Es de llamar la atención la gresca digital y mediática que se armó por saber quien tuvo más asistentes a los mítines organizados por Miguel Ángel Yunes Márquez y Andrés Manuel López Obrador con su recién estrenado bodoque. Y digo que llama la atención porque todos –líderes políticos, candidatos y cualquiera que tenga que ver con estos menesteres- saben que los mítines no votan.

Los mítines, esas grandes y onerosas concentraciones en las plazas públicas, en realidad sirven para dos cosas: mostrar el músculo y amedrentar al adversario, además de que se utiliza como ensayo para ir preparando la movilización el día de la jornada electoral. Fuera de eso, las fotos en los medios, las redes y el tráfico infernal que provocan, sólo son accesorios.

Si fueron siete mil más o siete mil menos –como cita el diario Notiver al comparar ambos eventos- eso es irrelevante. Lo importante es mostrar la fuerza de unos y otros, los cuáles dicho sea de paso, ocuparon la misma logística de antaño: acarrear, financiar con recursos públicos, distribuir toneladas de propaganda, y lo más importante, pasándose por el arco del triunfo los topes de campañas y las reglas de la fiscalización.

También en ambos casos, se trató de una remembranza de lo que siempre han dicho rechazar: el acarreo clientelar inventado y ejecutado por el PRI durante décadas. Hoy el modelo ha sido perfeccionado lo mismo por Morena que por el resto de los partidos políticos. Sin gobierno estatal ni gobierno municipal, es muy difícil que en los próximos años podamos ver el centro de la ciudad atiborrada de priistas en una concentración del tamaño que vimos con diferencia de unas horas.

Por eso acusar de que se trató de acarreados no es más que el síndrome de la ardilla (ardor). Así lo han hecho todos. Ningún partido o candidato es capaz de llenar la plaza Lerdo de nuestra capital sólo con una convocatoria en que los simpatizantes asistan por sus propios medios. Si la memoria no falla, eso sólo sucedió en aquel convulso 1988 con la figura de Cuauhtémoc Cárdenas.

Lo que en realidad vimos en los mítines de la coalición por México al Frente y Morena no es su capacidad de convocatoria sino su fuerza de movilización. Al PRI no le debería de preocupar la cantidad de personas que fueron a estos eventos –en este momento no está en condiciones de competir en eso- sino que sus adversarios han aprendido muy bien estas prácticas y que la real competencia de fuerza y recursos podría estar entre estos dos competidores.

De hecho, con la información privilegiada con que cuentan –el Ayuntamiento debe otorgar los permisos para ocupar las plazas y el Gobierno del Estado garantizar el tránsito y la seguridad pública-, unos y otros sabían de la dimensión de los eventos que habrían de realizar sus adversarios. Por eso se prepararon para competir por ocupar la plaza, un acto muy emblemático desde el tiempo de la revolución. Ganar la plaza significa ganar el poder y el gobierno.

Lo que debe ser motivo de análisis es porqué decidieron hacerlo cuando faltaba casi un mes para la elección. Generalmente estos eventos se realizan en los últimos días como parte de los cierres de campaña.

En el caso de Morena, tal vez porque se trató de la última visita de Andrés Manuel López Obrador al estado de Veracruz. Incluso, se despidió de los xalapeños –aunque en realidad se había movilizado a gente de muchos municipios- y dijo que su próxima visita será como Presidente, algo que aún está por verse. Tal vez por esta razón, el candidato Miguel Ángel Yunes Márquez decidió salir tablas y concentrar mucho antes de que empiecen formalmente sus cierres de campaña.

En el caso del PRI ha logrado hacer algunas concentraciones importantes; aunque debilitadas, sus estructuras tradicionales ahí están. Sin embargo, ya no cuenta con el apoyo de muchos gobiernos municipales que se hacían cargo de una buena parte de los gastos, como ahora lo hacen sus adversarios. Pero como hemos dicho, los mítines no votan.

A pesar del empuje de las redes sociales, el mitin no desaparecerá, ya que su celebración se remonta a mucho tiempo atrás y se ha convertido en el emblema del apoyo y la grandeza de los partidos políticos. Unos baños de masas para dar un mensaje, en el que la escenografía también comunica y donde el protagonista, que debería ser el público, pasa a ser figurante pasivo.

Los mítines son el alma de nuestra precaria cultura política. En otros países, las grandes masas de congregan en torno a una causa, a una lucha; lo mismo para derribar un muro que para derrocar a un gobierno. Acá sólo es para demostrar poder. Y eso es lo que intentarán hacer unos y otros en estas tres semanas.

En nuestra democracia matraquera, los partidos políticos y candidatos están acostumbrados a asustarnos con el petate de los mítines y las encuestas.

Las del estribo…

  1. Integrar policías municipales en estos tiempos no es una tarea fácil. Desde el proceso de selección y capacitación, nos damos cuenta del grado de descomposición social. Encontrar un buen policía es el cuento de la aguja en el pajar. Y si a eso se le suma una disputa política estéril entre autoridades municipales y el gobierno estatal, sabremos porqué Xalapa y Coatzacoalcos son los más atrasados en el tema. ¿De quién es la culpa?
  2. ¿Qué les dije? Aún no empieza el mundial de futbol y la selección nacional ya nos tiene en vilo con sus desvaríos. El culebrón de Héctor Herrera y los estertores de la fiesta de despedida despabilaron a una audiencia saturada de campañas políticas. No fallan los pronósticos de que a partir de este fin de semana, millones de analistas políticos mutarán a directores técnicos de alta escuela.