Son de historias-7
José Durán deseaba de muchos años atrás incursionar en la política de Arroyo el Grande, comunidad enclavada en la planicie de la Sierra Madre Oriental de Veracruz, en donde las bondades de la tierra producen una gran diversidad de vegetación, árboles y plantas frutales, maíz, frijol, maderas como el cedro y la caoba, el clima cálido y húmedo es propicio para la ganadería entre otros cultivos como los cítricos. A esta comunidad la irriga un largo río que desciende de la sierra y se bifurca en una gran diversidad de arroyos y arroyuelos, que corren por su geografía enriqueciendo la tierra, que le acompaña en su trayecto, hasta ir a desembocar al mar.
José Durán, al amanecer preparaba sus aperos para ir a su finca a ordeñar algunas vacas de las que se había hecho con la venta de la pequeña producción platanera de su parcela ejidal.
Dos cantaros para leche de la ordeña de 40 litros cada uno, cargaba, con ellos, una reata de lazar para sostener la cabeza del animal y otra cuerda un poco más larga para atar las patas traseras y la cola, lo cual le permitía una mejor oportunidad para la ordeña. Ya de regreso, más tarde, José pasaba por algunas casas haciendo la venta lechera de la ordeña. En algunas ocasiones, se tumbaba en el pastizal de su parcela, quedando con la vista hacia arriba, dejándose llevar por la modorra, mirando las nubes que surcaban el cielo de las mañanas cálidas, produciéndole un adormecimiento que le dejaba inmóvil, soñando, que algún día sería la autoridad de Arroyo el Grande, entre parpadeo y parpadeo, imaginaba como convencer a los ejidatarios para alcanzar ser el Comisariado Ejidal o el Agente Municipal. Durán, ya había participado en varias ocasiones y no lograba la suficiente votación. Pensaba que su fracaso se debía a intervenciones oficiosas de uno de los caciques del ejido, pero no cejaba por ello, día a día su aspiración se arraigaba más en su pensamiento.
Sucedió que un día, llegó por ahí una maestra que se promovía para ser candidata a una diputación federal, comentándole a los ejidatarios que ya era la candidata, que había que esperar la elección del candidato a gobernador, un hombre también de campo, ranchero como todos ustedes, les dijo; sabe ordeñar, montar a caballo y andar los caminos del monte, una vez que él quede como candidato, nos arrancamos con mi campaña también, vamos a ganar, les dijo. Esto entusiasmó a José, quien se acercó a la maestra y le habló de sus aspiraciones, la maestra, casi candidata, le dijo que se mantuviera comunicado con ella. Y así fue, el hombre aquel que sabía de campo, según lo dicho por la maestra, fue el candidato a la gubernatura y, la maestra, la candidata a diputada federal. En José Durán no cabía el entusiasmo, tenía la certeza de que ahora si alcanzaría el sueño tanto tiempo acariciado, ser la autoridad de su pueblo. José obedecía y hacía lo que la maestra candidata y equipo de colaboradores le indicaba. Ahora para allá, ahora para acá. Así andaba las andanzas de la campaña, y ya quería a ese hombre, que de tanto mencionarlo, aunque no lo conocía, y por sus aspiraciones personales, haría todo lo que estuviera de su parte para que alcanzara el triunfo. Llegó el día de las elecciones, había incertidumbre en algunas demarcaciones del estado, pero se tenía que obtener el triunfo. José, fue comisionado entre otras gentes de confianza a un municipio cercano al Cofre de Perote, allí el clima era frío, les dijeron, por lo que deben de llevar un buen suéter o chamarra para abrigarse. José, consiguió con Rafael, su padre, un viejo jorongo, con el grabado de un caballo al frente y el de una herradura en la parte de atrás. Y así José fue trasladado una noche antes de las elecciones a aquel poblado. Ahí, en la fría madrugada, unos hombres que venían de parte del candidato a gobernador les explicaron cual se sería su participación para asegurar el triunfo de los candidatos. Había que llevarse las urnas de donde habría mayor votación. Los organizaron en grupos de cuatro y fueron distribuidos por el municipio. A José, le tocó una de las casillas más asistidas, por lo que pensaba como hacerse de la urna con las boletas electorales, lo más rápido posible y sin levantar sospecha. Pensó en hacer fila en aparente formación para votar, en