A pesar de su fama cuestionable, las encuestas siguen jugando un papel muy importante en los procesos electorales. Paradójicamente, esa relevancia no radica en la precisión que logran alcanzar entre el pronóstico y el resultado final de la contienda –la mayoría de ellas queda muy alejada de la realidad-, sino que sus entregas sirven para modificar, influir o inducir un resultado que en muchos casos suele volverse impredecible.
Hay dos factores muy importantes que las encuestas aún no pueden explicar y mucho menos predecir. Se trata de la voluntad final que tendrán los indecisos y el destino del voto útil, dos segmentos de población cuyos porcentajes siguen estando muy cerca del candidato puntero. Si bien es cierto que estos votos no irán de manera sistemática a un mismo candidato –incluso, se podrían convertir en votos nulos o de abstención-, también confirman que los mexicanos no hemos decidido quién será el próximo presidente. Eso sucederá el primero de julio.
Hasta ahora, nadie puede definir con exactitud quienes son y cómo se miden los votantes indecisos. No responder a la pregunta sobre una preferencia electoral –“no sabe o no contestó”- no los vuelve indecisos: tal vez en realidad no piensan votar porque simplemente no les interesa, no quieren hacer pública su preferencia o efectivamente aún no han decidido a quien otorgar su voto.
En una de tantas encuestas nacionales publicada el mes pasado, este grupo que no responde sumó un inusual alto 38 por ciento, el cual se compone de 27 por ciento de personas que no respondieron, 10 por ciento que explícitamente dijo que no votaría por ninguno y 1 por ciento que dijo que anularía su voto. Con base en esa última categoría, los indecisos representan 28 por ciento en ese estudio, cifra suficiente para ganar la Presidencia.
En cambio el voto útil es el que cambia su destino por una decisión estratégica. Cuando un votante entiende que su candidato favorito se encuentra en tercer lugar y que no logrará el triunfo, entonces apuesta el segundo lugar de las encuestas-, para evitar que el puntero logre ganar la elección. Ese voto jamás aparecerá en una encuesta.
Una condición necesaria es que el voto útil está convencido de dos cosas: que quien tiene la mayor probabilidad de ganar no debe hacerlo, ya sea porque lo rechaza o es contrario a sus intereses, y que su voto servirá al segundo lugar para revertir la tendencia del electorado. De esta forma, no ganará el candidato de su simpatía, pero tampoco lo hará aquel que rechaza.
Sin intentar fungir como encuestador, prefiero referirme a lo que escucho y me dicen en la calle muchos indecisos y aquéllos que han empezado a pensar en ejercer un voto útil.
Si Anaya llegara al primero de julio en segundo lugar, la mayoría del voto duro del PRI podría votar por AMLO, lo que garantizaría su triunfo; por el contrario, si Pepe Meade llega en segundo, de calcula que un 80% de los votos que en este momento trae Anaya se inclinaría por Meade, los que, sumados al voto duro del PRI, más el voto útil y el de los indecisos hacen que sea el único que realmente puede ganarle a AMLO. El voto útil para Anaya es igual a dejar que AMLO gane las elecciones y dejar la mayoría del congreso en manos de la izquierda.
Como consecuencia de las pruebas de su corrupción incontrolable, Ricardo Anaya se ha precipitado en las encuestas a un incuestionable tercer lugar. Cuando el día de mañana se realice el tercer debate presidencial, no habrá duda que el segundo lugar de la preferencia electoral es de Pepe Meade.
Las encuestas confirman que las elecciones están por vivir el momento de mayor competencia.
En el 28% del voto indeciso no sólo se refugian los votos de la reflexión, sino también de aquéllos simpatizantes priistas de clóset que tienen una justificada vergüenza por reconocer su afinidad con el PRI así como su determinación de votar por Meade, dados los escándalos de personajes como Javier Duarte –hoy fuera del PRI y sujeto a proceso-.
Sobre los cimientos de estos dos segmentos -el voto indeciso y el voto útil-, Pepe Meade construye su triunfo electoral. En el primer caso porque se trata de un sufragio que está enojado y resentido, pero entiende el riesgo de votar por el candidato que lleva la delantera; la falta de honestidad del tercer candidato y la experiencia del ex canciller y Secretario de Hacienda, lo vuelve en el candidato idóneo para estos electores.
Esto explica por qué Pepe Meade será el próximo Presidente de México.
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