Alfredo Núñez Lanz, autor de El pacto de la hoguera, obra literaria que promocionó en la XXV Feria Internacional del Libro Universitario (FILU), aseguró que en México la sociedad es profundamente clasista, situación que deberíamos aprender a superar.

Tras compartir una experiencia vivida en el autobús que lo trasladó a esta ciudad para participar en la FILU, donde unos pasajeros lo llamaron “panista” por el color de su piel, el joven creador originario de la Ciudad de México, lamentó que en nuestro país las personas aún sean juzgadas por el color de la piel y se les segregue por su forma de vestir.

Durante la entrevista con Universo, el finalista del Premio Nacional al Estudiante Universitario en la categoría “Sergio Pitol”, relato, en 2006, manifestó que en la actualidad es palpable una profunda sensación de inadecuación, “no somos parte de lo mismo, estamos divididos en facciones y eso me parece tremendo”.

¿Cómo fue tu infancia?

Fue una infancia muy imaginativa gracias a mi abuela materna que es una gran conversadora, ella domina una de las artes que más se han devaluado conforme pasa el tiempo que es, precisamente, el de la conversación.

Ella envuelve con sus palabras de una manera mágica y por eso desde niño le debo todo ese mundo rico e imaginario.

¿Cuándo te das cuenta que quieres ser escritor?

Empecé a escribir desde que era muy niño, hace poco mi mamá sacó unas hojas de un escrito que hice en 1992 cuando tenía ocho años, y ahí estaba mi primer cuento con muchas faltas de ortografía pero con mucha coherencia, desde siempre tuve la inquietud de escribir.

También escribo para niños y tengo dos libros. El más reciente es Veneno de abeja, publicado por la Secretaría de Cultura, una aventura fantástica en el universo de los bichos.

Relata la historia de un niño muy inseguro que no quiere hacer reportes en la escuela. De pronto encuentra a una libélula que lo obliga a hacer una serie de actividades en ese mundo de los bichos y así es como él va tomando confianza y autovalor.

Es un cuento sobre los miedos, cómo enfrentarse a ellos y superarlos. Lo publiqué en 2016 y a finales de 2017 salió el de El pacto de la hoguera, en Ediciones Era. Es la primera novela que realicé, gracias al apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca).

Estuve dedicado un año a escribirla y sobre todo a llevar a cabo una investigación porque es una historia ambientada a finales de los años veinte y principios de los treinta en Tabasco, en la época de un gobernador que fue un dictador del sureste llamado Tomás Garrido Canabal, quien no es mi familiar, pero la novela sí se basa un poco en la historia de mi bisabuelo porque él fue contrabandista de alcohol en esa época, en la que estaba prohibido, al igual que la religión.

Tomás Garrido decía que el primero minaba la productividad de los campesinos y la segunda adormecía al pueblo.

Bajo las ideas de Plutarco Elías Calles hizo una persecución religiosa muy fuerte, obligó a los sacerdotes a casarse o de lo contrario los asesinaba.

Había, además, un adoctrinamiento político-militar, porque cualquier persona tenía que llevar una vida política activa para poder subsistir.

Mi bisabuelo fue un disidente en esa época y yo, al escribir El pacto de la hoguera, traté de preguntarme lo que implicó vivir en esos años de grandes contrastes ideológicos y de persecución. Porque a él lo expulsaron del estado de Tabasco y vivió un exilio dentro de su propio país.

¿Cuál es la similitud entre esa historia y lo que ocurre hoy en México?

El poder es una tentación enorme, dicen por ahí que el camino de los infiernos está lleno de buenas intenciones, el poder de alguna manera avasalla, cuando alguien lo tiene a la mano, a veces lo sobrepasa.

También exploro eso en El Pacto de la Hoguera, cómo el poder es capaz de corromper en la misma forma en la que también escapas de engañar.

Me gusta mucho el significado de la palabra ilusión y lo contrapongo porque tiene la misma raíz que la palabra iluso, el que está enfermo de ilusión, es como la estupidez de la ilusión.

Llega un punto en que te encandilan las ideas. Uno de los dos personajes del Pacto de la Hoguera, Amador Lugardo se compra todos estos discursos de igualdad, de bienestar social, de un mejor nivel de vida, porque necesita creer en esto.

También vive el derrumbe de todos esos discursos, porque se da cuenta de la corrupción que precisamente viene con la tentación del poder.

Eso es lo que une de alguna manera un contexto como el de los años veinte y treinta con el de ahora.

Yo creo que reflexionar sobre él nos ayudaría a ver, quizá con mayor claridad, este presente y así evitar que se repitan las grandes infamias, como en la época de este gobernador del sureste del país.

¿Qué opinión te merecen los más recientes acontecimientos de violencia contra jóvenes universitarios y creadores?

Yo creo que vivimos un momento terrible en el país, no está en manos de unos pocos solucionarlo, la violencia no es culpa de un sólo sector, también la interioriza la misma sociedad, creo que la gente está muy polarizada.

La sociedad mexicana es profundamente clasista y eso es algo tremendo que hemos heredado y como sociedad deberíamos aprender a superar.

Aquí en México aún se nos juzga por el color de la piel, se nos segrega por cómo vestimos.

Por ejemplo, en el autobús que me trajo a esta ciudad viajaba una pareja de personas mayores que hablaban con un volumen muy alto; a alguien se le ocurrió callarlos y al confundirme con las personas que lo habían hecho me dijeron “panista”, porque mi piel es blanca.

No suelo engancharme con esos conflictos porque no me gusta caer en ningún tipo de provocación. Sin embargo,  no dejo de ver que atrás de ese comentario hay una profunda sensación de inadecuación, no somos parte de lo mismo, estamos divididos en facciones y eso me parece tremendo.

Más bien, la unión es la que hace la fuerza y no la segregación.

¿Actualmente trabajas sobre un nuevo proyecto?

Terminé una nueva novela que se llama Pájaros en la cabeza, que trata sobre un adolescente llamado Ernesto, tiene 14 años, vive con sus padres y hermana pero en un ambiente muy represivo, su escuela es muy disciplinada, lo asfixia.

Un día decide beber alcohol en el salón de clases, los profesores se dan cuenta y lo expulsan del colegio, tiene un pleito muy grave con sus padres, decide robarles e irse de casa.

Se va con su vecino a un viaje iniciático por una playa mexicana en Michoacán, que se llama Nexpa.

¿Cómo le has hecho para compaginar tus actividades de traductor, editor y escritor?

Casi siempre los escritores debemos trabajar en otras actividades, lo que más disfruto es la edición de libros, la traducción la he dejado de hacer en los últimos años pero ya traduje artículos de investigación académica en historia y un par de libros que me fueron solicitados para la editorial Planeta.

La traducción la he dejado de lado y más bien me he dedicado cien por ciento a escribir y a impartir talleres literarios. Uno de ellos es el taller de novela que doy en el Centro Cultural “Elena Garro”, en la Ciudad de México.

También tengo otro grupo los días lunes y los miércoles en la Casa Azul, que habitó Frida Kahlo, en Coyoacán.

UV/Claudia Peralta Vázquez