¿Qué pasa cuando una madre muere o desaparece?, ¿Quién se hace cargo de sus hijos e hijas?, ¿Quién exige justicia por ellas?.
En Veracruz, las abuelas han dejado de tener esa imagen estereotipada de la anciana de lentes, sentada y tejiendo, pues han tenido la necesidad de salir a trabajar para mantener a sus nietos y exigir justicia para sus hijas.
Son ellas las que visitan las fiscalías, excavan fosas, caminan en marchas, entran en prostíbulos, pero a la vez, se sientan a la mesa para alimentar a sus nietos, hacen tareas con ellos y van a partidos de futbol o festivales en lugar de las madres ausentes por la violencia de género que hay en Veracruz.
Ellas enfrentan ahora el desdén de las autoridades que no investigan, que no sancionan, que ni siquiera desagregan los datos de la violencia feminicida en la entidad, ni etiquetan recursos para el Fondo Estatal de Víctimas y trabajan para invertir sus recursos en las investigaciones y la exigencia de justicia para que sus hijas no se queden en el olvido y sus casos impunes.
Desde que sus hijas Ivón e Iriana desaparecieron, Yolanda a sus más de 60 años vive para encontrarlas y para criar a sus nietos, quienes tienen en su abuela ahora a una segunda madre que les educa, les contiene y satisface sus necesidades inmediatas al mismo tiempo que busca justicia y trata de hallar con vida a las dos mujeres.
Yolanda es una de las abuelas que durante los últimos años han tenido que dejar a un lado la paz que da el ver a sus hijos crecidos y tomando su camino, para convertirse en buscadora de justicia, de desaparecidos y de consuelo.
En Veracruz, la historia de Yolanda no es la única, sólo en el primer trimestre de este año son más de 60 madres que se unen a la búsqueda de sus hijas con vida o justicia para las que fueron asesinadas o víctimas de feminicidio.
Según datos del Observatorio Universitario de Violencia contra las Mujeres, a cargo de Estela Casados González, sólo en el primer trimestre del 2018 se tiene el reporte de 31 mujeres desaparecidas así como 29 víctimas de homicidio o feminicidio
Estas cifras se suman a los casos que han quedado reportados en años anteriores y que suman cientos, muchos de ellos aún impunes y en los que se busca con vida a las víctimas, como es el de Yolanda.
Durante 2017, el Observatorio Universitario de Violencias contra las Mujeres reportó 283 desapariciones, 176 feminicidios y 72 homicidios con víctimas femeninas.
Según las cifras de la Fiscalía General del Estado, entre 2015 y 2016 se tienen denuncias de la desaparición de mil 432 mujeres, sin mayores datos por parte de la institución y su oficina de transparencia.
En cuanto a las víctimas de homicidio, entre 2015, 2016 y 2017 la Fiscalía reporta 240 víctimas, de las cuales 45 estuvieron casadas, 61 solteras, 14 viviendo en unión libre, 4 viudas y 114 de quienes no se tiene el dato según la institución.
Sobre el feminicidio, la Fiscalía revela investigaciones por un total de 232 casos entre el 2015 y 2017.
De los 472 casos de mujeres asesinadas o víctimas de feminicidio, la mayoría de ellas entre los 21 y 40 años de edad, sólo se encontraban 49 personas consignadas, hasta el mes de julio del 2017 por lo que el nivel de sanción a los crímenes de este tipo es apenas uno por cada diez.
Para la Fiscalía General del Estado no hay datos respecto de cuántas de esas mujeres tenían hijos o hijas, pues no se cuenta con dicha información de acuerdo con documentos de transparencia obtenidos por solicitud a infomex.
La atención a las abuelas, escasa
Yolanda , desde el 14 de octubre de 2011 se ha ocupado de que sus nietos reciban becas de estudio, que cuenten con atención psicológica, que mantengan sus promedios en la escuela, que estudien una carrera, pero para ella sólo hay trabajo.
Yolanda trabaja los fines de semana vendiendo comida, entre semana se dedica a sus nietos y con frecuencia acude a la Fiscalía, se reúne con su grupo de búsqueda y cuando es necesario sale a excavar fosas, a la frontera a buscar a sus hijas o al sitio donde le diga que puedan estar.
Las madres de las víctimas, de acuerdo con la abogada Esmeralda Lexciur Ferreira, deben ser contempladas como víctimas indirectas, es decir se les debe proporcionar atención, permitirles acceder a la atención psicológica, legal y social de parte del Estado.
