Roberto Alifano, poeta, narrador, ensayista y periodista, nacido en General Pinto, provincia de Buenos Aires, Argentina en 1943, amigo, discípulo y compañero de viajes de Jorge Luis Borges, nos narra en una de sus tantas obras, la agudeza profunda, inteligente y suspicaz de Borges.
Lo describe como un hombre de “rostro sereno, que vestía infatigablemente traje y corbata, su ceguera se apoyaba en un bastón pulsado por manos de poeta”, y que ese hombre, distante en apariencia, prodigaba alegría cuando conversaba.
Borges, nos dice Alifano; despliega un humor radiante con una ironía puntual.
La obra de Roberto Alifano, El humor de Borges, es una antología de la inteligencia, de este gran escritor argentino, que el premio que ha recibido en honor de su obra, es que se le sigue leyendo, se le continua recordando, y sus obras son referencias para otros autores.
Roberto Alifano, tuvo la fortuna de estar a su lado por muchos años, así mismo Borges, tuvo la gracia de contar con la presencia afectuosa y cariñosa, de un Roberto Alifano que aun joven contó con la fuerza de entender al genio de las letras.
El inescrutable Borges
Borges es un escritor para escritores. Su lectura lleva implícita infinitas lecturas, salvo en contadas ocasiones, como en las milongas, en que resulta profesionalmente popular, leerlo involucra una necesaria cultura literaria.
Una mañana me comentó:
-Ayer me vinieron a ver unos médicos que me dijeron: “Bueno, durante mucho tiempo no nos atrevimos a leerlo”.
-Hay algunos médicos que son bastante ignorantes
-interrumpo.
-Sí, sobre todo en materia de medicina-completa Borges con una sonrisa.
-¿Y qué otra cosa argumentaron? – pregunto.
-Bueno, insistieron en que soy un escritor difícil de entender-prosigue- . ¿Pero, por qué?, les dije yo. “Bueno, usted es un escritor famoso” …¡Qué raro que se piense que un escritor famoso es inabordable! Quizá eso lo explica todo, ¿no? Uno de ellos agregó: “He intentado leer El Aleph y no pude seguir, no entendí nada”. “Ah, no se haga problema, yo tampoco entiendo nada, qué le vamos a hacer”.
Bueno, tal vez esta sea una muestra de que un escritor es inabordable.
Las malas costumbres
En 1980. Una periodista un tanto frívola, le pidió que hablara de sus vicios. “Bueno, yo no fumo, no bebo, no escucho radio, no me drogo, como poco- enumeró cortésmente Borges-. Yo diría que mis únicos vicios son el Quijote, la Comedia, y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de Jacinto Benavente”.
La oportunidad sirvió luego para que yo le preguntara si había “incurrido” en el cigarrillo o la bebida. “No, nunca fumé, es decir nunca tuve el vicio del cigarrillo. Fumé una vez cuando tenía once o doce año; lo hice, bueno, como lo hacen todos los chicos, para sentirme hombre. Luego lo hacia a escondidas y, al parecer, mi hermana Norah que me vio, se lo dijo a mi padre. Un día, después del almuerzo, mi padre sacó un cigarro de hojas y me invitó a fumar con él. Yo lo probé, di unas pitadas, y al rato empecé a sentir las previstas nauseas. Creo que nunca más volví a probar un cigarrillo”
“Otro de mis vicios- agrego después- es la Enciclopedia Británica. Y en cuanto a la bebida ya le conté que cuando era muchacho fui un gran bebedor. Me emborraché muchas veces. Una vez estaba en un bar y en una mesa ubicada atrás de donde yo estaba sentado, oí a dos personas que comentaban: ‘Ahí está Borges, un buen escritor, una buena persona: ¡ Lástima que sea borracho!’ Bueno, a mí me dio mucha vergüenza. Me levanté, salí de ese lugar y juré no beber más en mi vida”.
-Pero en cada tanto se toma una copa de vino o de champagne- agregué en tono de broma.
-Sí, el vino es una bebida que me gusta y cada tanto, en la mesa, suelo tomar una copa. Lo mismo que el champagne, otra de las bebidas más nobles de la tierra. Un amigo mío, el poeta Carlos Mastronardi, decía que el champagne era una fiesta, tenía razón: beber champagne cada tanto es una fiesta en sí misma, una de las fiestas más gratas.
Experto en mujeres
Borges cuenta, a su llegada de un viaje que hace a San Juan, que un periodista de esa provincia le pide que defina a la mujer.
-¿Qué edad tiene usted, señor? –pregunta Borges.
– Treinta y dos años.
– Bueno, si usted no sabe a los treinta y dos años qué es la mujer, no creo le sirva de mucho lo que yo le diga. Vaya y averigüe.
Del Premio Nobel de Literatura Wole Soyinka
El Estado totalitario es fácil de definir, fácil de identificar y, por tanto, ofrece un blanco reconocible el que los arqueros de la libertad humana pueden disparar sus dardos.
Para entender plenamente la esencia del poder, debemos mirar más allá de la franca “demostración de fuerza”, la demostración de un poder declarado cuyo propósito es enseñar al pueblo exactamente quién es el amo.
De un jardinero
No mido a las personas por lo que tienen, sino por lo que son.