Nunca en la historia del país, más de la mitad de los mexicanos nos hemos puesto de acuerdo para elegir a un Presidente. Tal vez esa sea una de las razones del acelerado deterioro del sistema político y electoral: nos gobierna alguien por quien la mayoría de ciudadanos no votó.

La última vez que un candidato a la Presidencia obtuvo más de la mitad de los sufragios fue Miguel de la Madrid (70.99%), en una elección en la que el PRI no tuvo adversario enfrente. Seis años después, en medio de la peor crisis económica y política de la historia, Carlos Salinas de Gortari logró un triunfo que ha estado marcado por la certeza del fraude. Con el sistema electoral en manos del gobierno, el candidato oficial obtuvo apenas el 50.36 por ciento de los votos, aunque la realidad muy pocos la conocen.

En un México convulso por los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, el levantamiento armado en Chiapas y en la antesala de otra brutal crisis económica, Ernesto Zedillo y el PRI ganaron con sólo el 48.69 por ciento de votos, con una participación récord en los últimos 24 años (77.11 por ciento).

Ya con un sistema electoral autónomo y más competitivo, apareció el candidato más popular a la Presidencia de la República que hemos tenido: Vicente Fox; y aún con ello, alcanzó apenas 16 millones de votos, que le representó el 42.56 por ciento, menos de los logrados por Zedillo, pero suficiente para romper la hegemonía de más de 70 años de gobiernos priistas.

Y así como Vicente Fox es el mejor candidato en la historia electoral del PAN y Andrés Manuel López Obrador lo es en la del PRD, el del PRI se llama Enrique Peña Nieto. El candidato priista fue un fenómeno electoral, donde incluso, desde tres años antes de la elección, los pasillos de la política nacional lo colocaban como amplio favorito para que el tricolor recuperara Los Pinos. Y así sucedió.

Pero la elección fue muy distinta a lo que marcaban las encuestas. El priista ganó la elección con 38.20 por ciento de los votos, equivalentes a 19.2 millones de sufragios, pero su diferencia se redujo ante López Obrador, quien remontó el lejano tercer puesto en el que arrancó y finalizó la contienda con 31.57 por ciento de la elección, es decir 15.8 millones de votos.

La cantidad de votos obtenida por Peña Nieto es la mayor registrada por un candidato del PRI en toda su historia como partido político, mientras que los de Obrador representaron un crecimiento del 7.7 por ciento respecto a 2012, su mejor cifra en ambos intentos por la presidencia.

Y volvemos al planteamiento original. En las últimas décadas, el país ha sido gobernado por Presidentes que acaso representan un tercio de la votación –que no de los electores y ni de la población-, lo que debilita su administración por la ausencia de una legitimidad ganada en las urnas.

Ese es uno de los conflictos que intenta resolver un sistema electoral de segunda vuelta: garantizar que quien sea el Presidente obtenga en cualquier circunstancia más de la mitad de los votos. Así sucede en países desarrollados, y en donde no –como en Estados Unidos, por ejemplo- es porque han un bipartidismo histórico que garantiza esta condición de mayoría absoluta.

La segunda vuelta electoral consiste en que para llegar al cargo público que corresponda –en este caso la Presidencia de la República-, es necesario obtener más de la mitad de los votos emitidos. De esta forma, cuando en una elección presidencial ninguno de los candidatos supera un determinado porcentaje de los votos, se realiza una segunda vuelta para decidir entre los dos primeros candidatos. Se trata pues de una eventual etapa del proceso de elección de una autoridad.

¿Qué es lo que aporta un sistema electoral con segunda vuelta? Garantiza mayor legitimidad en el gobernante, además de que es un filtro natural que evita que el electorado pueda repetir el mismo error dos veces. De esta forma, los mexicanos tendríamos algo que hace mucho no conocemos: un Presidente fuerte.

En las actuales circunstancias, Andrés Manuel López Obrador podría beneficiarse del régimen que promete desterrar. Casi dos tercios de mexicanos no votarán por él, y aun así, podría convertirse en presidente; lo que podría venir después será precisamente el restablecimiento de un régimen presidencialista y unipersonal.

Con un sistema de segunda vuelta, López Obrador y José Antonio Meade tendrían que pelear la Presidencia con baraja nueva. A la luz de los números, en esta siguiente etapa, AMLO tendría un crecimiento marginal, mientras que Meade recibiría millones de votos útiles que hoy están en otros partidos y que han decidido no votar por López Obrador. Sin duda, Pepe Meade sería un Presidente fuerte y legítimo.

Esa es la razón por la que López Obrador crítica en público y se aferra en privado a un régimen del que se ha beneficiado política y económicamente.

Las del estribo…

  1. Desde el altiplano están haciendo una serie evaluaciones sobre el desempeño de los delegados federales que hay en Veracruz y el compromiso que han asumido con el gobierno que representan. Muchos no pasaron la prueba, y aunque ya es muy tarde para hacer cambios, se esperan ajustes y sanciones políticas. Por lo pronto, hoy se despide Antonio Benítez Lucho.
  2. Curioso que con estas temperaturas, haya candidatos que no los caliente ni el sol.