También deben ser registradas como víctimas y darles la oportunidad de acceder al expediente del caso a libre demanda, para que estén enteradas del curso de las investigaciones.
Además deben ser contempladas en las indemnizaciones y la reparación del daño que contempla la legislación mexicana cuando existen casos de desaparición o feminicidio.
La propia abogada lamentó que esto no siempre es así, pues muchas veces ni las madres ni los hijos o hijas de las víctimas son contempladas como tales, a pesar de que sufren la pérdida un ser importante en sus vidas.
La Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas reporta que entre 2015 y 2017 ha prestado atención psicológica a sólo una abuela, madre de víctima de feminicidio o desaparición -no especifica- otra más ha recibido representación legal; una más con gestión social.
En ese periodo sólo ha prestado servicios a tres mujeres, con atenciones diferentes, ni siquiera de forma integral, sino psicológica a una, legal a otra y de gestión social a una tercera.
Esta cifra de atención a las madres de las víctimas de la violencia de género no representa ni siquiera el uno por ciento de los casos de desaparición, feminicidio u homicidio reportados por la Fiscalía General de Justicia del Estado o las del Observatorio de las Violencias contra las Mujeres de la Universidad Veracruzana.
Por ello las madres de las víctimas se quedan en la sombra, soportando la carga de la exigencia de justicia, atendiendo la crianza y el cuidado de las familias de sus hijas y además haciéndose cargo de ellas mismas sin importar que muchas de ellas ya se encuentran en la tercera edad.
La batalla legal de las abuelas
A “María” la mató su pareja, tenían dos hijos que quedaron en manos de sus abuelos paternos desde el momento en que ella fue asesinada y el padre fue detenido por el crimen.
La madre de “María”, “Juana” -junto con su esposo- ha iniciado una batalla legal en dos sentidos, el primero justicia para su hija y castigo para el asesino quien de tajo le cortó la vida en el Puerto de Veracruz.
El segundo es en los juzgados civiles, donde pelea no sólo la convivencia, sino la guarda y custodia de sus nietos, un niño y una niña que saben que su madre murió, saben que su padre está en la cárcel, pero desconocen quién fue el responsable y son aún pequeños para hacer la relación de los hechos.
Los abuelos paternos tienen en sus manos a los pequeños, los llevan de visita con el padre para mantener un vínculo entre ellos, pero impiden a toda costa que los abuelos maternos se acerquen.
“Juana” ha estado buscando ayuda en todas las instancias posibles, pues teme no sólo no volver a ver a sus nietos, sino incluso que puedan sufrir en la proximidad con el asesino de “María”.
Los jueces poco atienden estos temas de custodia con perspectiva de género, reconoce Esmeralda Lecxiur, quien insiste en que es fundamental que jueces en materia civil y familiar entiendan no sólo de la perspectiva de género, sino también de perspectiva víctimal.
Las abuelas maternas que pierden a sus hijas a manos de sus parejas, deben enfrentar constantemente procesos para reclamar la custodia de sus nietos, quienes en muchas ocasiones quedan en manos de los abuelos paternos, pues los padres que resultan responsables del crimen se encuentran prófugos o en la cárcel.
Esto ocurre debido a que en el momento en que muere o desaparece la madre, la custodia queda en manos del progenitor que esté vivo y este puede ceder de manera temporal el cuidado de menores en las personas que designe, muchas veces sus padres o hermanos.
Alejandra y el nido vacío
Alejandra busca a su hijo Alejandro Soriano, quien el 4 de septiembre de 2014 desapareció. El joven salió con un amigo y no se supo más de su paradero, dejando a su esposa y a su pequeño de entonces ocho años.
A pesar de que ella reportó la desaparición no hay datos de su paradero “parece que se lo tragó la tierra”, dice.
Alejandra sufrió la desaparición de su hijo, a quien buscó en las cárceles, los hospitales, las comandancias y en cada lugar donde le han dicho que lo vieron o que pudiera estar, sin embargo no hay información de él.
Este, lamentablemente, no es el único impacto que sufrió Alejandra como madre, pues su consuelo era ver a su nieto, quien tiempo después de la desaparición de su padre murió en un accidente
Ahora sólo le queda buscar a su hijo, esperando hallarlo con vida y exigiendo a las autoridades que hagan su trabajo, que conserven las pruebas de ADN que ella se ha practicado en varias ocasiones y siguiendo los indicios que los investigadores deberían tener.
Brisa Gómez/Avc