En la víspera del inicio de las campañas presidenciales, ya estamos saturados de cualquier cantidad de mensajes políticos que nos llevan irremediablemente a los extremos, a la polarización. Estos días de asueto serán apenas un remanso para afrontar la guerra absoluta de verdades y mentiras que se mezclarán para llevar a los electores a un estado de confusa indefensión.

Por eso, como en cada crisis, hay que volver a los clásicos. En nuestro país, uno de ellos ha sido el historiador Enrique Krauze -Siglo de caudillos, Biografía del poder y La presidencia imperial- quien conoce como muy pocos lo que ha sucedido con el entramado del poder en México durante más de un siglo.

No es un crítico de coyuntura. Vaya, ni siquiera es un crítico. Es un historiador que guarda celosamente el rigor metodológico en cada obra. Por eso, antes de que inicie el bombardeo mediático, me parece necesario recuperar un texto invaluable escrito hace más de doce años, en el que parece ser que en México todo cambia para seguir igual.

Teniendo como laboratorio el escenario iberoamericano de hace una década, este es el Decálogo del Populismo[1] doce años después…

“El populismo en Iberoamérica ha adoptado una desconcertante amalgama de posturas ideológicas. Izquierdas y derechas podrían reivindicar para sí la paternidad del populismo, todas al conjuro de la palabra mágica «pueblo». […] Los extremos se tocan, son cara y cruz de un mismo fenómeno político cuya caracterización, por tanto, no debe intentarse por la vía de su contenido ideológico sino de su funcionamiento. Propongo diez rasgos específicos.”

  • El populismo exalta al líder carismático. No hay populismo sin la figura del hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo. «La entrega al carisma del profeta, del caudillo en la guerra o del gran demagogo -recuerda Max Weber- no ocurre porque lo mande la costumbre o la norma legal, sino porque los hombres creen en él. Y él mismo, si no es un mezquino advenedizo efímero y presuntuoso, ‘vive para su obra’. (“Quiero pasar a la historia como Juárez o Madero”, nota del columnista).
  • El populista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella. La palabra es el vehículo específico de su carisma. El populista se siente el intérprete supremo de la verdad general y también la agencia de noticias del pueblo. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones, «alumbra el camino», y hace todo ello sin limitaciones ni intermediarios. Weber apunta que el caudillaje político surge primero en las ciudades-Estado del Mediterráneo en la figura del «demagogo». Aristóteles (Política, V) sostiene que la demagogia es la causa principal de «las revoluciones en las democracias», y advierte una convergencia entre el poder militar y el poder de la retórica que parece una prefiguración de Perón y Chávez […]
  • El populismo fabrica la verdad. Los populistas llevan hasta sus últimas consecuencias el proverbio latino «Vox populi, Vox dei». Pero como Dios no se manifiesta todos los días y el pueblo no tiene una sola voz, el gobierno «popular» interpreta la voz del pueblo, eleva esa versión al rango de verdad oficial, y sueña con decretar la verdad única. Como es natural, los populistas abominan de la libertad de expresión. Confunden la crítica con la enemistad militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla […]
  • El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos. No tiene paciencia con las sutilezas de la economía y las finanzas. El erario es su patrimonio privado, que puede utilizar para enriquecerse o para embarcarse en proyectos que considere importantes o gloriosos, o para ambas cosas, sin tomar en cuenta los costos. El populista tiene un concepto mágico de la economía: para él, todo gasto es inversión. La ignorancia o incomprensión de los gobiernos populistas en materia económica se ha traducido en desastres descomunales de los que los países tardan decenios en recobrarse.
  • El populista reparte directamente la riqueza. Lo cual no es criticable en sí mismo (sobre todo en países pobres, donde hay argumentos sumamente serios para repartir en efectivo una parte del ingreso, al margen de las costosas burocracias estatales y previniendo efectos inflacionarios), pero el populista no reparte gratis: focaliza su ayuda, la cobra en obediencia […]

Si queremos un cambio en este país, es momento de debatir sin descalificar. Nadie quiere –bueno, algunos sí- que este país se hunda en el caos, sólo para repartir culpas.

Mañana le seguimos.

Las del estribo…

      1. Rubén, el vocalista de Café Tacuba, es la cara visible de un movimiento que empieza a fracturar –como el fracking- los intereses económicos de empresas extranjeras. La Asamblea Veracruzana de Iniciativas y Defensa Ambiental (LAVIDA) empieza a sumar adeptos en varias regiones del estado donde la naturaleza y el agua están en riesgo. La lucha apenas inicia.
      2. Alguna vez, cuando el escándalo de Raúl Salinas, alguien comentaba el hecho de la enfermiza necesidad de poseer de algunos políticos. Cientos de casas cuando sólo podía vivir en una al mismo tiempo; otras que nunca conoció. Hoy le sucede lo mismo a varios funcionarios del duartismo. ¿Para qué tanta riqueza que enlodara a sus familias, si al final no tienen ni siquiera una cama donde dormir? Sin embargo, prevalece la justicia selectiva. Muchos otros disfrutan a sus anchas de lo mal habido.

[1] http://www.enriquekrauze.com.mx/joomla/index.php/opinion/94-art-critica-politica/539-decalogo-populismo.html