligrosamente crédulos. Busco que se vayan sintiendo algo diferente, con nuevas preguntas, nuevas emociones. Siento que la palabra es mi vehículo con ellos, con los que antes estuvieron y también con los que vendrán.

Mis pequeñas luchas siempre están en mis cuentos, mis grandes verdades también, disponibles a quien quiera escucharlas y ojalá dejaran una pequeña huella, no con mi nombre, sino con alguna palabra, un personaje, alguna caricia en el pecho.

Mis relatos tienen siempre algo de música, algo de ternura, algo de amistad y de edad, porque principalmente narro para la infancia. Mi hijo y las niñas y niños con quienes trabajo y cuento de lunes a domingo son mi principal inspiración y motivación a la hora de crear y seguir en este camino, de ya cinco años, que me trajo hasta México, y espero que me permita seguir aprendiendo y recorriendo otras palabras, personas y verdades.

Es mi primera vez en un festival internacional, tuve el honor de ser parte de él desde un principio, conocí a Arely en la escuela en la que di en clases y me invitó en diciembre del 2017 y dije inmediatamente que sí, aun sin tener recursos económicos, porque creí en su matriz desde la comunidad. Desde entonces, junto con otra compañera trazamos líneas de cómo podría ser.

Trato de estar donde se requiere y para mí es en las comunidades. Arely me hablaba con tanto cariño y conocimiento, que ya sentía las ganas de compartir con ellas, pensaba qué les podría interesar y qué podía traer de mi país que pudiese contribuir también en algún proceso creativo que pudiese detonarse.

Disfruté el Festival de principio a fin, no solo contando, sino por el recibimiento de la gente, y por ver a las niñas y niños disfrutando, emocionándose, dándonos tanto afecto. También las y los narradores que conocí y con quienes compartí, me regalaron otras perspectivas de la vida que desconocía, de otro México, el México trágico, que duele, que desgarra. Mi mayor certeza es que después de este festival no soy la misma que llegó. Llevo conmigo a mis compañeros, sus vidas, sus historias y las historias de cada persona con la que coincidí.

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