En Veracruz, prácticamente están rotas las relaciones entre gobiernos y medios de comunicación. Salvo aquellas empresas que se sumaron al proyecto político triunfante mucho antes de ser gobierno, los demás están sumidos en una grave crisis. Varias han cerrado o debieron pasar de ediciones impresas a sitios en internet, la mayoría de ellos meramente testimoniales, con la idea de conservar el cabezal, la marca, a la espera de tiempos mejores.

Reporteros y fotógrafos (despedidos o contratados bajo esquemas salariales precarios) se han visto obligados a trabajar para varios medios y reunir los sueldos para sobrevivir; en contrapartida, deben gastar más en ir a la ‘caza’ de funcionarios y políticos renuentes a declarar, soportar su negativa a ser entrevistados sobre temas incómodos, como lo hace con mayor frecuencia el mismo gobernador Miguel Ángel Yunes Linares, y a trabajar en equipo con sus demás colegas, homogeneizando la información en todos los medios.

Las empresas periodísticas llevan más de dos años en medio de la catástrofe. Tirios y troyanos hacen de sus practicantes un desastroso puré. Desde la derecha en el poder se concibe a los periodistas como ‘agoreros del desastre’ o como ‘emisarios del pasado’, tal cual calificó a sus críticos el expresidente Luis Echeverría, maestro de Yunes Linares, como lo fue también de Fidel Herrera.

Desde la izquierda, se les exige que sean críticos del sistema pero bonachones ante las pifias de sus alcaldes y legisladores, so pena de ser tachados de chayoteros o de estar al servicio de la ‘mafia del poder’. El inhóspito candidato presidencial de Morena, Andrés Manuel López Obrador, ha acusado con su proverbial cara dura a reporteros veracruzanos de ser ‘centaveados’ por Miguel Ángel Yunes para golpearlo, sí, el mismo que los trata a patadas, intenta avergonzarles en las conferencias de prensa por formular preguntas incómodas o los bloquea cuando percibe ‘mala fe’ y considera que sienten nostalgia por los gobiernos priistas que le precedieron.

En el caso de Veracruz, la situación tiene agravantes. Usados incluso para justificar gastos endemoniados en el gobierno de Javier Duarte, muchos medios facturaron grandes sumas sin recibir a cambio ni siquiera lo que declararon como retención de impuestos.

Gobiernos de derecha e izquierda, contra la prensa

Una vez instalado el gobierno de la alternancia, no solo anunció a los empresarios mediáticos que no se pagarían las facturas pendientes sino que no se les daría un solo centavo público por concepto de difusión de la obra gubernamental. Lo que no se invierte en ellos, ahora fluye con profusión hacia las trasnacionales que manejan las redes sociales.

La mayoría de los empresarios mediáticos, tan ingenuos como ambiciosos, fueron arrollados por la carreta de un ladrón con imaginación febril para animar chanchullos. Empresarios inescrupulosos que nunca han escrito una línea o a los que se las escribían para firmar torpes comentarios políticos, se lanzaron gozosos a la alberca de estiércol que les terminó de construir Duarte sobre los cimientos heredados por el tenebroso Fidel Herrera. Finalizados ambos gobiernos (el último, con una enorme e impagable deuda con los medios), el nuevo ocupante de Palacio de Gobierno la enderezó contra medios y periodistas, a todos los cuales metió en un solo barril, pese a que muchos lo apoyaron de manera gratuita por estar contra la aspiradora de Duarte: ‘critican porque no tienen convenios [de publicidad]’, ha repetido hasta la saciedad.

Al día de hoy, quienes detentan el poder, sean de izquierda o de derecha, se quejan a coro de la prensa, aunque no son capaces de establecer relaciones comerciales o, al menos, un diálogo político respetuoso, con los medios sobrevivientes (creyeron que todos desaparecerían). Se regodean en la consideración de que son corruptos, pero quieren ser cubiertos por el manto protector de una prensa acrítica y entregada al derroche de las alabanzas gratuitas.