ese entonces no existían las credenciales de elector, y así lo hizo. Cuando al estar cerca, siendo ya la tarde, en la que corría un airecillo de cierzo invernal, y se levantaban por las vacías y silenciosas calles, pequeñas tolvaneras en donde las barrilas que se desplazaban con el viento se dispersaban en ese lugar desolado y seco. Un vientecillo silbante le hizo acomodarse el jorongo y prepararse para arremeter sobre la urna. Quedaba un grupo reducido de personas, miró hacía la lejanía de la interminable calle y en el momento que llegó a ellos una nube de polvo llevada por el viento, lo que hacía cerrar los ojos a los ahí presentes, José en una acción desesperada se abalanzó sobre la urna pegando un fuerte grito, tomando por asustada sorpresa a los demás, y ante el desconcierto, tomó la urna abrazándola fuertemente, dudando por un instante hacia dónde correr, salió con zancadas largas y rápidas de entre la nube de polvo, en tanto los funcionarios de casilla intentaban limpiarse las partículas de los ojos, alcanzó uno de ellos a gritar ¡se roban la urna! Fue entonces cuando José imprimió mayor velocidad dejando tras de sí a los desconcertados funcionarios electorales, pero una mujer que no había votado todavía, le gritó a los pocos hombres que quedaban ya en la fila ¡allá va, síganlo! Y partieron en impetuosa carrera tras de él. José había colocado ya la urna debajo del jorongo intentando no la viera la gente por donde pasaba velozmente. Sin conocer las calles, sin saber por donde iba, por donde correr para ponerse a salvo, volteaba de un lado hacia otro, dubitativo, alerta, desconcertado, con la boca seca, con la mirada borrosa por el polvo que le había penetrado lastimándole los parpados. Corría y corría, no sabía por donde andaba, cuando de pronto le alcanzó una camioneta combi VW, con la puerta corrediza abierta, en donde se trasladaban tres individuos, y al verlo en su desesperada carrera, le gritaron ¡coompañero, súbase! José pensó que era el anhelado rescate, de la coordinación de las gentes del candidato a gobernador. Jadeante, empolvado y con la urna cubierta por el jorongo, se subió al vehículo que disminuyó un poco la marcha. José fue a dar a la parte trasera bamboleándose con la urna debajo del capote. Al llegar a una esquina, la combi, hizo otro alto en donde cuatro sujetos con gruesos palos abordaron la camioneta y alertas se asomaban por la puerta abierta y las ventanillas, José asiendo fuertemente entre sus brazos la urna y un tanto asustado, preguntó con ronca voz: ¿A dónde vamos compañeros? Respondió un hombre fornido con garrote en ristre, ¡vamos a partirles la madre a unos que se están robando las urnas!
José pegó un salto hacia fuera de la camioneta, trastabillando cayó al polvoriento suelo, la urna fue aplastada por su tórax, desbaratándose ésta. Las boletas electorales fueron dispersadas entre la tolvanera por el viento, volabando las papeletas al ras del suelo acompañando a las borlas de los rodamundos que como diásporas se dispersaban por la rúa. José, logró incorporarse, enredado en el jorongo emprendió de nuevo su desmesurada carrera, huyendo de los hombres de la camioneta, quienes ya le perseguían. Corrió José, mentándose a sí mismo la madre, pensando en alcanzar la Presidencia del Comisariado Ejidal o Agente Municipal, corría para conservar la vida y alcanzar el sueño esperado.
Sintácticas
De una mujer africana, cuidadora de adultos mayores, a un hombre adinerado en Europa:
La pobreza absoluta es la soledad. Ustedes tienen el dinero y nosotros cuidamos a sus ancianos porque están solos. En mi país no tenemos dinero, pero nuestros ancianos no están solos porque cuidamos de ellos.
De Mario Vargas Llosa:
Zacapa es uno de esos islotes que todavía mantienen viva aquella viejísima costumbre de crear historias con la imaginación y la palabra, y contarlas para vivirlas y hacerlas vivir a quienes las escuchan. Me conmueve mucho la idea de todo un pueblo que espera el anochecer fantaseando una vida paralela a la real, más intensa, variada y atrevida que la meramente vivida, una vida que nos desagravia de lo que le falta a la verdadera para hacernos felices.
Yehudi Menuhin: Johann Sebastian Bach, Partita III solo violín, BWV 1006.
https://www.youtube.com/watch?v=zjB1Xc_l150