¿Ya se empieza a sentir harto del joven maravilla Anaya diciendo con su aire de superioridad intelectual que Andrés Manuel está mal?
¿Bosteza cada vez que tiene que escuchar nuevamente al candidato Meade decir que hay que votar por él?
¿Se empieza ya a cansar con las repetidas acusaciones del Peje contra la mafia del poder?
En estas campañas electorales, federales y estatales, se lanzarán al aire en los medios y la red ni más ni menos que 57 millones de spots. Ponga usted que cada uno dura 60 segundos en promedio, nos da 57 millones de minutos, que son 950 horas, eso quiere decir que si los pasaran de corrido, tendríamos que estar frente a la pantalla -sin dormir ni comer, casi sin respirar- 39 días y medio para verlos todos.
Y a la molestia naciente por tanto spot de los candidatos presidenciales y sus partidos, el domingo próximo empezaremos con la retahíla de los spots de los candidatos a Gobernador de Veracruz.
Miguel Ángel y su presunción de que él sabe gobernar bien, Cuitláhuac y su semejanza forzada con el Peje, Pepe Yunes y su afirmación de que es el más decente y experimentado.
Las propuestas parecen bien, los mensajes serán expresados con seriedad, los spots estarán bien hechos en lo técnico: se verán y oirán bien. Pero ¿por qué solamente hacer dos o tres spots por candidato, y repetirlos hasta la exasperación de los ciudadanos y hasta de quienes aún no tienen edad para votar?
¿Por qué -también- no se ponen las pilas los creativos que tanto cobran a los ingenuos equipos de campaña y cuando menos hacen muchos spots y tratan de que sean amables, interesantes, visibles y escuchables?
Con el tope de campaña autorizado por el OPLE, cada candidato se puede gastar 2 millones 632,135.01 pesos diarios. ¿Sería mucho pedir a los candidatos que destinarán cuando menos un día de ese gasto para contratar a verdaderos creadores, que hagan spots divertidos, inteligentes, propositivos?
Imagino una utopía en la que los candidatos veracruzanos consiguieron que González Iñárritu, Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro les hicieran sus mensajes de campaña. Así, los televidentes y los cibernautas estaríamos prendidos esperando cada nueva genialidad de nuestros genios cinematográficos, y a partir de ellas muchos se decidirían a votar por uno y otro abanderado.
Ya no pasaría lo que sucede ahora con los spots de los presidenciables: que la gente cambia de canal apenas aparece uno en la pantalla.
Y tal vez, ante el prodigio de la imaginación muchos ciudadanos se decidirían por ir a votar y tendríamos una participación como nunca. Porque en verdad que los aburridos spots que vemos actualmente sólo consiguen desalentarnos como electores.
¿Será mucho pedir que la imaginación -la loca de la casa, que dijera Santa Teresa de Jesús- llegue a las campañas?
¿Será que, como nosotros pagamos las campañas con nuestros impuestos, podamos exigir que el dinero se gaste bien y no con charlatanes?
Imagino un paraíso con spots bien hechos, que tengan un mensaje propositivo, que sean una maravilla del intelecto.
También imagino un paraíso sin spots de ninguna clase…
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