Nadie parece contento con la prensa que le ha tocado, aunque ya la conocían de mucho tiempo antes. El gobierno de Yunes, con su desenfrenado gasto en redes sociales, como si todos los veracruzanos contaran con acceso a internet para enterarse de lo que hace; otros, tratando de divulgar su verdad a través de medios impresos propios, como el ayuntamiento de Xalapa. Y algunos más, como la Universidad Veracruzana, encerrándose en el consumo interno de sus propios medios electrónicos, como si no fuera necesario el conocimiento de su labor en el ámbito social.

¿Quieren que la prensa desaparezca? Están muy próximos a lograrlo. Encima, el PRI –que había sentado su antigua hegemonía proyectando su imagen a través de los medios de comunicación– ha entrado en un periodo de somnolencia, en una etapa de abierta crisis financiera que le impide hacerse con los servicios de los medios impresos, digitales y electrónicos, lo que empeora la situación de empresas y periodistas.

Los periodistas están viviendo una caída en tobogán; cada vez se cierran más fuentes de empleo y las que sobreviven deben estrechar al máximo su gasto en recursos humanos, lo que arroja una competencia feroz por escasos puestos de trabajo con salarios tan extravagantes como increíbles.

Alcaldes declaran la guerra a periodistas

Es tan grave el clima de linchamiento contra periodistas, instaurado por el gobierno estatal panista y reforzado por algunos gobiernos municipales de diverso credo político, que Veracruz está acercándose peligrosamente a un estado dictatorial. Aunque por fortuna solo han sido asesinados cuatro periodistas en el gobierno panista, que aparenta una situación mejor de la vivida con Duarte, lo cierto es que muchos colegas han sentido en carne propia agresiones físicas, amenazas y limitaciones a su trabajo informativo.

Lo mismo sucede con el gobierno municipal de Poza Rica, que preside Francisco Javier Velázquez Vallejo, de Morena, cuyos operadores de prensa se han dedicado a difamar a los periodistas locales que publican notas críticas del ayuntamiento, como el caso en que fue afectada la compañera María Elena Ferral, a quien expusieron en redes sociales con una fotografía en que aparece uno de sus hijos, menor de edad, hasta el caso más patético de la alcaldesa panista de Córdoba, Leticia López Landero, quien por cierto apenas ganó por 1 mil 197 votos más que el candidato de Morena.

López Landero dibuja la expresión más fallida del político en una democracia, aun imperfecta, como la nuestra. Aliada al empresario de medios José Abella, famoso por sus amenazas contra periodistas que han observado críticamente su estilo mafioso, a través del diario El Buen Tono, Leticia López ha hostigado podría decirse que criminalmente al periódico El Mundo de Córdoba, sin que haya una autoridad política que contenga sus expresiones autoritarias y atrabiliarias contra directivos, reporteros e, incluso, voceadores de este medio informativo.

En febrero arreciaron las acciones de represión contra el periódico fundado por don Othón Arróniz, que comenzaron tan pronto pisó las baldosas del ayuntamiento. Para mostrar su lado más enfermizo, la primera alcaldesa electa por los cordobeses envió a personal del ayuntamiento, la medianoche del 7 de enero, a derribar la estatua en homenaje a Othon Arróniz, fallecido director fundador de la cadena El Mundo, que se encontraba en el Parque 21 de Mayo, con el pretexto de que se le daría mantenimiento.

Pero lo más grave han sido las acciones represivas contra voceadores y reporteros. Desde principios de febrero inició una campaña de acoso para que retiren exhibidores para venta del diario El Mundo, mediante la dirección de Comercio, con presencia de policía municipal. Inspectores de Comercio advirtieron a voceadores con hasta 20 años realizando esa actividad que les dejarían vender si retiraban el diario de la familia Arróniz y se quedaban solo con El Buen Tono, de José Abella, empresario transportista que ha mantenido una línea de ataque contra El Mundo y el periodismo en general, incluso con amenazas de violencia. Tras la advertencia, han empezado a retirar los exhibidores y a los reporteros constantemente les cierran las puertas del ayuntamiento y cuando logran llegar hasta la alcaldesa ésta los recibe con reclamos.

Los periodistas, en suma, nos hemos convertido en la diana contra la cual disparan sus frustraciones los políticos de la alternancia en Veracruz. Y a nadie le interesa… ni parece preocuparle.

 

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