Cristina Ruiz es otra de las narradoras orales que viajó miles de kilómetros para ser parte del sueño de Arely León, el primer Festival Internacional de Narración Oral Itinerante «Una montaña de cuentos abraza a las comunidades». Este es su testimonio.

No me siento extranjera en ningún lugar, donde haya cuentos y niños tengo mi hogar

Hola, yo soy Cristina Ruiz, nací en España pero llevo cuatro años viviendo en Chile, así que ya soy parte de Latinoamérica, ya me siento como tal. Estudié Licenciatura en Bellas Artes o Artes Visuales y de ahí hice un magíster en Producción Artística y otro en Gestión Cultural y es a lo que me he dedicado, la mayor parte de mi trabajo en Chile ha sido como gestora cultural en ámbitos públicos y privados, en festivales de teatro, de música, he generado proyectos propios vinculados al espacio público en muchas ocasiones y a la par intento llevar una vida más artística, por decirlo así, porque no me gusta decir que soy artista. He estado desarrollando diferentes lenguajes, estoy practicando la Ilustración, retomando técnicas que había aprendido durante la carrera. El año pasado empecé a aprender a ser narradora oral, en esos talleres conocí a Arely y conectamos enseguida, tenemos muchas cosas en común, yo había estado en un proyecto cultural en Guatemala y había conocido un poquito México y lo adoraba. Compartí muchas experiencias con Arely y eso me llevó a querer soñar junto a ella ese sueño que tenía de realizar un festival de narración oral internacional en El conejo, que es el lugar de donde partía. Yo y un grupo de amigos decidimos apoyarla.

Estuvimos hablando de esto durante el año hasta que empezó a ser realidad, lo aterrizó y fui de las primeras a las que invitó; aunque mi formación en la narración oral está en los primeros pasos, quise aceptar también desde mi quehacer como gestora cultural apoyando esta clase de iniciativas porque aunque no vengo de la formación de las letras, siento que es necesario que los lenguajes artísticos surjan más en nuestra vida, en esta sociedad que tenemos en la que casi no nos hablamos, casi no nos miramos, en la que estamos rodeados de imágenes y de bellas palabras pero a las que no atendemos muchas veces. En este sentido, quería formar parte del festival y para ello me estuve formando durante el año, intenté adquirir nuevos lenguajes, conocer el mío propio en este campo. Quería apoyar a Arely desde la producción hasta la amistad, hasta las caídas y subidas que ha llevado este festival en su producción y reencontrarme con amigos que había encontrado el año pasado.

Era un reto para mí y me costó un mes de estar tensa, nerviosa, con angustia, incluso, por el hecho de no saber qué iba a pasar, por el miedo a no poder dar lo mismo que el resto de los compañeros, pero siempre con la convicción de hacerlo con mucho cariño, de dar lo mejor de mi persona, en todos sentidos, a las comunidades a las que fuésemos.

Todavía nos quedan unos cuantos días de festival, pero con lo que llevamos hasta ahora, creo que no era capaz de imaginarme la cantidad de cariño que nos iban a dar las comunidades que nos iban a acoger, de ver cómo los niños -cuyas caras son tan diferentes de las que estamos acostumbrados a ver en las grandes ciudades- aceptan cada palabra que les dices con una apertura total de corazón. Creo que si tengo que rescatar algo de este festival, es el sentimiento de comunidad, la convicción de que todos estamos remando hacia un mismo lugar.

Creo que da igual cuál es el lenguaje de cada quién, que no hace falta que sea solo desde la narración oral, estoy descubriendo nuevos métodos de decir lo que ya sé desde los diferentes lenguajes artísticos, desde el teatro, la escenografía, la ilustración, que al final son formas de crear nuevos mundos que no solo son posibles sino que son muy necesarios.

Creo que todo lo que he aprendido en este viaje va a durar y va a cambiar formas de ver el mundo, formas de mi quehacer profesional y de mis relaciones, así que estoy muy agradecida de la labor que ha hecho Arely y totalmente asombrada porque lo ha hecho ella sola, con el apoyo nuestro, pero desde lejos, en muchas ocasiones tenía ganas de haber subido al avión un mes antes para haber estado apoyándola desde México.

Estoy muy agradecida de que hubiese pensado y confiado en mí, porque al final éste era un puesto de confianza, tenía que buscar personas que en realidad iban a tomarse el festival en serio y se iban a comprometer a abrir su corazón a estas comunidades. Hemos dormido poco (risas), hemos estado muy cansados pero con una sonrisa en la cara todo el día.

Tengo mucha ilusión de pensar que estamos sembrando semillitas y espero que algunos de estos niños a los que estamos llegando, también van a ser sembradores de semillas.

Las expectativas que tenía han sido totalmente alcanzadas y sobrepasadas, y han creado nuevas expectativas para mi vuelta a Chile, porque para mí este festival es un principio y va a haber un después.

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